Mientras las labores de identificación de toda aquella persona que resulte sospechosa no cesan, hasta el punto de provocar ácidas críticas de sindicatos como el SIPE, la detección de pases de droga a pequeña escala a través de culeros o individuos que portan droga adosada ha entrado en sequía. Si antes las fuerzas de seguridad no daban a basto para contener el desfile de hombres y mujeres cuyo objetivo era alimentar a las pequeñas redes dedicadas al tráfico de estupefacientes, ahora la balanza se ha desequilibrado radicalmente hasta el punto de que interceptar estos pequeños pases representa una auténtica lotería. Las estadísticas ofrecidas por el Ministerio de Interior arrojaban un 43% de descenso en intervenciones relacionados con el tráfico de drogas. ¿Pero esto supone que los pequeños pasadores hayan perdido el ingenio o se hayan acomodado optando por burdos pases? La realidad dice lo contrario: siempre hay casos en los que las fuerzas de seguridad creen haber visto de todo hasta que se sorprenden con individuos que, hasta ese momento, vivieron de burlar a quienes pensaban que se las sabían todas. El pasado fin de semana, la Policía Nacional destinada en la estación marítima impedía el paso de un joven porque su modo de expresarse les llamó la atención. Nunca hasta ese día le habían detenido, y no porque no hubiera efectuado pases sacando mercancía desde Ceuta y desde Marruecos, sino porque la suerte nunca le había abandonado. Su pase: usar unas zapatillas deportivas, finas y bien preparadas, para acoger debajo de las plantillas menos de un kilo de bellotas de hachís.
Su nerviosismo y su relato incoherente le delató, no la vía de pase que en tantas otras ocasiones le había servido para ganar un sobresueldo. Su historia no ha pasado desapercibida en los juzgados. De no ser por la sagacidad de los agentes de turno, habría seguido obteniendo rentabilidad de un pase redondo.