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El Día de Ceuta

Este fin de semana estamos inmersos en la celebración del “Día de Ceuta”. No sé cómo ni porqué, pero en un momento determinado la descentralización del Estado español llegó a algo tan genuinamente español como las fiestas patrióticas. Algunos debieron pensar que si teníamos un día de fiesta nacional, el 12 de octubre, era justo y necesario que las Comunidades y Ciudades Autónomas se inventaran su particular día de la patria chica. Cada administración autonómica eligió la fecha que consideró más apropiada. En el caso de Ceuta el día elegido fue el 2 de septiembre, jornada que conmemora el momento en el que el primer gobernador de Ceuta, el portugués Pedro de Meneses, tomó el aleo en la mano y empezó a mandar con la libertad que otorga la distancia de la metrópoli lusitana. Era una alegoría aproximada de lo que supone un gobierno autonómico como el Ceuta, en el que la lejanía geográfica es compensada con una presencia importante de la administración central.

No recuerdo que entonces surgieran muchas voces discrepantes sobre la idoneidad del día elegido como fiesta de la Autonomía de Ceuta. Las críticas han venido de la mano del crecimiento de los partidos locales que tienen su principal caladero de votos en la comunidad musulmana de la ciudad. Fue a partir de entonces cuando las costuras de la identidad de Ceuta empezaron a tensarse y a amenazar con romperse ante la incomodidad que les provoca a algunos el vestido común de nuestra historia. Ciertas partes de este complejo traje confeccionado con las telas de la historia de Ceuta provocan sarpullidos en la delicada piel de algunos de nuestros vecinos. Ante esta incómoda situación sólo queda aplicarse una buena dosis de “Talquistina” o desbaratar el vestido de nuestro pasado para rehacerlo con nuevos tejidos. La opinión de algunos partidos es que deberíamos buscar una tela neutra y antialérgica para que todos estemos cómodos.   No parece una propuesta descabellada la que hacen estos partidos políticos si así logramos que todos nos sintamos bien y estemos a gusto.

En general, la proliferación de días para reivindicar todo tipo de causas (El Día de la Tierra, el Día de los Humedales, el Día de la Paz, etc…) sólo tienen utilidad para los medios de comunicación que, de este modo, encuentran un tema precocinado para rellenar sus páginas o minutos de emisión radiofónica o televisiva. Pero si poco me gustan estos efímeros recuerdos a causas que deberían estar presentes todos los días, menos me atraen las celebraciones que, como el Día de Ceuta, -o cualquier otra autonomía-, tan sólo sirven para la ostentación del poder político. Realmente, ayer no celebramos el Día de Ceuta, sino el día de los poderes institucionalizados de Ceuta. Todo lo que ayer se dijo y hoy se comenta en los medios de comunicación gira entre lo que dijo el Sr.Vivas en su discurso y lo que replican los representantes de los partidos de la oposición. Ceuta y sus gentes son un convidado de piedra en esta celebración.

Celebrar Ceuta sería hacerlo de sus paisajes, de sus montes, de su mar, de su patrimonio cultural, de sus tradiciones y costumbres, pero de estos elementos que dan identidad a nuestra ciudad nadie se acuerda. Todo el año maltratamos a esta tierra que ayer celebramos deformando su silueta con construcciones insultantes al buen gusto y la belleza, ensuciando nuestros montes y acantilados, contaminando el mar con vertidos de fuel que quedan impunes gracias a los mismos gobernantes que ayer proclamaban su amor incondicional a Ceuta, destruyendo su patrimonio arquitectónico para saciar la codicia de algunos próceres que ayer ocupaban sillas preferentes en el auditorio o dejando morir tradiciones tan ceutíes como las salazones. Es un ejercicio de vergonzante hipocresía celebrar “El Día de Ceuta” con este expediente de olvido y maltrato hacia esta tierra mágica y sagrada. ¿Quieren celebrar Ceuta? Pues ámenla todos los días del año no con proclamas vacías y golpes de pecho, sino con acciones y hechos. Fomenten la participación ciudadana,- que es mucho más que financiar los carnavales y las cruces de mayo en las barriadas-; promuevan el conocimiento de nuestro pasado, la comprensión del presente y la planificación del futuro; impulsen la creatividad empresarial, cultural y artística; arranquen el motor de la energía cívica que consiga poner en marcha a la dormida y conformista sociedad ceutí. Hace falta modelar a un conjunto cívico capaz de honrar a esta bella ciudad transfretana. Una sociedad digna de la gloriosa historia de este lugar y respetuosa con su carácter sagrado.  Necesitamos ceutíes honestos y valientes que defiendan a esta ciudad frente a todas las presiones que recibe desde dentro y desde fuera. Hombres y mujeres que luchan por los supremos ideales de la bondad, la verdad y la justicia, desde el respeto y la obediencia a las leyes que hemos consensuado entre todos. Las autoridades tienen la obligación ética de promover el sentido del deber cívico entre la ciudadanía al mismo tiempo que respeta y facilita los derechos individuales.

Ética y política tienen que reconciliarse para que los discursos políticos dejen de sonar como un tambor hueco al que nadie presta atención. Es la ciudadanía la que debe tomar la voz para reivindicar en el espacio público una defensa sin reserva de nuestros bienes comunes. Basta ya de refriega política que sólo busca causar daño en el adversario sin aportar nada positivo a la política local.

Y basta ya también de tanta opacidad, de tanta mentira, de tanta connivencia con los sectores más privilegiados y egoístas de la sociedad, de tanta corrupción institucional, de tanta mediocridad e incompetencia.

No es posible, como bien explica Martin Buber en su obra “¿Qué es el hombre?”, lograr una vida plena y digna ni desde el individualismo egocéntrico ni desde el pasivo colectivismo. Primero debemos conocernos a nosotros mismos y luego reintegrarnos en el grupo con personas auténticas e integras. Un ser humano pleno es aquel, en palabras de Buber, “en cuya dialógica, en cuyo “estar-dos-en-recíproca-presencia” se realiza y se reconoce cada vez el encuentro del “uno” con el “otro””. ¡Y qué difícil es llegar a ser uno mismo en los tiempos que corren! Todo está diseñado para convertirnos en seres insensibles a la belleza circundante y a los sentimientos propios y ajenos; seres que prefieren la conformidad al pensamiento dado que la construcción de su propio andamiaje intelectual y el desarrollo de sus capacidades creativas innatas. Entre “seres nada” nada es posible construir con sólidos cimientos.

El sentimiento de identidad y pertenencia no surge de la noche a la mañana ni con ochos tapas a un euro y un paseo en Kayak, aunque esto último pueda resultar muy estimulante. Celebrar Ceuta, insistimos para concluir, es conservar y proteger su patrimonio cultural y natural, así como asentar un cuerpo social sobre firmes ideales sociales, económicos y políticos que permitan el pleno desarrollo de una ciudadanía comprometida de manera activa con el presente de su ciudad y la planificación de su futuro.

Unos ciudadanos llamados a vivir entre la ciudad existente y la ideal, consideradas cada vez más como una sola. Esta ciudad ideal, de la que en otras ocasiones hemos hablado, debemos erigirla a partir del espíritu de nuestra ciudad desplegando un gran esfuerzo colectivo que dará sus frutos en forma de obras de arte, bienestar individual y colectivo y reactivación económica.

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