Colaboraciones

Relato de un acontecimiento (2/5)

Al salir del hotel Adolfo y yo no pudimos evitar intercambiar nuestras sensaciones tras la visita, por un lado nuestra felicidad era palpable por haber visitado las Murallas Reales por dentro, por otro sentíamos tristeza al ver cuáles eran los usos que le daba el Parador a un Bien de Interés Cultural. En cierto modo, el director quería incorporarlos a los espacios comunes del hotel pero Paradores de Turismo no le daba presupuesto para las obras. Comentamos qué podíamos hacer para que la administración local interviniese y se nos ocurrió, para empezar, que expertos en patrimonio pudieran realizar la misma visita que nosotros acabábamos de hacer, para entre todos poder presionar. Como por esas fechas ya estábamos trabajando en las Primeras Jornadas de Estudios de Fortificaciones de Ceuta que íbamos a organizar desde la Fundación Foro del Estrecho a finales de junio, vimos la posibilidad de incluir en el programa una visita con los participantes, así que al día siguiente Adolfo le transmitió la idea al director del hotel y él accedió a que pudiéramos entrar nuevamente en junio a la estancia con la cúpula, a los baluartes y a la cubierta de la Muralla Real.

Las jornadas sobre fortificaciones

Del 27 al 28 de junio de 2002 la Fundación Foro del Estrecho organizó las Primeras Jornadas de Estudio sobre Fortificaciones en las que se programaron una serie de conferencias y mesas redondas en el salón de actos del museo del Revellín con la participación de historiadores, arqueólogos y arquitectos de la ciudad y de la Península como Fernando Villada Paredes, José Manuel Hita Ruiz, Carlos Gozalbes Cravioto, José Hernández Palomo, Juan Bautista Vilar, Antonio Bravo Nieto, Aureliano Gómez Vizcaíno, José Luis Gómez Barceló, Adolfo Hernández, Juan Miguel Hernández León y Carlos Pérez Marín. El programa incluía una visita guiada a las Murallas Reales el día 28 por la mañana, entre participantes y asistentes formábamos un grupo de cerca de 30 personas. Tras recorrer el patio de armas y recibir explicaciones de las restauraciones y rehabilitaciones llevadas a cabo en los últimos años de los distintos elementos defensivos, nos trasladamos al hotel para visitar en primer lugar el baluarte de la Bandera, que desde hacía un par de años permanecía cerrado tras el cese de actividad del bar de copas Muralla Club. Las obras realizadas durante el tiempo que funcionó la discoteca impedían observar los elementos constructivos, salvo los arcos del interior del baluarte y las cañoneras abiertas hacia el foso navegable. Posteriormente nos dirigimos hacia las habitaciones que ocupaban las bóvedas del antiguo Parque de Artillería. No pude evitar comparar la visita hecha meses antes en la que solo tres personas recorríamos los pasillos, ahora el murmullo que emanaba del grupo compacto iba ocupando todo el espacio, se podían adivinar conversaciones relacionadas con las últimas conferencias pero se notaba una cierta inquietud o excitación por parte de aquellos que habían trabajado sobre las Murallas Reales pero que no habían tenido la oportunidad de visitar el baluarte de la Coraza Alta ni mucho menos esa estancia repleta de muebles y coronada por una cúpula desde dónde uno podía asomarse al foso por un hueco en la muralla, que era perceptible desde el otro lado pero al que nunca se había podido acceder y del que se desconocía cómo se llegaba a él, y desde luego, nadie podía imaginar las dimensiones del espacio que se escondía tras ese ventanuco. Al llegar a la puerta del “trastero”, el murmullo se volvió ensordecedor, por culpa de las dimensiones del pasillo, también por las impaciencia de los investigadores.

“El director quería incorporarlos a los espacios comunes del Parador pero no había presupuesto para las obras”

