Los periodistas dedicamos la amplia totalidad de nuestro trabajo a la defensa de los problemas de los demás, a canalizar las quejas de distintos sectores, a trasladar incluso esas causas en muchos casos perdidas. Somos portavoces de lo que dicen unos, de lo que dicen otros... pero pocos huecos quedan para nuestra propia defensa, para hacer valer nuestra propia dignidad mancillada por aquellos ‘aficionados’ que han encontrado, sobre todo en las redes sociales, esa vía para destruir todo lo que aprendimos, para convertir el sagrado oficio del periodismo en un cajón de sastre en el que todo cabe y todo vale.
Nacen burdas copias de lo que es un medio de comunicación serio, nacen formas de canalizar todo (hasta lo infumable), se disfraza de posverdad lo que siempre ha sido una mentira para dulcificar lo más bajo y atentatorio contra el poder de la comunicación... Y en ese terreno pantanoso los hay quienes tienen que hacer duros esfuerzos por respirar aire puro, por defender que la comunicación como nos la enseñaron aún es posible, que el show y la farándula no puede hacerse extensible a toda nuestra profesión. Primero porque no es justo, segundo porque precisamente las generalizaciones son las peores de las injusticias.
La degradación de una parte de nuestra sociedad se extrapola a la degradación de los mal llamados medios de comunicación. La pérdida de valores necesita encontrar los medios que canalicen no verdades, sino informaciones que uno quiere leer porque satisfacen sus creencias aunque sean falsas. Todo esto, alimentado por ese monstruo de las redes sociales en el que todo vale sin que aún se le conozcan límites, hace un daño terrible a quienes buscan simplemente seguir el camino mostrado en esa Deontología Periodística que era sagrada en la carrera y que, en la vida práctica, se la han ido cargando poco a poco.
El periodismo tiene sombras, vive atemorizado por incontables males que pretenden hundirlo, cargárselo tal y como debería ser. Tiene más fuerza una mentira difundida a través de medios basura que una verdad trabajada, contrastada, respetuosa con los derechos de todos. Y es así porque hay un sector de la sociedad que reclama ese bajunería, que alimenta ese tipo de mal periodismo sustentado por grandes plataformas inversoras. Y perdidos en ese mundo de presiones, de generalizaciones injustas, de falta de respeto todavía hay quienes siguen creyendo en esta profesión porque sin ella algo fallaría. Quizá pecamos en ser incapaces de dar el valor merecido a un buen periodismo frente a esas amenazas