He leído en la prensa ceutí que España debe declarar, explícitamente, que Ceuta y Melilla son españolas. Y la españolidad de Ceuta y Melilla es tan auténticamente cierta como que ambas ciudades son España misma. Sin embargo, creo modestamente que, el sólo hecho de tener que obligarse a declarar que son ciudades españolas sería un sinsentido. Lo que de antemano es obvio e irrefutable, resultaría de todo punto innecesario ponerlo luego de tan ruidoso manifiesto, como si se hiciera a modo de aseguramiento preventivo. ¿Por qué motivo o razón se va a pedir lo que ya se tiene y se disfruta a diario y de forma permanente?. Parecería como si ambas ciudades no se tuvieran seguras.
Lo entiendo así, porque, en buena lógica, quien tiene algo que le pertenece y ya disfruta todos los días de su libre disposición y plena propiedad, pienso que para nada necesita ir pregonando que son ciudades de quien las posee, sino que simplemente está ejerciendo su pleno derecho como tal poseedor y propietario de ellas, y… punto. Sólo si alguien llegara a ser perturbado en su legítimo derecho, con el propósito firme y decidido de arrebatárselas, entonces sería cuando tendría que defenderlas y defenderse contra tal supuesto latrocinio.
Las relaciones entre España y Marruecos respecto de Ceuta y Melilla, casi siempre fueron tensas y poco bonancibles; sobre todo, si se tiene en cuenta que no sólo se han desenvuelto dentro del marco bilateral entre ambos países, sino que han trascendido a un contexto bastante más amplio. Y es que, a lo largo de toda la historia, ha sucedido que el cristianismo y el islam han mantenido un largo conflicto que ha durado muchos cientos de años, habiendo ello ejercido una influencia capital sobre los límites, las fronteras, las relaciones de paz y buena vecindad, pero también de permanente conflicto, incluso a veces de belicosidad, con implicaciones religiosas, ya que Marruecos las reivindica bajo la apariencia de que son dos ciudades que pertenecen al islam, para que los demás países musulmanes hagan causa común con él de cara a su hipotética recuperación, que esa sería así una causa superior que fuera mucho más allá de la bilateralidad, tomando su españolidad como una afrenta a toda África.
El mantenimiento a ultranza de tal controversia entre ambos Estados, ha sido siempre la causa de que muchos miles de almas por ambas partes hayan terminado inmolándose en defensa de sus respectivas posturas irreconciliables. Pero, a diferencia de como ocurría en el pasado, hoy, un hipotético uso de la fuerza por ambas ciudades parece de todo punto impensable, al menos, por parte de España como país perteneciente al mundo occidental civilizado; no sabemos si luego por parte de Marruecos se podría contar con el mismo nivel de civilización y discernimiento para poder comprender sin reacción alguna que en el siglo XXI el recurso a la fuerza sería tanto como vulnerar los principios básicos de confianza, amistad y buena vecindad que es dado mantener entre países limítrofes, por exigirlo así las buenas relaciones civilizadas basadas en la vecindad y pacífica convivencia.
Otra cosa distinta sería que el vecino país obligara a España a defender Ceuta y Melilla ante un supuesto ataque marroquí. Eso, atentaría ya gravemente contra nuestro territorio nacional, que como en el pasado fue siempre defendido cada vez que fue necesario hacerlo, no se duda que de nuevo volvería a hacerse, luchando por ellas como antes siempre fueron defendidas con uñas y dientes. Pero, mientras tanto que eso no ocurra, debe imperar siempre la cordura y la paz. Toda guerra o contienda destruye, asola, crea injusticias, no resuelve ningún problema y engendra otros nuevos; con la guerra, nadie gana y todos pierden, el pueblo que tiene que soportarla sufre cruel e inhumanamente, como se está claramente viendo en la injusta y caprichosa guerra iniciada por el país agresor en el caso de Ucrania. Por eso, nunca la pasión debe borrarnos el conocimiento y el sentido común.
