Los ataques ocurridos en Algeciras generaron una gran conmoción en todo el país pero también de forma especial en Ceuta debido al gran vínculo de unión y las relaciones mantenidas entre ambas ciudades a uno y otro lado del Estrecho. Un sacristán murió apuñalado, un sacerdote quedó herido grave al igual que al menos otras tres personas tras unos ataques contra varias iglesias. Ha sido una barbarie que ha provocado una cascada de reacciones a nivel nacional y local. No hay fisuras en condenar lo sucedido, como tampoco en confiar plenamente en las fuerzas de seguridad para que lleguen al fondo de este asunto. Hay una persona detenida y habrá que calibrar la motivación que llevó a tal acto. De momento el Ministerio del Interior se ha resistido a usar el calificativo que no solo los medios de comunicación reclaman sino también la sociedad.
Ceuta está con Algeciras, también se suma al pesar que anida en la iglesia. La condena por ese acto violento es unánime, pero de igual forma se debe reclamar calma para que las fuerzas de seguridad puedan investigar y no se saquen conclusiones precipatadas, porque de los errores luego resulta difícil o imposible la enmienda.
A la solidaridad hacia todo el pueblo algecireño se suma la necesidad de no confundir una acción criminal con toda una religión, porque lo sucedido no es más que el resultado de la acción de todo un bárbaro que no solo atacó a personas sino a templos sagrados que suponen mucho para la fe.
Las fuerzas de seguridad deben trabajar en esclarecer lo sucedido. Hay confianza plena en ellas.