Categorías: Opinión

El coste del delito

Más de 40.000 euros es lo que ha costado la quema de contenedores en 2012. Un año más atrás, la cifra prácticamente se duplicó. Ese es un coste que pagamos todos y que se da en esta ciudad de la inseguridad subjetiva. Es un dato puramente matemático, detrás del cual se esconden otros más graves, ya que tras la quema de un contenedor está el daño que se le genera a los vecinos y el intento de agresión que se persigue contra los Bomberos, que conforman un servicio público del que se sirven todos los ciudadanos.
Es importante conocer estas cifras. Creo que incluso en los tradicionales consejos de Gobierno, las autoridades deberían informar del coste del delito, del dinero gastado en lo que cuesta reponer, por ejemplo, el hierro que se roba ya a diario, las papeleras y contenedores que se destrozan, los servicios públicos que se apedrean o las infraestructuras comunes que se alteran.
Esos son datos reales que reflejan, también, la parte de degradación social y que sí puede cuantificarse. Porque cuando un suceso aleatorio se convierte en algo demasiado común significa que topamos de frente con un fracaso a gran escala. Fracaso de los padres, fracaso de la sociedad en general y fracaso de la clase política.
En esta Ceuta de discursos políticamente correctos, de agendas y corsés, de una sociedad pasiva... hace falta abrir este debate, porque el futuro de nuestros hijos depende de gestos y pasos que todavía no hemos sido capaces de dar. Si hoy nos rendimos y dejamos que se pierda la batalla, que lo anormal sea rutinario, que el enfrentamiento y la diferencia social sea cada vez más evidente, entonces estamos haciendo un flaco favor a nuestras generaciones porque las vamos a convertir en ciudadanos cansados, violentos, enfrentados, sin porvenir y carentes de un futuro. Somos demasiado poco pueblo como para andar con estas patochadas.
Nuestro pensamiento se debe llenar de datos: del coste del delito, de la sangría cada vez más evidente entre las dos Ceutas, de la degradación que se está produciendo a unos niveles preocupantes.
Un ciudadano preocupado es un ciudadano interesado. Mirar hacia otro lado es traicionar nuestro deber de padres y nuestra obligación generacional hacia quienes vengan.

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