Ceuta y Melilla descubrieron hace años que su papel no era otro que el de ser gendarmes de Europa. Su ubicación geográfica les obligaba a cubrir una vigilancia que vino por sorpresa. Desde aquellos inmigrantes que aparecieron en la iglesia de San José en plena feria de 1995 mucho ha llovido. Ceuta ni se imaginaba por aquel entonces el papel que le iba a tocar desempeñar y que mostró su cara más dura a finales de los noventa y principios de 2000. Fue entonces cuando la ciudad se desbordó, y ante la falta de protocolos y una organización clara se produjeron episodios que mejor olvidar.
Europa pedía garantías para que en el sur le frenaran las entradas de miles y miles de inmigrantes que escapaban de los conflictos africanos. Pedía garantías policiales mientras hacía una completa dejación de funciones en materia humanitaria. Así nos topamos con los famosos asaltos a la valla, que dejaron decenas de muertos y heridos a este y al otro lado. Europa sabía lo que se ‘estaba cociendo’ en los campamentos marroquíes, la presión que estaban soportando quienes allí vivían, pero aún así prefirió mirar hacia otro lado mientras tenía a cientos de guardias civiles ejerciendo el control de blindaje. Porque importaba eso, que las medidas policiales funcionaran mientras se evitaba la adopción de otras medidas tendentes a paliar lo que podía ocurrir.
¿Y qué pasó? Lo que se temía. Hombres, mujeres y niños (los supervivientes llegaron a contar la existencia de un bebé muerto en Marruecos en plena avalancha del que nunca se supo ni se quiso investigar) se arrojaron aquella madrugada hacia la valla, escapando de los tiros por la espalda que daba el vecino. Europa se dedicó a pasear a a sus diplomáticos prometiendo, entre otras cosas, que se eliminarían las famosas concertinas, cuyas cuchillas fueron las causantes de la muerte de algunos de aquellos inmigrantes y de otra muerte años después. ¿Qué pasó? Ya lo saben: la presión mediática se agotó y las cuchillas asesinas que rodean el vallado nunca se eliminaron, siguen allí, mientras Europa siguió con su política migratoria que traduce, cada año, en informes varios.
Hoy nos toca conocer el realizado por Frontex sobre los riesgos y las vías migratorias. ¿Y de qué nos informa? De la peligrosidad de las rutas y del aumento de la presión migratoria sobre las fronteras. La pregunta que tanto usted como yo podemos hacernos es para qué sirve un informe de este tipo, qué aporta que no sepamos ya y, sobre todo, qué ayuda a mejorar ante una situación de dejación absoluta.
Los inmigrantes siguen abandonando su África en endebles embarcaciones sin que la vieja Europa haga algo más que informes en los que avisa de esa temeridad o nos dibuja un panorama que ya conocemos de sobra. ¿Qué investigaciones ha hecho sobre los terribles hechos ocurridos?, ¿ha adoptado medidas de control sobre las prácticas de algunos países que explotan políticamente la inmigración como ocurrió con Libia el pasado verano o ha sucedido desde hace muchos años con Marruecos?
La Europa que tiene que controlar los flujos migratorios, que trabaja en informes elaborados por expertos, que conoce las realidades dramáticas de sus fronteras, despacha informes basados en evidencias sin que desde las altas instancias se corte la sangría que está provocando una auténtica perdida generacional del continente.
Gastarse millones en las vallas o publicitar informes como el que hoy da a conocer Frontex sirve de bien poco cuando no se sanan las heridas ni tampoco se quiere profundizar en una política que parta de cero y que suponga, de entrada, cortar de raíz los comportamientos que se estilan en Marruecos o Argelia y que siguen siendo atentatorios contra los derechos humanos. ¿O acaso la vieja Europa considera que nada debe hacer ante las expulsiones al desierto, las violaciones, los abandonos o las batidas indiscriminadas que allí se producen con los inmigrantes? Si es así entonces me callo.