La Filosofía, madre de la Psicología, tiene una innegable aportación a la psicoterapia y es llamativo cómo escuelas filosóficas como el Hedonismo, alrededor del siglo IV a. C. y el Estoicismo con cerca de 2000 años de antigüedad, siguen enriqueciendo el quehacer de la Psicología. El Hedonismo fue una escuela filosófica en la antigua Grecia, cuyo máximo representante fue Epicuro. Dicho filósofo sostuvo que la felicidad consiste en la búsqueda del placer y la huida del dolor y por ello, realizó una clasificación de los placeres: en primer lugar, los naturales y necesarios como comer, nutrirse de agua ante la sed y dormir, en definitiva, necesidades fisiológicas. En segundo lugar, los placeres naturales y no necesarios como comer y beber sin medida (el ser humano es el único animal que come, aunque no tenga hambre y que bebe, aunque no tenga sed), y, por último, los placeres no naturales y no necesarios como, por ejemplo, la obtención del poder o la fama, que hay que evitarlos a toda costa.
Ante dicha clasificación, Epicuro identifica la felicidad con la ataraxia (la tranquilidad del ánimo) y la aponía (la ausencia del dolor en el cuerpo) y para ello, hay que optar por el goce de los naturales y necesarios, aunque los naturales y no necesarios usados con moderación, pueden aportar mucho. La vida placentera se halla en la sencillez y en la abstención de deseos innecesarios que pueden conducir al dolor. El ser humano por naturaleza intenta evitar el dolor a toda costa, pero a veces es mejor experimentar un dolor presente porque va a reportarnos un placer futuro mayor, por ejemplo, vale la pena el sacrificio y transitar un camino escarpado si te va a conducir a un bien futuro. Aunque la sociedad actual no invita a realizar esta ardua tarea, ya que vivimos en la era de la inmediatez con un estilo de vida impuesto por la irrupción de las nuevas tecnologías. Y es que todo se consigue a golpe de clic y cada vez hay menos paciencia en la obtención de un resultado, por lo que se quieren conseguir la metas ya, sin tener en cuenta el proceso porque las redes sociales nos imponen esa aceleración. Por tanto, según Epicuro, para una vida feliz nos recomienda gozar de los placeres naturales y necesarios, pero ¿son estos placeres los que más cuidamos? Por ejemplo, ¿dormimos bien?
Y es que se detecta la necesidad de que aprender a descansar es una asignatura pendiente y no solo para los adolescentes sino también para los adultos. El descanso constituye una función fisiológica tan esencial para la vida como comer, beber o respirar, pero aun así no lo cuidamos. Nos levantamos cansados, malhumorados por el estilo de vida impuesto: utilización de las pantallas hasta altas horas, cenar tarde, la multitarea, la prisa moderna, la presión de la sociedad…
Tal vez no somos conscientes de la importancia de una buena higiene del sueño, de hecho, hay personas que sostienen que dormir es una pérdida de tiempo o que no es necesario dormir tanto … sin hablar del insomnio que se ha generado por la época convulsa que nos ha tocado vivir. Sin embargo, teniendo en cuenta las evidencias científicas, es importante dormir con calidad porque durante la noche se produce un reseteo de nuestro cerebro, la consolidación de la memoria y el aprendizaje que afectará a nuestra capacidad de recordar, de concentración, de atención y de toma de decisiones, sin olvidar que la calidad del sueño afecta a nuestro estado anímico e inmunológico. Un insuficiente descanso nos activa el sistema nervioso simpático y nos pone en modo alerta, en modo supervivencia con el cortisol a tope (la hormona del estrés), desactivándose el sistema nervioso parasimpático o de la calma y provocando consecuencias nefastas para nuestra salud física y mental. Por tanto, hay que convertir el sueño en una prioridad en nuestra vida, instaurando buenos hábitos para contribuir a ello, como usar las redes de forma consciente y gestionar el tiempo que pasamos en ellas con pensamiento crítico. Ante el ritmo frenético y acelerado de la vida, quedémonos con “el elogio de la lentitud” del filósofo Carl Honoré que cuestiona el culto a la velocidad y apuesta por vivir con más sosiego. Dicho filósofo realiza afirmaciones tan valiosas en su libro como: “creo que vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir” o “viajamos constantemente por el carril rápido, cargados de emociones, de adrenalina, de estímulos, y eso hace que no tengamos nunca el tiempo y la tranquilidad que necesitamos para reflexionar y preguntarnos qué es lo realmente importante”.
Por tanto, según Epicuro, para una vida feliz nos recomienda gozar de los placeres naturales y necesarios, pero ¿son estos placeres los que más cuidamos? Por ejemplo, ¿dormimos bien?
Para ello, durante la vigilia (estado del que está despierto) centrémonos en lo esencial porque la mayor parte de lo que decimos y hacemos no es importante, es lo que vino a decir el estoico Marco Aurelio en su Meditaciones: “si buscas tranquilidad, haz menos”. Dejemos atrás la multitarea tan nociva para la salud porque como sostiene el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, “ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”. Ya no se necesita a alguien externo que esclavice al otro como en la época de la revolución industrial y tal como denunció Marx para la obtención de la máxima plusvalía, del máximo beneficio, ahora con el propio superyo basta, (instancia psíquica acuñada por Freud), con su desmedida autoexigencia, el que impone un no parar de producir. Tomemos conciencia de la importancia de prepararnos durante el día para obtener un feliz y reparador descanso y, por ende, una mejor calidad de vida. Ya lo dijo Epicuro, que dormir es un placer necesario. ¡Qué tengan felices sueños!
Piilar Maestre Sánchez Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla.
Diplomada en Educación Social por la UNED Sevilla.
Profesora de Filosofía en IES. Ibn Jaldún. Dos Hermanas (Sevilla).