Ofendidos los hay a mares. Por todo. Hasta por lo más mínimo. No hay más que entrar en Internet y observar un poco.
De los niños, ni les cuento las modas catetas que se nos gastan los nuevos padres y cómo critican y joroban a los que no piensan como ellos. Los que tienen muchos, los que ninguno, los de los perros-hijos, los biológicos frente a los subrogados. Y por supuesto, la crianza...A los niños no se les chilla, no lloran, no se les niega, pero sí se negocia con ellos, se les educa a demanda o se les dice cuando tienen dos años, "por favor , peke , no" , como si te perdonasen la vida, ante cualquier marranería que se les haya ocurrido pedir.
Hemos pasado -en una generación- del blanco ártico al ébano. Éramos los tontos del bote que hacíamos lo que nos decían nuestros padres, sin rebelarnos porque nunca supimos qué era exactamente, porque a la mínima te arreaban un guantazo y se quedaban tan panchos. Nacimos de una generación que había aguantado a Franco y la mayoría tenían las cabezas tan aclimatadas a ese régimen que lo veían como lo más natural del mundo. Es curioso porque las libertades que costaron tanto y que nos entregaron amorosamente, por ejemplo, la de pensar libremente, la hemos traducido con el paso de los años en insultar a destajo, quemar como arma política lo que se nos apetezca , ocupar lo ajeno como si fuera lo más natural del mundo y una ristra de idioteces más, que aceptamos con resignación más que como penitencia.
No es que nuestros padres fueran perfectos, pero me da miedo pensar lo que tendrán, serán o harán nuestros nietos. No hay una marea humana que quiera conseguir grandes logros, sino exaltados que se creen con derecho a pisotear los derechos de los demás para conseguir lo que ellos desean.
No hay más que envidias soterradas, ganas de acabar con todo el que destaca un poco como si su apaleamiento fuera una necesidad vital para seguir respirando. Los que sabían que sólo luchando se podía ser libre ya son carne de Historia, desgarrada y llevada al crematorio. Nuestros nuevos cerebros privilegiados son los herederos de Trump y Putin, los que escuchan sin oír, miran sin ver y pasan absolutamente de todo porque nada les importa más que el sonido de su propia voz.
Los conspiranoicos y los cavernarios son los reyes de la desinformación y el caos, porque quien tenía que pararlos está de greña para conseguir mandar, apoltronarse o llevarse un gato de porcelana mellado al agua. Pero lo peor es que los abonan los mensajes de los frustrados, esos quejosos crónicos que solo ven la botella medio vacía , no para buscar la forma de llenarla, sino para partirla a base de gritos, patadas y renuncios. Es un mundo de serie b sin Apocalipsis, pero con un viejo gaga que haría enrojecer de vergüenza ajena a esos líderes en blanco y negro que daban mucho miedo porque para ellos el poder estaba a un golpe de arrasar medio planeta. Se ha perdido el tuétano, porque no nos lo henos ganado. Nuestros padres no pudieron disfrutar la libertad porque tenían el alma encorsetada y lo nuevo como avalancha de piezas de dominó que les hacía sentirse frágiles e inseguros.
Ahora no, ahora vociferan, critican y piden la mano para coger el brazo desde la estulticia más atroz, sin remordimientos, ni culpa. Se ofenden desdeñosamente y a otra cosa, que un bulo dura lo que un rumor y una noticia lo que tardas en ver otro video. Todos somos reporteros del corazón, todos comentaristas, famosos de tres segundos con cámaras para firmarlo todo sin que luego nos acordemos de nada. Ya no hay nada que merezca el llenar las calles si no es una feria, una procesión o una cabalgata. Ya no hay políticos que engrandezcan a las nuevas generaciones, ni mensajes que estamparse en una camiseta. Ahora los héroes no son ni de Marvel, sino de cuchufleta. Somos inclusivos para el sexo o las razas, pero no valoramos el esfuerzo, la honestidad, ni muchos menos la esperanza. Hay un sentimiento de frustración pegado al paladar como la Calima, absorbente y patético, que todo lo contamina.