Las relaciones hispano-marroquíes no sólo se insertan dentro del contexto de la bilateralidad entre España y Marruecos, sino que, igualmente, ese viejo conflicto ha trascendido muchas veces a un escenario crítico y hostil hacia España mucho más amplio, puesto que también han estado presentes en el mismo dos mundos: oriental y occidental; dos religiones: cristianismo e islamismo; dos grandes mares: Mediterráneo y Océano Atlántico, dos maneras distintas en la forma de ver las cosas y de entender la vida; dos civilizaciones diferentes que han ejercido su mutua influencia entre dos viejos y extensos continentes: europeo y africano.
Por ese “ancho” Estrecho gibraltareño, o brazo de mar internacional comprendido entre las dos orillas, han discurrido a lo largo de la historia los mayores tráficos de mercancías y los grandes flujos de personas, de culturas, de pensamiento, ideas y acontecimientos más intensos del mundo; habiendo sido dicho Estrecho gibraltareño testigo silencioso del paso obligado de casi todas las culturas, civilizaciones y pueblos que poblaron la Península Ibérica, como fenicios, griegos, cartagineses, romanos, visigodos, árabes, cristianos y un largo etcétera, que durante miles de años fueron formando y fijando los límites fronterizos en la zona, sobre todo, entre España y Marruecos.
Es rigurosamente cierto que España posee sobre Ceuta y Melilla todo un cúmulo de títulos jurídicos (tratados, convenios, acuerdos, paces, etc), que la legitiman como nación soberana con pleno dominio sobre ambas ciudades he expuesto. Por el contrario, Marruecos, no se halla en posesión de ni un solo documento que fehacientemente acredite la mera presunción ficticia que por su parte hace de que ambas ciudades son suyas, cuando hace ya 607 años que en 1415 perdió Ceuta a manos de los portugueses y cuando dicho país magrebí sólo era un conglomerado de kabilas sin que llegara a constituirse en Estado independiente y soberano hasta 1956. Y España posee Ceuta desde 1640 y Melilla desde 1497.
El vecino país, sólo puede alegar en su remoto favor que ambas ciudades españolas geográficamente están enclavadas en el continente africano, pero eso, por sí solo, de ninguna manera le faculta para reivindicarlas, porque a ello se opone abiertamente el Derecho Internacional. Una de las numerosas pruebas de la sólida españolidad de Ceuta y Melilla, se tiene en que la Organización de las Naciones Unidas jamás las incluyó en la lista de territorios no autónomos, o a descolonizar, porque como se conocía los cientos de años que llevan perteneciendo a la plena soberanía española, pues su encuadre político y administrativo caen dentro del sistema autonómico, según la nueva organización territorial diseñada por la Constitución Española de 1978, como ciudades autónomas españolas.
Marruecos no podría aportar ni un solo documento donde consten ni la pertenencia, ni la posesión, ni la propiedad sobre Ceuta y Melilla, porque es rigurosamente cierto que, tanto política como administrativamente, ambas ciudades son de soberanía y de pleno derecho españolas desde hace ya seis siglos, lo que hace de todo punto imposible que, a la vez, también puedan ser marroquíes, por mucho que despectivamente Marruecos las venga llamando “presidios”, “enclaves”, “ciudades marroquíes ocupadas por España” o “ciudades oprimidas”.
Precisamente, lo de “ciudades oprimidas” y todo lo demás lo dice falazmente Marruecos de dos preciosas ciudades españolas, en las que ningún residente originario de cualquiera de las cuatro culturas que están empadronados en Ceuta y Melilla (ya sea la cristiana, musulmana, hebrea o hindú), seguro que nadie querría pasarse a pertenecer ni a residir en Marruecos. En cambio, desde donde los propios nacionales marroquíes quisieran escapar para que les dejara pasarse a residir en Ceuta y Melilla (España) sería desde el propio Marruecos, hasta el punto de que huyen a diario a nado y en pateras, incluso jugándose sus propias vidas, con tal de escapar para conseguirlo.