Al entrar, el grupo se fue dispersando entre los muebles y las distintas estancias, siendo la cúpula y la ventana sobre el foso los elementos que más curiosidad despertaron, si bien hay que reconocer que la suciedad, la falta de luz, la multitud de objetos, de personas y la falta de tiempo, hizo que no permaneciéramos mucho tiempo. Poco a poco fuimos abandonando la “sala” y el silencio empezó a recuperar su lugar, yo me quedé casi hasta el final observando la cúpula porque su sistema constructivo (se adivinaban ladrillos en la parte más alta), dimensiones y proporciones no se correspondían con una construcción de la misma época que las bóvedas del siglo XVIII del Parque de Artillería, al menos ese era mi parecer en ese momento. Como el tiempo apremiaba, al final salimos todos hacia el final del pasillo, donde nos esperaba un espacio aún más espectacular por su volumen y dimensiones. No me había percatado de que la inclinación de la rampa-escalera y la humedad provocada por el ambiente y las filtraciones podían ser peligrosas para las personas de una cierta edad que nos acompañaban, eso hizo que la bajada fuera más lenta y casi en fila de a uno. Conforme íbamos llegando a la cota más baja, el gesto se repetía una y otra vez, todos miraban hacia arriba, asombrados por la altura y por la apertura de la cubierta que permitía hacernos una idea más clara de la escala del lugar. El espacio diáfano ayudaba a la deambulación del grupo que observaba los detalles de los muros interiores, de la estructura, de la cubierta, del hueco que asomaba al foso... Apreciaba, en las caras y comentarios de los participantes, el asombro e incredulidad por mantener el baluarte cerrado al público con todas las posibilidades que ofrecía y sin un gran coste económico. Había que continuar porque la visita no finalizaba allí, aún teníamos que subir a la cubierta de las Murallas Reales. De la misma manera que se produjo el descenso, iniciamos la subida hasta el pasillo con parsimonia, nuevamente en fila de a uno. Casi al final de la rampa, José Luis Gómez Barceló me hizo prestar atención, a mí y a los que estaban a su alrededor, a un detalle sobre la bóveda que cubría ese tramo: - Mira Carlos, un hueco para el rastrillo. Parecía lógico que existiera la posibilidad de cerrar de manera estanca e impedir el acceso al interior de la muralla en el caso de que hubieran tomado el baluarte desde el foso, a través del gran hueco aún existente, Aureliano Gómez Vizcaíno, como buen artillero, comentó que podría ser una salida de humo pensada para las piezas de artillería, pero no parecía que estuviera abierta en su parte superior. A mí me resultaba extraño que necesitaran tanta anchura para un rastrillo y que fuera tan alto para un pasaje de apenas 3 metros de altura. Ante la falta de iluminación saqué mi pequeña cámara digital Fuji para utilizar el flash como linterna.

“Las obras realizadas durante el tiempo que funcionó la discoteca impedían observar los elementos constructivos “

Al disparar varias fotos me ratifiqué en cuanto a la altura porque parecía como si llegara hasta la cubierta, pero mis dudas se acrecentaron porque uno de los lados estaba perfectamente aparejado, mientras que el otro tenía un acabado en bruto. En un momento dado, Antonio Rodríguez, la persona de mantenimiento del Parador que nos acompañaba y que nos había abierto las diferentes puertas, nos dijo que esperáramos un rato porque nos iba a traer una linterna. Mientras intercambiamos impresiones, parados en mitad de la rampa, fuimos creando un tapón pues era complicado pasar a nuestro lado para poder salir al pasillo, también porque otras personas se unían a la conversación (Fernando Villada, José Manuel Hita) o prestaban atención a la misma (José Pedro Pedrajas, José María Hernández). Llegó Antonio con la linterna y me dispuse a iluminar esos paramentos. Tras un primer recorrido apagué la linterna y me giré hacia mi derecha, donde Fernando y José Manuel se mantenían la mirada sin decir nada, inmóviles, pero sus expresiones faciales me indicaban que algo sucedía. -¿Qué pasa? - Mira la fábrica, ¿cómo son los aparejos de las piedras?, me dijo Fernando Volví a iluminar el paramento y respondí. - Soga y doble tizón. -¿Quién construye de esa manera?, replicó José Manuel - No puede ser. - Eso mismo nos estamos diciendo nosotros dos. Hasta ese momento los únicos restos omeyas de cierta entidad que se conocían en Ceuta eran la torre que estaba en el interior del edificio del Real Club Naútico CAS en el puerto deportivo (que no tenía más de tres metros de anchura y una altura de cuatro metros) y el lienzo de muralla aparecido junto a la Basílica Tardorromana (de apenas un metro y medio de altura), en este caso estábamos hablando de una altura de más de 10 metros (más tarde supimos que tenía 12,64 m). Fernando decidió continuar con el programa previsto, haciendo hincapié en que ya volveríamos con más tranquilidad pasado unos días, al fin y al cabo junto con Adolfo, eran los que dirigían la visita y aún quedaba subir a la cubierta de las murallas, que generalmente era inaccesible, salvo para los militares de la Comandancia General que se encargaban del arriado de la bandera y que nos iba a permitir observar desde otra perspectiva, no solo las Murallas Reales sino la ciudad, el Estrecho y la bahía sur. Al encontrarme con una linterna entre mis manos y puesto que todo el mundo había salido ya al jardín para dirigirse hacia la cubierta, le dije a José Pedro que si aquí había un lienzo de muralla califal, sería lógico que continuara hacia el otro baluarte y que por tanto apareciera en la estancia que habíamos visitado anteriormente; había que volver a la cúpula. Le dije a Antonio que si podía abrirnos otra vez el “trastero” porque queríamos comprobar algunas cosas con la linterna y nos dijo que no había ningún problema. Nos siguieron José María Hernández y José Manuel Hita y una vez en el interior, me dediqué a explorar las estancias asociadas y que estaban totalmente a oscuras. Empecé por la primera que estaba a la derecha, pero sus dimensiones (a pesar de su altura) no me llamaron excesivamente la atención. A continuación me dirigí a otro espacio contiguo que seguía manteniendo el mismo revestimiento de cemento pero cuya altura disminuía, coronada por una bóveda de aristas. Me fijé en el arco de medio punto que había en un lateral y en el espacio que había tras él, completamente oscuro, lleno de objetos y materiales de construcción. Era una especie de local residual cuya cota interior era un metro y medio más alta, lo que dificultaba el acceso. - ¡Venid, venid, hay un arco califal aquí adentro! Continuará

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