Una de las conjeturas o sospechas más profundas que puede hacerse un espíritu inquieto es aquella que resulta de la cuestión fundamental: ¿qué sentido tiene la vida?
Y si introducimos como elemento de contraste el conocimiento (papel esencial, diferenciador y vertebrador de la existencia), tenemos que en verdad el sentido de la vida es doble: hay un sentido práctico y un sentido mágico.
En una opinión libre, tengo que el conocimiento, o lenguaje, es una apropiación simbólica e inteligente de la realidad, que sirve como vehículo del entendimiento y vínculo entre las personas, siendo condición previa para cualquier transformación.
Así es la intensidad del conocimiento, así es el área iluminada o conciencia. Así es el conocimiento, así es el vínculo entre las personas. Solo en un estado de conciencia compartida, de vínculo supremo, podrá abordarse la transformación social hacia la justicia.
Pero, como decíamos, la vida es arte mecánica y liberal, y así, esa experiencia que es el saber, tiene doble sentido o función.
De un lado, los atributos y operaciones que una persona debe desarrollar en el desempeño de un oficio y lograr a la postre el alimento. Esto sería el sentido práctico.
De otro lado, la secuencia de pensamientos que alumbramos en aras de la comprensión de nuestro papel en el cosmos. Algo indeterminado y de huidiza interpretación, pero que nos proporciona momentos de gran belleza y placer. El culmen de la belleza sería la armonía.
Todos los pueblos han teorizado sobre el origen del universo y la inmortalidad del alma, y esto hace que la vida tenga un sentido mágico.
Por lo tanto, ¿qué ha pasado con todo esto en la sociedad actual, en qué punto estamos? ¿Cuál es mi crítica?
Pues sucede que la búsqueda ancestral de la belleza, o razón filosófica, ha sido sustituida por la satisfacción inmediata de los apetitos, por el consumo, y tenemos que el sentido práctico, o arte mecánica, ha engullido al sentido mágico, o arte relativo al pensamiento. El gran demiurgo de la sociedad de consumo es la inmediatez, y nos olvidamos de la tarea superior que es la construcción de la humanidad, germen de paz y consecuencia de la naturaleza universal.
Solo hace falta observar la parrilla de programación de los grandes medios de comunicación. Todo son debates estériles, enlatados, y la promoción de la cultura, foco del pensamiento crítico y mágico, ha sido relegada al rincón de la irrelevancia. ¿Alguien ha visto una conferencia de interés en televisión en los últimos treinta años?
La sociedad de consumo no precisa de individuos prudentes y cultivados, más bien lo contrario. Así que yo animo a la gente a que sea creativa y que no pierda el sentido mágico de la existencia; la salud mental lo agradecerá.