Muertos, cada vez más contagios, sectores en crisis, familias que temen por su futuro, negocios que no van a poder superar otra quiebra... y en mitad de una de las mayores crisis que estamos viviendo, esta mal llamada humanidad tiene entre sus grandes preocupaciones cómo vamos a celebrar la Nochevieja. No tenemos arreglo, ni aunque a diario nos escupan la dura realidad de una situación sanitaria en declive, aquí la única preocupación de muchos es que se les ha jodido el cotillón, que no saben cómo van a poder celebrar la noche final de un año para olvidar y si encontrarán alguna alternativa para poder hacer una fiesta paralela. El grado de degeneración al que hemos llegado es de tal calado que sorprende, y lo hace porque no tiene límite.
Hemos visto duras imágenes de féretros acumulados, de muertos en cadena, de enfermos en pasillos de hospitales, de mayores a los que ya ni se les atendía, de ‘selección’ a la hora de elegir a quién se salva... Hemos visto todo esto y todavía no nos hemos enterado de la situación de riesgo que llegó para atraparnos y que debería habernos dado una auténtica lección para cambiarnos como personas. Al contrario, tras el confinamiento y después de toda esta cadena de desgracias, nos hemos vuelto peores, más enemigos de nosotros mismos y más perdidos como supuestos seres racionales que éramos.
¿Qué les importa a muchos? La Nochevieja: debate estrella en redes sociales. ¿Qué les apura?: cómo celebrarla librándose de multas. Da igual, nos hemos convertido en negacionistas del propio ser humano, en aduladores de un mínimo pensamiento. Nos hemos convertido en el ejemplo más claro del puro egoísmo, de la ejemplificación de que toda aquella cadena de solidaridad parecía más bien un burdo exhibicionismo virtual que una realidad con la que convivir y aprender para no cometer los mismos errores.
Sigamos así. Todavía no hemos llegado al límite de lo que podemos alcanzar, creo que ni lo tenemos.