El crecimiento mundial plantea un serio problema para las ciudades cuyos límites expansivos los marca por un lado el mar y por otro una metrópolis anexa. Pues, sin la posibilidad de avanzar por el territorio de esta última, la opción que se revela como más viable para aumentar la capacidad de la ciudad es el mar, convirtiendo progresivamente partes sustanciales de agua en kilómetros cuadrados de terreno edificable. No obstante, este “pequeño” detalle nocivo como pocos e inexorable dado el imparable crecimiento del mundo, no parece preocupar a ninguno de los estratos que compone el cuadro social, dejando al margen a las minorías siempre existentes más por inercia que por convicción. Ignoro si se debería pensar que esta despreocupación responde al desconocimiento de lo que podría acarrear una reducción constante del espacio marítimo o porque la sociedad obvia la proporción de cualquier consecuencia si la acción se encamina a prolongar sus acomodadas vidas.
Sea como se quiera que sea, la respuesta más cabal al aprovechamiento de la tierra sin extensiones marítimas desorbitadas pasa por un control de este mencionado crecimiento. Es poco racional que se prefiera hacer un daño irreparable a la naturaleza, en este caso a los océanos y mares del mundo, por no impulsar una minuciosa planificación que controle todos aquellos elementos que influyan en el desarrollo cuantitativo de la población. La acostumbrada práctica de dejar que las cosas fluyan y buscar soluciones cuando se necesiten no es la respuesta que el mundo necesita para esta cuestión. Ni tampoco las falsas políticas antinatalistas que se sobreponen a provisiones de crecimiento imparables con el fin de ocultar (o al menos intentarlo) un incremento que están fomentando indirectamente. Ni qué decir cabe de las políticas natalistas de otras naciones que dicen llamarse “viejas” por la obvia (desde el punto de vista conceptual) vejez media de sus ciudadanos, pero que, sin embargo, apuntan a un acrecentamiento histórico en pocos años. El aumento de población únicamente es bueno y puede ser aceptado cuando existe el espacio necesario para cubrir las necesidades de dicho aumento, empero cuando se deben buscar terceras opciones en exceso agresivas con el entorno natural, debe actuarse desde la responsabilidad y la reflexión. Si además de destruir bosques, ocupar llanuras y asaltar valles la expansión del territorio va a hurgar aún más en la absorción de los mares y océanos, definitivamente he inclinarme por la idea de congelar el crecimiento antes de que llegue el momento de la coagulación, no cuando esta ya haya hecho acto de presencia.
Sería un hecho lamentable y caótico que todos los países que lo necesitaran extendieran sus tierras más allá de los límites colindantes con las extensiones acuáticas; no tardaría en darse una desastrosa situación manchada fundamentalmente por las especulaciones y las guerras de intereses entre diferentes naciones del mundo. Otro pulso más entre las súper potencias que se podría ahorrar con un exhaustivo control del crecimiento poblacional para que el mundo no llegue a ese punto de no retorno que a una parte abismal de la sociedad parece no importarle lo más mínimo.