Categorías: Opinión

Emigración y crisis económica

Las migraciones se dan en todos los continentes y han ocurrido en todas las etapas del desarrollo de la humanidad. Y además, no se generan, exclusivamente, desde las zonas más pobres a las más ricas. Ya en 2003 la ONU nos informaba de que los flujos de emigrantes Sur-Sur eran de mayor importancia que los flujos Sur-Norte. Los datos indicaban que del total de emigrantes que se estimaban a nivel internacional (un 3% de la población mundial), solamente un 63% residían en los países desarrollados.
Hay muchas teorías que explican el fenómeno migratorio. Las más actuales se articulan en torno a tres conceptos. El de “modernización”, que considera al emigrante como un emprendedor. El de “dependencia”, que señala al desarrollo económico de algunos países como el causante del subdesarrollo de otros. El de “articulación”, que nos habla de las reglas económicas del funcionamiento de los mercados de trabajo, para justificar la necesidad de mano de obra foránea. En ningún caso se atribuye el mismo a planes preconcebidos de determinados centros de poder, religiosos o políticos, para “destruir” o “invadir” la sociedad occidental. Al menos, desde un punto de vista científico. Por supuesto, libelos de este tipo han de circular por la red, cuando algunos se atreven a dejarlo escrito en los periódicos, pese a que deberían saber que propagar y promover el odio o la discriminación por razones de raza, religión, ideología o país de residencia, está tipificado como delito en nuestra legislación. Ellos verán. También sus editores.
España ha sido tradicionalmente un país de emigrantes. En 1970 había un total de 3.359.035 compatriotas trabajando en el extranjero, de los que 2.163.419 estaban en Iberoamérica y 1.073.177 en Europa. Sin embargo, en 2006 el número de empadronados extranjeros en nuestro país se elevaba a 3.730.610 (542.314 en 1997), lo que representaba un 8,46% de la población total (1,38% en 1997). En la década de 1992 a 2003, fuimos nosotros los de mayor incremento medio anual de inmigrantes de toda la Unión Europea (11,8%). La actual situación de crisis económica ha cambiado el panorama.
En 2013 residen en España más de cinco millones y medio de extranjeros. Esta cifra supone 251.371 más que en 2008, pero 216.125 menos que en el año anterior. Es decir, el saldo migratorio entre los extranjeros, comienza a ser negativo. Las razones son claras. En 2008 la tasa de paro de esta población era del 22,9%, frente a un 10,2% en la nacional. Los últimos datos la sitúan en el 39,2%, frente al 25,1% nacional. Esto ha ocurrido porque ocupaban los empleos más precarios, y en los sectores más afectados por la crisis. No es extraño que en esta situación, la tasa de riesgo de pobreza entre ellos se haya disparado al 43,5%. Si a ello sumamos el hecho de que sus salarios medios se situaban en torno a los 15.000 euros anuales, frente a los 23.500 de los trabajadores nacionales, y de que muchas de estas personas no tienen cotizaciones suficientes para cobrar el desempleo, habremos descubierto parte de los argumentos que explican esta nueva situación.
Respecto a los nacionales que vuelven a salir de España, los datos nos indican que en 2010 fueron 39.537, y 62.469 en 2011. Esto ha supuesto saldos migratorios globales negativos de 16.498 y de 34.024 personas, respectivamente. En cifras totales, durante el periodo 2009 a 2013 los españoles residentes en el exterior pasaron desde 1.471.691 hasta 1.931.248. Pero hay diferencias muy importantes respecto a la emigración española de los años sesenta. Entonces se hizo, a pesar del crecimiento de los salarios medios. Había un deseo de “progresar”. Ahora estamos inmersos en un proceso de crisis económica importante, y emigran personas altamente cualificadas, lo que supondrá significativos perjuicios a nuestro desarrollo económico.
Una conclusión de todo lo anterior es que el desempleo, la precariedad laboral y el aumento de la exclusión social, han cambiado nuestro panorama migratorio. Los inmigrantes asentados en España, a los que se les acusa de que vienen a aprovecharse de nuestro Estado de Bienestar, son los primeros que están saliendo, al ser el colectivo más castigado por la crisis. Y entre los españoles nativos, son los mayores de treinta años, con alta preparación, los que también se marchan, deteriorando aún más nuestro mercado de trabajo.
Sin duda alguna, cuando nuestro país supere la grave situación económica a la que nos han avocado los poderes financieros, volveremos a necesitar de todos los que se van. También de esos inmigrantes que aportaron a nuestra economía mucho más de lo que recibieron (un 3,5% del total del crecimiento registrado entre el año 2000 y el 2006), a pesar de los tópicos que circulan por ahí. Quizás algunos de los que hoy los repudian injustamente, volverán a alegrarse con su presencia.

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