Si hay algo que me gusta de los actos protocolarios de apertura de curso en la universidad es la lección inaugural. En el presente curso académico teníamos una lección especial a cargo del profesor Gallego Molina, catedrático de Física Aplicada de la Universidad de Granada, que nos iba a hablar de innovación. Pero con un título raro, a la vez que atractivo. “De la lira verde de Góngora a la construcción industrializada con madera: Un paseo por la innovación”. Me atraía mucho la idea de comprobar qué nos podía decir un físico sobre la poesía de Góngora. No por ser yo un conocedor de esta obra, ni siquiera de la poesía en general, sino por comprobar cómo nos podía hablar de poesía alguien al que se le suponen escasos conocimientos en la materia, dada su diferente y alejada especialidad científica del mundo literario.
En este curso, además, había decidido participar con mi traje académico en todos los actos protocolarios. Fundamentalmente en la procesión cívico-académica que se suele desarrollar desde la antigua Facultad de Derecho hasta el Rectorado, en la que desfilan, ordenados por especialidades, los doctores de la universidad. La verdad es que siempre pensé que me sentiría ridículo ataviado con toga, puñetas, muceta y birrete. Sobre todo con este último elemento, por su forma octogonal y los flecos del color de la facultad de obtención del doctorado. Pero sobre todo, es que no le encontraba sentido a seguir con esta tradición en pleno Siglo XXI. Mi percepción al respecto ha ido variando con el paso del tiempo. Fundamentalmente, cuando por mi condición de abogado en ejercicio, me vi obligado a usar toga en los actos judiciales, porque así lo disponen las leyes, como signo de respeto a la Justicia.
En términos generales, protocolo son reglas, a veces no escritas, o formas de comportarse en determinadas actividades. En el campo de los servicios diplomáticos y gubernamentales son muy habituales. Pero también en el mundo académico, como hemos visto, o en el judicial. También existe lo que se llama protocolo social, que son conductas y reglas de comportamiento social y de cortesía, que se deben conocer y respetar. En la religión, hay costumbres y reglas litúrgicas muy arraigadas, que se han mantenido vivas a través de los siglos. Y aunque, cuando estamos fuera de estos ámbitos, no siempre reconocemos el poder que tienen este tipo de reglas y comportamientos, cuando estamos inmersos en ellos, nos damos cuenta de su fuerza.
Me ocurrió la primera vez que usé toga para ejercer como abogado en un juicio. Minutos antes había estado hablando con los otros colegas y con el juez, aunque fuera de la sala y sin toga. Todo era normal y relajado. Sin embargo, cuando entré en la sala, me subí en el estrado, ataviado con la toga, y me encontré enfrente a otro compañero, vestido de la misma forma y a un Juez, sentado en el centro, en un acto solemne, todo cambió. El respeto a los turnos y a las reglas del proceso marcaba toda la actuación. Un fallo, una frase mal pronunciada, una palabra dicha en un momento inoportuno, podía llevarte a perder todo el proceso, a que se anulara el procedimiento o a que se invalidara una prueba. En esos momentos, la autoridad del Juez es absoluta. Y ante su autoridad, he visto a ciudadanos, aparentemente duros de carácter, venirse abajo y comenzar a tener sudores fríos, ante la posibilidad de una condena. Del resultado de estos procesos puede depender la libertad de una persona o su ruina. Es por eso por lo que nadie cuestiona estas reglas protocolarias.
"En términos generales, protocolo son reglas, a veces no escritas, o formas de comportarse en determinadas actividades"
También ocurre en otros actos de la vida. Un comportamiento inesperado en un acto religioso, en un funeral, o en un concierto de música clásica, por ejemplo, puede llevarte a hacer el ridículo más espantoso y a querer que la tierra te trague. Y aunque en el mundo académico pensaba yo que era distinto, he tenido la oportunidad de comprobar que no es así, pese al experimento que realicé poco antes de ponerme todos los elementos del traje académico, en el que no todos reaccionaron de la misma forma al verme vestido de una forma tan especial.
Así, pude comprobar que las reacciones de distintas personas ante esta visión variaron conforme más formación académica se tenía. Las personas relacionadas con la universidad lo entendían como algo normal. De ahí, el rango iba bajando, conforme al grado de formación, hasta llegar a aquellas personas que no habían estado mucho tiempo escolarizados, que simplemente no entendían a que venía toda esta parafernalia, e incluso se reían y hacían bromas. Yo lo interpreté como la reacción lógica de alguien, al que no han conseguido llegar pedagógicamente los maestros, y piensa que estos se dedican a cosas sin sentido. Sin embargo, a algunas de estas personas las he visto portar estandartes y otros elementos en procesiones religiosas y darle mucho valor a ese protocolo. Es decir, la Iglesia sí ha sabido introducir estas costumbres en el pueblo llano. De ahí que después de más de dos mil años mantengan sus protocolos intactos. Es decir, el respeto al protocolo, creo que puede estar relacionado con la utilidad que los ciudadanos perciben que les reportan esas instituciones.
Pero de todas las reacciones a mi vestimenta académica, la que más me sorprendió fue la de mi nieta pequeña, de apenas cuatro años, que cuando me vio así ataviado, se sonrió y se pegó a mí no dejándome en toda la procesión cívico-académica. Ella decía que le gustaba mucho que su abuelo fuera vestido de payaso. Quizás por eso, porque se creía que participábamos en una especie de circo, me acompañó durante todo el recorrido, en silencio (cosa poco habitual en ella) y siguiendo al pie de la letra todo el protocolo. ¿Qué puede ser más serio para un niño que una actuación en el circo?
Pese al calor, todos los doctores y doctoras soportamos estoicamente el acto en el Hospital Real. Primero escuchando la magnífica disertación del profesor Gallego, que partiendo de la lira verde de Góngora, nos habló de los encantos y valores del álamo granadino, de sus innumerables servicios históricos a la causa del progreso y la industrialización, y de su nueva vida, gracias al descubrimiento de la posibilidad de emplearlo como material de construcción, mucho más ligero y con cero emisiones de gases de efecto invernadero. No en vano, nuestra universidad es líder en un proyecto de innovación de materiales de construcción y de recuperación de este viejo árbol. Y en segundo lugar, siguiendo la pedagógica y profunda conferencia de nuestra rectora, que hizo un sincero y amplio recorrido a sus casi ocho años en el cargo, con sus luces y sus sombras, y nos detalló los innumerables proyectos de investigación en los que nuestra universidad está implicada o es líder a nivel internacional. Magnífico broche para despedir su última apertura de curso académico.
En definitiva, me alegro mucho de haber participado en esta apertura de curso académico, ataviado con el traje y todos los elementos propios de mi especialidad, y acompañado de mi pequeña nieta, Elaia, que supo darle la alegría y el inocente toque infantil a un acto de tradición centenaria.