Quizá las nuevas generaciones no lo conozcan o solo lo hayan escuchado de oídas. Es, al menos, lo que afirma su propio hijo, Ismael. Lo sepan o no, lo que sí se puede decir con certeza es que, Juan Díaz Fernández, fue uno de los padres del movimiento cultural en Ceuta.
El docente y escritor, entre otras facetas, ha revivido en el presente después de haber recién cumplido cien años de su nacimiento. Tras ese 16 de septiembre de 1925, se creó un recorrido que dejó tras de sí un legado para la ciudad.
Su nombre ha regresado de nuevo este miércoles, en esta ocasión, a través de la presentación del libro ‘Obra literaria’ en la biblioteca ‘Adolfo Suárez’, una recopilación en la que se muestra una selección de aquellos textos que generó en la intimidad de su casa o en sus noches en vilo.
La faceta más literaria
Cofundó el IEC, enseñó a numerosos jóvenes sentados en sus pupitres, promovió la primera feria del libro y fue director provincial de Cultura. Sin embargo, en su soledad, también usaba la pluma más allá de las redacciones periodísticas, que volcaba en El Faro de Ceuta.
Sus tres hijos, Carlos, Fernando e Ismael, han desempolvado todos esos papeles delicados con letras a mano o a máquina. Guardados en carpetas, toman forma tras un proceso de edición, confección y digitalización.
El resultado final de lo que se puede leer entre las páginas del título, responde a un cuidadoso trabajo de sus descendientes. A raíz de borradores y de todo el material almacenado, han plasmado una de las improntas más personales de su padre.
Fruto del esfuerzo, se pueden abordar sus creaciones en cuatro bloques. Cada una responde a un género, en concreto, a la prosa, al teatro, la poesía y “un cajón desastre” donde se hace una trayectoria por composiciones variadas.
Viejos amigos
Las sillas de la sala han acogido a viejos amigos. Ha sido un motivo de celebración rememorar a quien dejó huella. Caras conocidas se han saludado y reencontrado. No ha sido de extrañar que, entre tanta emotividad, emerjan anécdotas.
Ricardo Lacasa era vecino de Juan. Vivían en una cercanía que, a él, le permitió observarlo en su momento de mayor ensimismamiento y ebullición. Cada vez que llegaba a su hogar, escuchaba una incesante máquina de escribir.
Ha admitido que lo espiaba y que, a sus dieciséis años, edad con la que lo conoció, lo veía como una especie de misterio. “Lo espiaba”, ha expresado. Escondido, lo avistaba con su cigarro en la mano y la mirada perdida hacia el mar. Repentinamente desaparecía, se escuchaban teclas y volvía a aparecer en el mismo lugar.
El hijo, durante la presentación, ha trasladado cómo ha sido sacar estos escritos públicamente. La razón por la que han intentado hacer “un Frankenstein” en cada texto es por las múltiples versiones que existen del mismo. Ha matizado que, su perfeccionismo e inconformismo, lo llevaba a desechar un folio cuando se equivocaba o no estaba convencido “en lugar de corregir”.
Piezas con amor
Ismael ha asegurado que es complicado decantarse por una sola pieza. “Escribió tanto que es difícil seleccionar solo uno”. Ha revelado cuáles son los favoritos dentro de la basta producción literaria. escribió tanto.
A los relatos premiados ‘Los peces y la esperanza’ y ‘Frasco, uno más y uno menos’, se une, entre sus preferidos, un teatro basado en el mito de Sísifo. El personaje se ve sometido a un juicio del que es testigo el espectador.
“Nunca ha sido representada. Me gustaría que fuera representada en Ceuta porque nunca se ha hecho. La hizo en prosa. Se hizo una versión dramatúrgica y se intentó desarrollar un cómic. Han pasado los años desde eso”, ha comentado.
Luz en el ostracismo cultural
Ceuta, de algún modo, en la década de los 50 a los 80 había condenado a la cultura al ostracismo. No tenía ningún protagonismo y el sentir general era el de la apatía. “Fue su vocal. Fue su dinamizador. Era polifacético; tocaba muchos palos. No solo se dedicaba a la enseñanza en institutos y en la facultad de magisterio”, ha explicado su hijo.
“Sus artículos eran como una especie de fotografía literaria de lo que era la ciudad en aquella época”, ha remarcado. Promulgó diferentes conocimientos a lo largo de su vasta experiencia como profesional en las aulas. Sin embargo, hubo una lección vital que propagó con hincapié.
“Su lema era el amor hacia la cultura. Pensaba que ayuda a avanzar y a mejorar a las personas. Creo que ese fue su mayor logro”, ha destacado. “Era un enamorado de Ceuta. Quería que fuera perfecta y maravillosa”, ha mencionado. Eso sí, siempre de la mano de la mano de las artes y el saber.
Cómo sería hoy Juan
Las letras le sirvieron como un canal para expresar todos los recovecos de una mente inquieta. De hecho, Ismael cree que, a día de hoy, seguiría con su incansable labor de planificación de eventos.
“Seguiría activo. No paraba. Estaría intentando organizar programaciones para el auditorio, estaría trayendo a compañías teatrales… Seguro que incluso tendría redes sociales. No llegó a conocer esos elementos” ha manifestado.
Aunque ya no está, el bullicio de cada acto que se pone en marcha, recuerda a él. Su papel en la educación también le permitió, de algún modo, propagar la semilla de la curiosidad. Han pasado por los pupitres de sus clases y por su influencia artistas como Ginés Serrán, Carlos Bernal, Alberto Mateo o Monserrat Montserrat Abumalham.

La “espina” del docente
Juan Díaz Fernández era un soñador. Un hombre “con insomnio” que se volcaba en el papel. La motivación que lo llevó a moverse por la cultura no fue una razón concreta. “Nació con eso”, ha afirmado Ismael.
Solo hay una espina clavada con la que pasó a otra vida. Escribir una novela completa. Se había hecho eco de una recopilación de relatos y de ‘Cambio de residencia’, una obra similar. Fue la última antes de esta póstuma.
“Tenía una en mente. La empezaba una y otra vez. Nunca la terminó. Se llamaba, en inicio, ‘La isla’. Cambió el título varias veces”, ha expuesto. Ha achacado este “bloqueo” a la inquietud innata del docente.
Hilvanar la historia le requería “entrar en trance”, una fase a la que le era difícil llegar por su espíritu. Es, quizá, lo único que le quedó por hacer. Esa llama que lo arrastraba a expresar, impulsar iniciativas y a crear traspasó las aulas. El resultado final es su extenso legado.





