Ya no son las horas, sino lo que podríamos calificar de ‘calidad’ de esas horas de espera. Es evidente que quien cruza a Marruecos en plena OPE y en verano se arriesga a sufrir cierto bloqueo. Quien no lo quiera entender es un iluso. Nos pasa con Tarajal, pero también en el puerto con los retrasos en el barco o en cualquier estación peninsular donde ni los trenes llegan a su hora ni los aviones parten cuando te marca el billete.
El problema no es soportar horas de espera en una línea que aspira a ser inteligente, pero que sigue padeciendo situaciones tercermundistas, sino la forma en que estas se pasan.
A buen seguro que si usted espera la salida con retraso de un tren no tendrá que permanecer hacinado y a pleno sol entre decenas y decenas de personas, con niños en pañales que justifican con un insufrible llanto su protesta o mayores con sus achaques sin saber dónde pedir ayuda.
Esa es la diferencia entre soportar una espera entendible por ser una situación extraordinaria y hacerlo en las condiciones sufridas en el Tarajal y en un embolsamiento con coches al sol que se convierten en auténticos hornos.
Esto no tiene justificación, pero sucede y se repite año tras año sin que se adopten medidas urgentes que palien lo que es insoportable.
No se pueden tener a niños de teta en brazos de madres haciendo cola y pretender que con un toldo de tela colocado por los militares se solucione cualquier queja.
No se puede tener a mayores esperando dentro de coches donde las temperaturas son insoportables porque no se ha tenido en cuenta lo que puede suceder.
Esperar, todos sabemos que hay que esperar. Que las horas se disparan y no debería ser así, también. Lo que no es lógico es el modo de espera, las condiciones existentes, la situación a la que se exponen los atrapados. No es normal en 2024, tampoco el año pasado. No lo es, pero se sigue tropezando en la misma piedra.
Para cruzar la frontera del Tarajal es mejor temprano, apenas hay cola y a la sombre.