Ser ciudadano de Argelia y estar en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta es, en estos momentos, una carrera de obstáculos. Tras la visita realizada el pasado lunes a este país por el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska (la tercera en apenas dos años), la segunda nacionalidad con más inmigrantes registrados en España en lo que va de año se enfrenta a un nuevo reto: las autoridades argelinas quieren frenar la salida continuada de sus nacionales a tierras europeas con destino, en la mayoría de las ocasiones, a costas españolas.
A los que quieren salir se suman, también, los que ya han logrado ese primer objetivo y alcanzaron nuestra ciudad. Para los argelinos del CETI hay otra frontera que superar: la del Estrecho de Gibraltar. Algunos de esta numerosa comunidad del centro ya están en la Península tras formar parte de los sucesivos traslados de inmigrantes que ha efectuado el Gobierno.
Pero ellos, de momento, están varados y es algo que no acaban de entender: que gente que lleva pocos meses sea la elegida para estas salidas.
La última, sin ir más lejos, tuvo lugar el pasado viernes y afectó a 18 residentes del centro, todos subsaharianos. Rafik, uno de los ciudadanos que componen la comunidad argelina, califica de “discriminación” lo que hay en este sitio porque personas como ellos llevan esperando “durante mucho tiempo” a ser los elegidos.
Se agrupan en la salida del CETI al menos una decena de ellos y muestran a las cámaras de FaroTV sus tarjetas rojas: la mayoría de ellos, todos hombres, posee una.
El pasado 29 de julio, el Tribunal Supremo confirmaba que los solicitantes de asilo, es decir los que poseen una tarjeta roja, tienen derecho a moverse libremente por todo el territorio español. Un motivo de alegría si no fuera porque denuncian que tanto dirección del CETI como la Policía Nacional les mandan de un lado a otro al querer informarse sobre cómo hacer uso de ese derecho.
Sin ir más lejos, Abdelhadi asegura que al ir a hablar con el director del centro para conocer qué supone la decisión del Alto Tribunal, la respuesta de este fue que el requisito fundamental para poder moverse hasta la Península es tener familia residiendo allí. Añade que acudieron hasta la Jefatura Superior de Policía, donde les respondieron que tenían que hablar con el abogado del CETI, que no les quiso atender ni siquiera para la manifestación que convocaron a principios de agosto.
Este joven lleva una gorra con la bandera de España y muestra su resignación cada vez que se le pregunta por el futuro: está bloqueado en Ceuta. La indignación de otro de ellos Sofiane se hace patente: “¿Por qué iba a pedir asilo teniendo familia aquí?”, se pregunta. El gran problema de Argelia, explican todos, es económico: no hay trabajo y es imposible labrarse un futuro en un lugar así.
Detrás de cada uno de ellos hay una historia como por ejemplo la de Jalal, que se considera uno de los residentes del centro más veteranos: lleva un par de años desde que entró y aún no ha llegado su oportunidad.
A las puertas de este lugar, chicos subsaharianos entran y salen; algunos con mochilas, otros con bolsas. La metáfora parece presente: mientras unos entran y salen, otros están esperando. La comunidad argelina lo hace a la sombra en pleno mediodía del mes de agosto.
El país norteafricano, si se toman las cifras como referencia, es un lugar complicado para los jóvenes de aquella sociedad: eso explica en parte por qué se ha convertido en el primer país desde el que llegan más personas a Europa. Solo en España, según datos recogidos por diversas ONG de los que se hizo eco la agencia EFE, el 55% de los 4.916 inmigrantes irregulares que han llegado a través del Mediterráneo son argelinos, a fecha de 12 de agosto.
Las causas se remontan a 2014, cuando los precios del petróleo y el gas, dos de las principales fuentes de ingresos del país (suponían hasta el 95% de las exportaciones), cayeron de manera notable.
A ese desplome económico le siguió el social, y en febrero de 2019 el movimiento de protesta ciudadana ‘Hirak’ salió durante quince meses para pedir la salida del régimen militar en el poder desde que Argelia consiguiese independizarse de Francia en 1962. Una situación delicada que ha acabado de rematar la pandemia del coronavirus.
Un camino del que no quieren dar marcha atrás hacia un país que sigue viendo cómo sus compatriotas se van con la vista puesta al otro lado del Mediterráneo.
Comparten un banco como parte de la entrevista a FaroTV, pero no solo eso. Todos ellos salieron por una cuestión de trabajo y Europa, como para otras tantas personas que acaban parte de su camino en nuestra ciudad o en nuestro país, es el destino. Jalal tiene la mirada cansada. No es por sus 31 años, sino por los dos que lleva en el CETI (asegura que llegó en septiembre de 2018) y en los que le separaron de su mujer. Ella fue una de las afortunadas que pudo, hace meses, tomar el barco hacia costas peninsulares, y explica que lo hizo estando embarazada. Mientras espera un momento que cada vez se hace más difícil e incomprensible para él, sigue manteniendo intacto el sueño de volver a reunirse con su esposa.
El más joven de los sentados en el banco es Abdelhadi (o Dadi como le conocen). Tiene 25 años y fue uno de tantos argelinos que utilizó la vía de entrada más común para las personas de esta nacionalidad: la marítima. Vino en patera desde Marruecos tras salir de Argelia con la idea de “trabajar” para su familia, ya que en su país no ha podido hacerlo. Un lugar donde no ve posible cumplir sus metas, aunque confía que en España se puedan cumplir “si Dios quiere”.
El mayor de los cuatro, Rafik con 43 años, le saca 20 a Dadi pero le ronda el mismo objetivo entre ceja y ceja: trabajar “como la mayoría”. Durante la conversación no para de preguntarse por qué no puede ir a la Península si su intención es tener un trabajo con el que ayudar a su familia, una de tantas que se ve asfixiada por la crisis económica de Argelia. Eso hace que se muestre tajante en sus frases: “no estoy para rodeos”, zanja. Quiere ayudar a sus padres y describe Argelia como un lugar con “demasiados problemas” del que personas como él huyen para buscar un “futuro mejor”.
Sofiane, que presta su gorra a Jalal, es el más enérgico en sus quejas: hace aspavientos cada vez que expone su situación y, al igual que Dadi, entró a Ceuta por mar. El viaje de este hombre de 36 años se remonta a la celebración de la Pascua del Sacrificio del año pasado: fue cuando decidió emprender el camino sin saber que acabaría en Ceuta. Una vez llegó al reino alauita, sus pasos se dirigieron hacia Castillejos, donde permaneció durante cuatro meses. Su llegada a Ceuta se produjo a nado, según cuenta, y añade que ese trayecto se alargó aproximadamente por unas diez horas: desde las 22:00 horas de la noche hasta las 07:00 de la mañana del día siguiente. Lo logró junto a otra persona, recuerda, que tuvo mejor suerte: cuenta que actualmente está en Francia.
Cada uno de ellos rememora el cómo ha llegado hasta nuestra ciudad, el por qué ha venido y el cómo han llegado casi hasta su destino. Pero la pregunta que no acaban de poder responderse es la de cuándo será su turno para tocar Península y comenzar la búsqueda de un trabajo que alivie la situación familiar de sus seres queridos que se han quedado a miles de kilómetros. Ellos y el grupo de compatriotas que siguen en el CETI se sientan en un bordillo cercano a la entrada del centro, a la sombra mientras el tránsito de otros residentes sigue.
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