Paseando por los aledaños de un gran centro comercial presencié como un considerable número de efectivos policiales apresaban a un ciudadano que momentos antes había sustraído una insignificante cantidad de alimentos que portaba escondido entre su vestimenta. Para apresarle habían acudido seis policías nacionales, dos de la policía local, tres coches patrullas dotados con alarmas acústicas y lumínicas y, por si era poco, dos motos. La policía haciendo gala de su exquisita forma de actuación concluyó su intervención acompañando a aquel ciudadano a sus dependencias.
Lo acontecido no me resultó nada sorpresivo pero sí los comentarios de las personas allí concentradas. Nadie estaba contra aquel hombre que, a juzgar por su aspecto e indumentaria era un pobre personaje, y sí muy en contra de determinados plutócratas que posee este País los cuales sin mensura alguna se apropian de manera indebida de nuestro patrimonio. Es triste que el sentir general de este grupo de personas fuera la de solidarizarse con aquel hombre que, por supuesto había cometido una punitiva acción, mientras despotricaban con desprecio a la clase política que nos maneja arguyendo los muchos abusos, despilfarros y corruptelas que llevan a cabo.
Los ciudadanos estamos hartos e indignados con la enorme corrupción existente, más aun cuando la inmensa mayoría de estos casos se diluyen, se esfuman y acaban en nada. De manera simultánea el paro se incrementa, los impuestos nos asfixia, el estado del bienestar se tambalea y el País se empobrece. Mientras otros muchos portan ingente cantidad de dinero a paraísos fiscales sin control alguno, pagando sobornos, etc. Quiero vivir en democracia, pero esta no es la que yo quise y voté a la muerte del dictador.