“Marruecos no podría aportar ni un solo documento donde consten ni la pertenencia, ni la posesión, ni la propiedad sobre Ceuta y Melilla, porque es rigurosamente cierto que, tanto política como administrativamente, ambas ciudades son de soberanía y de pleno derecho españolas desde hace ya seis siglos”
Y si bien, las actuales relaciones hispano-marroquíes están ahora bastante cambiadas y han recobrado casi la normalidad, discurriendo por cauces más razonables y más acordes con los nuevos tiempos que vivimos, no es menos cierto que las antiguas rivalidades todavía no han desaparecido del todo. Es cierto que Ceuta y Melilla hoy han dejado de ser algo así como ciudadelas o antiguas fortalezas avanzadas en territorio de África, para convertirse en peculiares puntos de encuentro entre Oriente y Occidente. Ahora se tiene ya como irrefutable la existencia de Ceuta y Melilla como territorios españoles de plena soberanía geográficamente enclavados en territorio africano, es más, ambas ciudades españolas son los únicos rayos de luz que alumbran libertad, cultura occidental y democracia en territorio español en África.
Pero, a pesar de ser hechos consumados y prácticamente irreversibles, Marruecos no ha renunciado a sus pretensiones sobre la soberanía de Ceuta, Melilla, a las que se empeña en calificar territorios marroquíes “ocupados”- Y tal conflicto que tan de antiguo viene por ambas ciudades, no sólo es bilateral, sino que trasciende el ámbito global porque también posee una suerte de dimensión religiosa que ha ejercido una importancia capital desde sus inicios y parece que se tiende a soslayar en nuestra época, pero que siempre ha trazado como una línea divisoria entre Europa y África, enfrentándose por ello dos religiones encarnadas en sendas civilizaciones rivales desde muy antiguo, que han mantenido un largo de la historia antagonismo y beligerancia, cuyas secuelas todavía perduran, como mundo occidental y como mundo islámico.
Paradójicamente, lo que sí está ocurriendo en los últimos años es que, en Ceuta y Melilla, está teniendo lugar un fenómeno demográfico, en virtud del cual la migración de un grupo étnico de origen marroquí está emigrando a ambas ciudades, adquiriendo la nacionalidad española y su espectacular crecimiento subsiguiente que han provocado, de una parte, una situación inédita que ha modificado sobremanera el estatus de estas urbes: los descendientes de quienes habían sido enemigos irreconciliables conviven hoy en ellas hasta en cuatro culturas compartiendo la ciudadanía y conviviendo pacíficamente de forma ejemplar, caso insólito y encomiable cuando en otros lugares de parecida composición étnica, la convivencia suele ser más conflictiva.
Este es un fenómeno inédito en la historia del largo conflicto que se ha disputado por estas urbes, y ha provocado una curiosa situación que hubiera parecido impensable en otros tiempos: por una parte, el islam podría predominar en Ceuta y Melilla sólo en el sentido de que anida ya en los corazones y en las mentes de la mayor parte de sus habitantes como grupo étnico de origen marroquí que ha roto sus vínculos jurídicos con Marruecos cuando adquirió la nacionalidad española, tras lo cual sus miembros se han convertido en ciudadanos españoles de pleno derecho, y después han venido al mundo nuevas generaciones de musulmanes españoles cuyos antepasados son marroquíes, pero que encuentran en ambas ciudades un “modus vivendi” más occidental, más abierto, más libre, más social y más democrático.
En realidad, si se contempla esta cuestión desde otro punto de vista, España —y con ello, Occidente— también ha conquistado para sí —igualmente en cierto sentido— a una parte de la población marroquí mediante el procedimiento de absorberla después de que hubiera abandonado voluntariamente su país para establecerse en territorio español e integrarse —con mayor o menor éxito— en la sociedad española con la esperanza de mejorar su condición de vida, cuya solución no encontraron en Marruecos.
Como resultado, se ha producido una suerte de mestizaje intercultural ejemplar y ejemplarizante, no exento de problemas, cuyo éxito —o fracaso— dependerá en buena medida de las próximas generaciones y condicionará sobremanera de cara al futuro de Ceuta y Melilla, desde ese punto de vista exclusivamente religioso y demográfico. que sebe ser de paz y de convivencia en bien de todas las etnias originarias de las cuatro culturas de las que proceden, en base a las cuales se necesitaría prever y diseñar políticas adecuadas que fomenten, promuevan y favorezcan la integración y la convivencia pacífica modélica de cara al futuro, pues ello puede resultar de gran interés si se sabe crear el clima adecuado de mutua armonía y concordia, mediante las implicaciones políticas, sociales, económicas y estratégicas que sería de interés estudiar con visión anticipada de futuro porvenir. Feliz salida y entrada de Año a todos/todas.