Agosto se marchó dejándonos los calores de una inmigración descontrolada, con cameruneses en la calle dando cartonazos y cameruneses en el CETI organizando motines. El esperpento estaba servido y nos escupió capítulos ridículos: un delegado del Gobierno que no supo más que idear resoluciones ahora tumbadas por la justicia en sentencia firme, una Policía capaz de visionar los delitos futuros por eso detiene en el presente, y decenas de paramilitares que constituyeron un grupo compacto ya desmembrado que dejó atrás trabajadores amenazados, destrozos en el campamento y enfrentamientos con la ciudadanía. La lección estuvo servida y a buen seguro que don José ya sabrá cómo gastárselas en otra ocasión para que la rana no le vuelva a salir jugándole una mala pasada. Ahora aquellos motineros del cartón en mano, la cerveza en la esquina y la amenaza en la boca han cambiado su ‘Guantánamo’ y su ‘liberé’ por los salones de la UNED y los libros. El general se busca la vida en la península después de conseguir su particular libertad en un camión, y los que quedan de aquel grupo de cameruneses intentan adaptarse a una realidad con la que se enfrentaron y que ahora se enfrenta a ellos. Con los libros en la mano, participan desde ayer en el curso de acceso a la Universidad, ofreciendo una realidad bien distinta a la que todos presenciamos en aquel mes de agosto.
Evidentemente en esta historia cada cual juega sus cartas y apuesta por el caballo que considera ganador. Analizar las realidades desde puntos de vista reduccionistas no nos permitirá, nunca, entenderla. Por eso, precisamente, fracasaron las medidas políticas que ‘a lo borrego’ aplicó la Policía. Y por eso, precisamente, fracasaron los motines que, por la fuerza, buscaron el chantaje en un ámbito como el migratorio cambiante, complicado y todavía sorprendente.