Editorial

Una crisis España-Marruecos que se agrava en Ceuta

La crisis entre España y Marruecos se agrava y entre medias siempre está Ceuta. Ceuta y Melilla. Ciudades frontera sur de Europa convertidas en primer objetivo de un conflicto que no termina de curarse. El cruce de acusaciones entre el ministro marroquí de Exteriores y el Gobierno de España se evidenció una vez más en la tarde de ayer, hasta el punto de existir una clara ruptura que ya es definida y reconocida como “grave crisis”. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, fue claro al comparecer públicamente para rechazar el pulso marroquí resaltando que no es admisible que un país ataque las fronteras por desavenencias políticas.
Pero este asunto supera a Ceuta y al resto de España, estamos ante una situación de bloqueo absoluto en el que nuestra ciudad sufre en primera persona las consecuencias y requiere, por tanto, de una intervención inmediata por parte de las principales potencias. De Sánchez se esperaba un posicionamiento claro y lo ha tenido: ha hablado sin achantarse y ha venido a Ceuta cuando se le requirió, haciéndolo de urgencia y poniendo en marcha -solo en cuestión de horas- un plan de seguridad para las dos ciudades hermanas. Europa no puede mirar hacia otro lado por más tiempo y debe ser igual de contundente que el Gobierno de España a la hora de evitar que se siga jugando con las amenazas y con las tensiones.
La situación, de enrarecerse aún más, traerá serias consecuencias tanto para Ceuta como para Melilla. Y no ya por la presión que ahora sufren (no olvidemos los más de 1.000 menores que hay en nuestra ciudad y los cientos de marroquíes deambulando por las calles que, de entrada, han dado pie a una crisis sanitaria) sino por las posteriores a todos los niveles que pueden afectar a los ceutíes tanto en el ámbito económico (el miedo de las empresas a invertir) como en el psicológico (el miedo legítimo de la gente a situaciones que conduzcan a una inseguridad y que siempre han formado parte del subconsciente colectivo).
De momento, ante los intentos de aproximación de marroquíes, las fuerzas de seguridad del vecino país actuaron. De igual forma lo hicieron con el amago de entrada a nado, sacando a sus agentes por tierra y por mar a pie de espigón. En el perímetro hicieron lo propio. Pero el temor radica en qué postura adoptarán si reciben otras órdenes contrarias y se vuelve a repetir esa situación de brazos caídos que se evidenció en mayo, permitiendo la entrada -e incluso alentándola- de familias al completo, mujeres y niños de corta edad.
Esta es la situación de inestabilidad que sufre hoy España pero, en concreto, Ceuta y Melilla. Ciudades a las que se les debe proteger, se les debe atender con la unión de todos los partidos y se les debe mimar porque tienen los mismos derechos que el resto pero ahora mismo están siendo víctimas de una ofensiva y un chantaje sin igual.
Marruecos niega que esta crisis tenga que ver con la inmigración pero el hecho es que hacía mucho tiempo que no se vivía un desencuentro a tan alto nivel que puede tener unas consecuencias malísimas para todos, recibiendo los palos más fuertes las dos ciudades.
El Gobierno de España ha dado también sus avisos a Marruecos, dejando claro que lo que pasó en Ceuta es “inaceptable”, respondiendo así a un comunicado duro por parte del reino alauita. Las dos posturas están claras, pero no se trata de convertir esto en un enfrentamiento en escalada que a nadie beneficia, sino en recuperar ese ánimo constructivo basado en la confianza necesaria de dos países llamados a entenderse en muchos asuntos en los que han cooperado durante años sacando mutuos beneficios.
Si es necesario que la comunidad internacional busque interlocutores para retomar la senda del entendimiento habrá que hacerlo. Porque lo que no se puede permitir en momento alguno es que Ceuta vuelva a verse afectada por una situación extrema que será de difícil tratamiento cuando todavía no nos hemos recuperado de lo vivido semanas atrás.
Ceuta no se merece esto, Ceuta, sobre todo. Ceuta no se merece lo que está pasando ahora -una crisis sanitaria derivada de la migratoria y una problemática en materia de menores asfixiante- ni el temor a sentirse siempre en el punto de mira, abandonada, convertida en trinchera de Europa y cargada con una inestabilidad que supone todo un martirio para su ciudadanía que tiende a sentirse desprotegida.
El cruce de acusaciones, el cambio de declaraciones, los gestos al más alto nivel... de momento no acompañan.

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