Por el laberinto urbanístico del barrio ceutí Príncipe Alfonso corría la noticia de la muerte de uno de sus vecinos en la Siria que se tiñe de violencia y sangre cada día. Había dejado a una esposa y dos hijos, a una familia desconsolada, su trabajo como taxista, a sus amigos. Al parecer –según información facilitada por El País, el mismo 12 de junio pasado- otros tres ceutíes habían marchado en abril al país de Medio Oriente con el mismo objetivo: incorporarse a uno de los bandos implicados en la guerra civil siria; al que quiere destruida la dictadura de la rama baasista, que personaliza el presidente Bachir Al-Asad. Qué quieran como repuesto, no se sabe.
¿Qué proceso ha llevado a un hombre con responsabilidades familiares a tomar una decisión tan grave y trágica? ¿Qué está sucediendo en el barrio de El Príncipe para que algunos jóvenes se deslicen por tobogán tan peligroso? Se detuvo en su momento a presuntos culpables de estar implicados en los horrorosos atentados de Casablanca, en mayo de 2003, y fueron expulsados del Ejército tres miembros acusados de simpatizar con el extremismo islamista, además del incendio de dos morabitos. Las heridas del 11-M aún tardarán mucho en cerrar y polarizaron en vísperas de elecciones a la sociedad española como no se había visto en mucho tiempo. Han pasado los años, todo vuelve a acallarse y el barrio ceutí sigue hirviendo a fuego lento. Son muchas preguntas las que cualquier vecino de la ciudad autónoma y cualquier otro español pueden alumbrar. ¿Qué está ocurriendo en El Príncipe? ¿Por qué ese barrio muestra año tras año, administración tras administración, el mismo rostro de ausencia de la Ley, de anomia social, de abandono, de miseria y caos? Todas estas preguntas se lanzan al albur de conversaciones y dejan un regusto de hastío y preocupación, pero tienen unos destinatarios evidentes, la Administración local y la estatal. En ellas, por supuesto, están involucrados los partidos políticos mayoritarios, gestores en distintos niveles de las competencias que afectan a Ceuta. Pero no sólo a ellos, también están los sindicatos implicados y la comunidad musulmana. Elevando el nivel, tampoco es ajeno el país vecino al nuestro, Marruecos, de lo que con inquietud podríamos calificar de “huevo de la serpiente”. La ideología salafista puede estar incubando en un entorno social y económico peligrosamente degradado por el paro, la delincuencia asociada al tráfico de drogas, la presencia de armas de fuego, el fracaso escolar, la falta de perspectivas para sus elementos más jóvenes, la ausencia de servicios públicos, etc. Bien sabemos que el vacío no es tolerado por nuestra naturaleza y cuando una amplia comunidad, como es el caso, se ve acuciada por graves deficiencias, respuestas degeneradas ocupan el lugar abandonado. Será necesario matizar de nuevo que, el hecho de la miseria no implica necesariamente la adopción de ideologías violentas y la puesta en práctica de sus postulados, pero no podemos olvidar el carácter de este barrio de mucho más de veinte mil habitantes y su vulnerabilidad por ausencia de la Ley, por ausencia de los mecanismos de adaptación, regulación y control que toda comunidad desarrolla para su pervivencia. Una somera visita al barrio deja traslucir por su evidente degradación que todo está permitido, lo que transmite a los que no se conforman la ausencia de esperanza.
¿Se produce ya, aunque fuese de forma soterrada y no pública y notoriamente, el ejercicio de moral pública de carácter salafista en el entorno del barrio? Si la comunidad musulmana no es consciente de la gravedad de todos estos hechos, la presión llegará y lo hará de forma brutal cuando menos lo imaginemos. El barrio está siendo visitado por algunos agentes en los que ni se puede ni se debe confiar, que vienen a predicar a determinada mezquita desde el país vecino. Recientemente, indultado por Mohamed VI por supuesta vinculación con los atentados de Casablanca en 2003, Omar Hadouchi, salafista tetuaní, ha estado calentando a las personas, probablemente a los más jóvenes, que asisten a la mezquita Atauba con su discurso extremista y no hace demasiados años era notoria la presencia de un saudí. A todo esto, se superpone la identificación de la miseria con causas que involucran como un todo a una “sociedad cristiana” de la que se encuentra separada la “sociedad musulmana”, como victimario y como víctima. Es evidente que en este magma, en este caldo de cultivo, las semillas del islamismo salafista y del yihadismo pueden llegar a prosperar rápidamente –si es que no lo han hecho ya- de no tomar conciencia la sociedad ceutí, primero, y el conjunto de la española después, de la gravedad del asunto. La ciudadanía tiene que reaccionar antes de que sea demasiado tarde y denunciar cierto pacto de silencio en los medios sobre estas cuestiones, señalar abiertamente a los responsables políticos de este desastre, para que se adopten las medidas institucionales, políticas, de seguridad, sociales y económicas tendentes a crear un plan integral para este barrio en el que se deberá actuar contundentemente durante años con la participación activa de la comunidad musulmana ceutí (responsable por acción o por omisión de este estado de cosas) al objeto de devolver la normalidad y la tranquilidad social a todos los ciudadanos de la ciudad autónoma. El huevo y la serpiente del islamo-fascismo han de ser erradicados para siempre de un barrio que, no por ser humilde y trabajador, merece también el cuidado de todos los españoles de bien, sea cual sea su credo religioso, su ideario político, su condición social y su identidad personal.