Hoy me he levantado con fiebre, tos, mocos, garganta inflamada, voz ronca y tono vital por los suelos.
He decidido quedarme en la cama; menos mal que ya llevo en el cuerpo las cuatro vacunas del Covid, la de la gripe A, gripe común y la del herpes zóster. Aunque mi organismo parece pertrechado a prueba de bombas compruebo que soy vulnerable.
Te das cuenta de la soledad cuando necesitas a alguien que te traiga un zumo de naranja, que vaya a la farmacia por aspirinas, que caliente un vaso de leche o te traiga un caldo aunque sea de tetrabrik.
Tengo fiebre, estoy con mi perro y en la inmensidad del silencio escucho a los que sufren todos los días del abandono, a los que ya no esperan que toquen el timbre para ver qué necesitan, a los que no tienen ánimo ni para llamar por teléfono pues siempre comunica o no atienden a la llamada.
Somos una sociedad deshabitada, aunque en las calles, en el barrio, en el edificio vivan cientos de personas. No los conocemos, nunca le hemos preguntado el nombre a las personas que tenemos al otro lado de la pared o los que viven puerta con puerta. Guardamos una intimidad que se volverá enemiga porque ocultará nuestra existencia.
Somos lo que somos gracias a los demás; si no nos concienciamos todo apunta al fracaso aunque aunque habitemos en un palacio de marfil.
Ahora, el malestar general me hace pensar en el existencialismo, en reflexionar sobre otras existencias sin proyectos, sin esperanza, condenadas a una libertad que no sirve para nada. Entiendo a Sartre cuando escribe: “El infierno son los otros cuando no me dejan ser yo”; pero nos salvamos cuando tenemos un proyecto y ese proyecto es con los demás que se vuelven en COMPAÑEROS DE LUCHA.
Si algún día, amaneces como he amanecido hoy, recuerda que millones de personas amanecerán así todos los días.
Ha terminado de sonar el CAÑONAZO, mi amigo Pedro ha llegado con un zumo de naranja, lo ha calentado y le ha puesto miel. Por todos los Pedros que están de urgencias 24 horas al día los 365 días al año.