El pasado lunes, la tenista rusa María Sharápova ofreció una rueda deprensa cuya complejidad ya se podía advertir desde que el domingofuera anunciada su convocatoria como de máxima relevancia. Los rumores apuntaban con fuerza hacia la retirada de la deportista, a pesar de sus 28 años (29 en abril), pero la realidad fue mucho más cruda.
En su comparecencia, Sharápova anunció que había dado positivo en uno de los controles antidopajes del primer Grand Slam de la temporada, el Abierto de Australia. La ganadora de los cuatro grandes del tenis explicó que le habían detectado una sustancia conocida como Meldonium, registrada este año por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) en la lista de sustancias dopantes por su capacidad para incrementar la resistencia del deportista y su recuperación física. Según sus declaraciones, la tenista había ingerido Meldonium durante la última década antes de su ilegalización, por lo que continuó con esta práctica cometiendo el gravísimo error de no revisar la actualización de la lista de sustancias dopantes. Tampoco lo hizo su equipo, lo cual es aún más sorprendente.
Sharápova puede llegar a ser sancionada con hasta cuatro años de suspensión, aunque lo más probable es que se reduzca a dos, un periodo de inactividad que dificultaría el regreso de la genial rusa a las pistas. Su edad es un hándicap, porque, como saben, el nivel y el ritmo competitivo solo pueden mantenerse compitiendo, y, en caso de perderlo, solamente se recupera con la propia competición. En el mejor de los casos, la deportista, que ha descartado retirarse, volvería al circuito alcanzada la treintena, con el primer objetivo de recuperar la forma que requiere la élite. En otras palabras: es muy probable que el deporte mundial haya perdido el final que merece la carrera de la brillante estrella siberiana.
Esta situación me ha hecho reflexionar sobre la inflexibilidad de la política antidopaje en puntos que, al menos en mi opinión, deberían responder un poco más a la coherencia. Honestamente, no comprendo cómo durante el primer año en el que se prohíbe una nueva sustancia dopante la sanción se aplica de forma tan agresiva. Por supuesto, no niego en ningún caso que el deportista y su equipo deban estar al tanto de las modificaciones que se llevan a cabo en un apartado tan importante en el deporte actual como es el dopaje, pero también creo que somos humanos y que errores estúpidos, meros despistes, como el de Sharápova pueden surgir y arruinar completamente su imagen y carrera.
Por ello, creo que la aplicación actual de las sanciones durante el citado primer año es un absoluto desatino. En su lugar, debería establecerse un sistema de sanciones limitadas a un periodo de tiempo muy inferior a modo de advertencia que permita continuar el curso de la temporada, pues de no ser así se continuará equiparando injustamente esta equivocación menor con otras de mayor calado.
Las instituciones encargadas de gestionar lo relativo al dopaje deportivo deben entender que la mejor defensa del deporte consiste en establecer el trato más ecuánime posible a quienes lo practican, los verdaderos protagonistas, los que, en realidad, lo mueven todo.