Dice el PSOE que va a reformar los estatutos para expulsar a los clientes de prostitución. Lo hará con todos aquellos que hayan solicitado, aceptado u obtenido un acto sexual a cambio de pago.
Una tarjeta de presentación demasiado pobre para calmar la polémica suscitada por los audios degradantes de Ábalos o Koldo. No sé si Sánchez va a contratar a detectives privados para seguir las andanzas de quienes paguen por sexo.
De cara a la galería se busca un efecto que chirría, quizá el problema radique en los filtros que tienen los partidos para elegir a quienes van a emprender un camino tan serio como es el llevar las riendas de un gobierno.
En Ceuta, el secretario general, Miguel Ángel Pérez Triano, ha hecho desfilar a toda la plantilla socialista para que asuma públicamente principios de integridad y responsabilidad. Una especie de compromiso ético para recuperar la confianza ciudadana.
Es todo tan visual, tan enlatado y tan preparado mediáticamente que termina transformado en una especie de esperpento, un chiste, una improvisación.
Cuando uno entra en política se presupone que sale de su casa limpio. Que esos valores de integridad y ejemplaridad los tiene más que asimilados, que su compromiso con la más absoluta transparencia y ética son claves porque no cabe entregarse a una labor pública, de gestión y entrega al ciudadano si alguien gusta de los intereses, de las amistades peligrosas, de las corruptelas de barrio.
Quien viene a hacer negocio en política, quien busca meterse en lo público para pagarse la hipoteca de la casa en tiempo récord o para colocar a familiares en empresas de amigotes no debe tener cabida en un partido.
Algo falla en los filtros, en la elección de compañeros de viaje.
Las firmas y actos de transparencia son solo imagen, una suerte de campañas publicitarias que, con la que está cayendo, resultan grotescas.