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El abuso de los singulares de Ceuta

Resulta incuestionable que nuestra ciudad tiene importantes condicionantes geográficos, sociales, políticos y económicos que limitan sus posibilidades de desarrollo. Ceuta por su carácter extrapeninsular, su reducido  territorio, su desorbitada densidad  de población o por ser frontera con un país no comunitario goza de una serie de ventajas fiscales, salariales y un mimo especial en cuanto al dinero que el Estado central invierte en infraestructuras y subvenciones públicas. Tanto el PP como el PSOE han situado a Ceuta en los primeros puestos en el ranking de ciudades que más dinero reciben del Estado por habitante y año. El dinero no ha dejado de fluir, ni siquiera en estos tiempos de penuria económica. Algunas iniciativas de la administración central como los planes de empleo serían imposibles de trasladar al resto de España si se aplicara de manera proporcional al tamaño poblacional de cada comunidad autónoma. Estos planes de empleo, junto a la cobertura de subsidios que le siguen, permiten aliviar la tensión social en una ciudad que bate record en las tasas de desempleo.
Ceuta nos recuerda al personaje principal de la obra universal de Thomas Mann, “la Montaña Mágica”. Hans Castorp, -en un momento de su larga estancia en el sanatorio por una enfermedad fingida o inducida-, se dedica a visitar a los enfermos para aliviar su sufrimiento, hasta que un día alguien le recuerda que es un “niño mimado por la vida”. Pues bien, así es un poco Ceuta, un territorio mimado por el Estado que mira el sufrimiento de los demás con cierta despreocupación y que debido a este excesivo mimo se ha vuelto muy exigente con el estado, pero nada autoexigente en el cumplimiento de sus obligaciones. Otro síntoma de su ñoñería es el enfado que coge cada vez que alguien le recuerda sus obligaciones o que por razones bien fundamentadas le restringe algunas de sus excepcionales ventajas. Pasemos a analizar algunos ejemplos paradigmáticos de lo que acabamos de comentar.
Un primer ejemplo sería el de la producción del agua. Durante mucho tiempo el estado estuvo subvencionando casi al 100 % los gastos derivados de la producción de este líquido vital. Todo iba bien hasta que entró en vigor la Directiva Marco del Agua de la Unión Europea. Esta directiva establecía que todos los gastos relacionados con el ciclo integral del agua tenían que ser repercutidos íntegramente a los consumidores.
A efectos prácticos esto suponía la imposibilidad de seguir subvencionando la producción del agua en las ciudades de Ceuta y Melilla. Hasta entonces el gobierno de la Ciudad vivía feliz sin preocuparse de llevar a cabo una gestión adecuada de este preciado elemento. ¿Para qué preocuparse cuál era el volumen de agua producida si “papá” estado iba a pagar la factura?. Tal fue la despreocupación que las pérdidas en la red de distribución  se situaban hace apenas dos años cercanas al 60 %.
Es decir, que más de la mitad del agua que se metía en la red y que el estado pagaba no llegaba a los grifos y si llegaban sus usuarios no la abonaban. Durante mucho tiempo la ciudad ha contado con un “cubo lleno de agujeros” para llevar el agua a los hogares y cuando el agua escaseaba en vez de arreglar “el cubo” se aumentaba el tamaño del recipiente en forma de ampliación de la desalinizadora a razón de 20 millones de euros cada nuevo módulo.
La papeleta que tiene la Ciudad en materia de agua es muy preocupante. El año que viene se acaba una ayuda, igualmente excepcional, que le concedió el Ministerio de Economía y Hacienda para reformar la red de distribución y poder de este modo,  reducir a unos niveles asumibles las pérdidas en el proceso de conducción del agua. La situación actual es que el año que viene la ciudad no va a recibir ni un duro de subvención para la producción del agua y una serie de millones finales para la mejora de  la red de distribución. A partir de este momento la Ciudad tendrá que recuperar de algun modo el dinero que le cuesta la adquisición del agua a la empresa que gestiona la desalinizadora (0,60 ?x m3). El problema es que la única manera de hacerlo es cobrándola a los usuarios. De modo que si actualmente las pérdidas se sitúan en torno al 50 %, el coste de tal desfase se tendrá que distribuir entre los abonados. A la Ciudad  no le queda otra opción, ya que si asumiera directamente esta diferencia entre el agua producida y el agua facturada sería una subvención encubierta y estaría incurriendo en un grave incumplimiento de la directiva marco del agua e incluso en un fraude económico que no creemos pasara por alto el Tribunal de Cuentas.
El otro ejemplo que queríamos traer a colación para ilustrar cómo la Ciudad se ha convertido en una “niña mimada por la vida (..más bien el Estado)” tiene que ver con el traslado de la basura a la península. Los representantes de la “niña mimada” han cogido una gran rabieta cuando “papá estado” le ha dicho que la subvención del  traslado de los residuos hacia vertederos de la península va a dejar de ser incondicional. De manera similar a lo que ha sucedido con el agua, la ciudad no se ha preocupado lo más mínimo en desarrollar una gestión adecuada de los residuos que se producían en la ciudad. Como ellos mismos han reconocido, toda su gestión se ha reducido en cerrar un vertedero (asunto que se resolvió de un día para otro después de una denuncia de la inspección de trabajo) e implantar una planta de transferencia para llevar las basuras al otro lado del Estrecho. En estos años les ha dado igual que el volumen de generación de residuos no haya dejado de crecer hasta situarnos a la cabeza de las ciudades cuyos habitantes producen la mayor cantidad de basura al año.
De igual modo, su preocupación ha sido nula en cuanto a la implantación de políticas de separación selectiva y reciclaje. Para los desmemoriados les sugerimos que vean el reportaje “Ceuta: la suciedad bajo la alfombra” que produjo el equipo del programa de RTVE , “El Escarabajo Verde” (disponible en la web).  Los únicos avances significativos en esta materia han sido la implantación de un punto limpio y la distribución, un par de meses antes de las elecciones, de contenedores amarillos para la recuperación de envases (la última ciudad de España en dotarse de ellos).
Podríamos seguir la descripción de los síntomas de esta grave dolencia, “la abusitis” de las singularidades, propia de las niñas mal criadas y consentidas.  Sin embargo, más importante que el diagnóstico es el tratamiento. Y para este enfermo imaginario, este Hans Castorp hecho ciudad, le recordamos la misma terapia de choque que sirvió al personaje ideado por Thomas Mann: dejar de lado su ñoñería, quitarse la venda de los ojos para ser consciente de la verdad, afrontar la vida con valentía, abandonar los discursos victimistas y asumir sus obligaciones sin trasladar a los demás la responsabilidad de las consecuencias de su desidia en muchas materias que son de su entera competencia. .

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