No es ésta la primera vez que dedico mi colaboración al que, con razón, llaman el deporte nacional.. El fútbol no es una cuestión menor en la vida del español medio. Centenares de miles de personas acuden cada jornada a los estadios, y millones de ellas ven partidos en la televisión. Pocos son los que adoptan esa postura esnob de menospreciarlo como si fuera algo extremadamente vulgar y ajeno al buen gusto.
Por lo que a mí respecta, el fútbol ha sido –y sigue siendo- la mayor afición de mi vida. Hasta presidí la entonces llamada Federación Norteafricana (Ceuta y Melilla) allá por los 70 del pasado siglo Teniendo tan solo siete años, mi hermano –con doce- me llevaba a ver los partidos del Ceuta. Recuerdo que casi siempre subíamos andando por la llamada “trocha de Otero”, aunque a veces íbamos en la “camioneta”, aquellos antiguos y entrañables autobuses blancos. En el entonces recién bautizado estadio “Alfonso Murube”, aprendí a alegrarme con las victorias y a entristecerme con las derrotas. Soy uno de esos viejos aficionados que todavía recuerdan las alineaciones de la “Sociedad Deportiva Ceuta” en aquellos remotos tiempos, las que comenzaban con “Comas, Telechía, Carrasco”, o “Zamorita, Perico, Pepín”. Allí vi los tres míticos partidos del Ceuta contra el “Atlético Aviación”, nombre que tras la Guerra Civil adoptó el “Atlético de Madrid” y también al Real Madrid con el delantero centro Pruden y al Barcelona con Martín en dicho puesto. He llegado a ver cómo al Ceuta disputaba la eliminatoria de ascenso a Primera División en dos ocasiones, ambas fallidas.
En definitiva, han sido centenares y centenares los partidos que he presenciado en nuestro estadio, y también otros muchos en el campo del 54, hoy “José Martínez Pirri”, donde juegan los aficionados y donde surgieron auténticas figuras del fútbol español: Bravo, los hermanos Lesmes, Ramoní, Pirri…Estos dos últimos llegaron a jugar juntos algunos partidos en la selección nacional, Por aquel entonces, dos de los once titulares del equipo nacional eran ceutíes.
Como todos los aficionados que vivimos en poblaciones que carecen de un club en Primera División, escogí mi “equipo grande”, y me hice “madridista” hace ya muchos años. Durante el curso 1956-57, cuando terminé la carrera de Derecho en la Universidad Complutense, acudí en ocasiones al entonces flamante estadio de Chamartín, más tarde bautizado con el nombre de aquel gran presidente que se llamaba Santiago Bernabéu. Allí presencié una final de la Copa de Europa, hoy “Champions League”, en la que el Real Madrid derrotó a la “Fiorentina” por dos a cero, proclamándose Campeón por segunda vez. Eran los años de Di Stefano, Gento, Kopa… y del ceutí Rafael Lesmes, un extraordinario defensa que llegó también a internacional.
Durante muchas temporadas, ver jugar al Madrid ha sido un auténtico gozo. Un equipo compacto, bien preparado, con magníficos jugadores y, especialmente, con el que considero el mejor del mundo, Cristiano Ronaldo, quien tenía contrato hasta el año 2021, con una cláusula de rescisión de mil millones de Euros. Pero con la inverosímil pérdida de este auténtico “crack”, en la que se ha pasado por encima de la previamente acordado y firmado por ambas partes -el club y el jugador- prescindiéndose tanto de la vigencia del contrato hasta el final de la temporada 2020-21 como de la cláusula de rescisión que exigía un imposible pago de mil millones de Euros, el señor presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, ha dejado ir por ciento seis millones de Euros y en el año 2018 al referido “crack”, cinco veces Balón de Oro. Pese a ello, además, parece que Cristiano Ronaldo le tiene algo así como un cierta inquina a su antiguo club, al que critica públicamente y con el que desea enfrentarse. Según dicen, llegó a comentar que si lo vendían por cien millones es que ya no lo querían. Si eso es verdad, mayor desconcierto todavía.
¿Qué ha habido detrás de una decisión tan absurda como la de dejar ir al jugador que, año tras año, no solamente era el máximo goleador, sino también, según se está demostrando, el alma del equipo en el terreno de juego? ¿Qué extraña razón llevó a la situación actual? De ser un gozo, ver jugar ahora al Real Madrid se ha convertido en un auténtico sufrimiento. Tropezando en casa y fuera; recibiendo goleadas de equipos muy inferiores sobre el papel; cambiando de entrenador sin dar con la tecla; venciendo en Huesca muy injustamente ante un equipo inferior, pero aguerrido, que lo embotelló durante todo el segundo tiempo; trotando sobre el campo sin ton ni son; desorientado, nervioso, acomplejado, con canteranos que no acaban de dar la talla… A veces, tras unos minutos en los que parece haber reaccionado, el equipo decae incluso hasta hacer el ridículo. Si marca el primer gol, se echa atrás, lleno de nervios, para tratar de conservar esa pequeña ventaja como oro en paño. Da toda la impresión de que ha perdido la confianza en sí mismo y, con ella, aquel espíritu triunfador que, por lo que se está viendo, le insuflaba Cristiano Ronaldo.
Cuando esta colaboración se publique, ya se habrá jugado el partido entre el Madrid y el Rayo Vallecano. Como tantos seguidores, espero esa reacción que tarda en llegar. De cualquier modo, la prueba de fuego estará en el próximo Mundialito de Clubes, en el que el día 19 se enfrentará, allá en Abu Dabi y en semifinales, al vencedor del partido entre el Kashima japonés y el Guadalajara de Méjico. Es muy posible que de ese encuentro y, en su caso, de la posterior final, se puedan sacar lo que en Derecho se llaman las “conclusiones definitivas”.
Según las “conclusiones provisionales”, el equipo va mal, más que mal, requetemal. De seguir así, acabará convirtiéndose en el reMal Madrid. Por mi parte, aunque critique, le seguiré diciendo siempre “¡Hala Madrid!”