Tras varios meses de “drôle de guerra” [la guerra de mentirijillas] en los que las tropas de Hitler no terminaban de atacar, el 10 de mayo de 1940 se acabaron las tácticas de despiste. Una tormenta de hierro y fuego se abatió sobre lo que quedaba libre en Europa. En muy pocos días, el país de Voltaire, Zola y Montaigne firmaba el armisticio. Las nazis dejaron al frente del gobierno títere de Vichy al héroe de la primera matanza mundial, el mariscal Pétain, partiendo a Francia en dos mediante la conocida línea de demarcación.
A pesar del totalitarismo vigente, numerosas altas funcionarias de la tercera república se acomodaron al deseo de las nuevas amas y aceptaron quedarse en la poltrona.
El préfet (equivalente a subdelegado del Gobierno) Jean Moulin no sólo rechazó la oferta, sino que cuando quisieron que firmase un informe para inculpar a las tropas indígenas coloniales del asesinato y violaciones de centenares de civiles francesas cometidos por las nazis, éste se negó en rotundo y prefirió seccionarse la garganta. Salvó su vida por muy poco.
El 18 de junio de 1940 el General de Gaulle pidió, a través de las ondas de la BBC, que continuase la lucha contra Hitler, erigiéndose en representante del gobierno francés en el exilio. Para el socialdemócrata y francmasón Jean Moulin sólo existía una vía posible: viajó a Londres, se reunió con De Gaulle y volvió para reorganizar la resistencia antinazi en el hexágono. La tarea era tan ardua como peligrosa, pero lo logró. Fundó el Consejo Nacional de la Resistencia (CNR), coordinando todas las tendencias y corrientes en el seno de un órgano que, ya desde el año 1943, empezó a desarrollar el programa que debía aplicarse en la Francia liberada.
Desde el CNR se planificó la creación de la seguridad social, el seguro de desempleo, la nacionalización de la energía (EDF y GDF, entre otros organismos), los bancos (Crédit Lyonnais y Société Générale) y los seguros (AGF), entre otros muchos puntos vanguardistas que luego se hicieron realidad. Moulin fue el corazón necesario para unir las voluntades que hicieron florecer la utopía.
De Moulin se dijeron muchas cosas, pero quizás su secretario personal, Daniel Cordier, fue el que mejor lo definió: “un hombre que encontró la Luz pero que se alejaba de los focos”. Todo un ejemplo del que muchas -muchísimas- deberían aprender.
El que fue primer presidente del CNR sabía que las nazis iban cerrando la trampa sobre él, pero seguía en la lucha. Jean Moulin, “Richelieu”, como nombre en clave (entre otros muchos), se pasaba las horas organizando redes de resistentes y luchando contra Hitler y Pétain mientras sorteaba las redadas de la Gestapo y de las milicianas de Vichy. Hasta el 21 de junio de 1943. Las nazis dieron con él y lo torturaron salvajemente hasta asesinarlo porque se negó a hablar.
Hoy no existe en Francia un pueblo, una ciudad o una aldea que no tenga una plaza, una avenida, un museo, una universidad, una escuela o un instituto que no se llame Jean Moulin. Impresionante.
Recordando su figura a unas alumnas de instituto, un compañero de lucha de Jean Moulin declaró: “la democracia es frágil. Como hizo Jean Moulin, hay que protegerla, luchar por ella y nunca darla por conquistada”. Dicho de otra forma, en cualquier circunstancia habría que aprender de quienes, desafiando la doctrina de shock del momento, hicieron lo que debían hacer por la libertad de las demás. Pasase lo que pasase. Y en esas estamos.
El miedo a la intolerancia no puede combatirse con coreados eslóganes más o menos coordinados, o con apocalípticos lamentos. Hay momentos en los que, parafraseando al poeta, las palabras ya no sirven. Para estar cargados de válidez, los gritos en el cielo deben transformarse en actos en la tierra. Dicho de otra forma, el movimiento se demuestra andando. Clásico pero brutal.
Los problemas de las ciudadanas no se resuelven con interminables juegos de politiquillas que poco aportan a la solución del problema si no es el de empeorarlo sin cesar. Quizás deberíamos empezar por interiorizar que la representación política es un medio y no un fin en sí misma; que los cargos deben ser cargas para ser ejemplo de honestidad y que quien ostenta una responsabilidad debe servir y no servirse. Básico.
Ahora bien, si todas estamos dispuestas a suscribir lo expuesto en este H2SO4, ¿por qué no se lo exigimos con fuerza y determinación a quienes dicen representarnos en lugar de lapidar a quienes, asqueadas, no se sienten representadas por las que se pasean en coches oficiales? (no todas, lo repetimos por enésima vez).
¿Hasta cuándo vamos a seguir aceptando la corrupción como un mal endémico y consustancial al mundo político, en lugar de exigir un comportamiento intachable, expulsando y castigando duramente a quien se quede con algo que es de todas?
¿Cuándo vamos a darnos cuenta de que el pensamiento crítico es la única arma que puede erradicar las tropelías?
¿En qué momento vamos a entender que la Educación es más importante que las vallas porque es lo único que puede parar la injusticia?
¿Cuánta Luz hace falta para evidenciar que ni las ansias personales de poder pueden prevalecer por encima del interés general, ni nosotras debemos permitirlo?
¿Cuántas señales de alarma hacen falta aún para que las que dicen mandar se den cuenta de que la huida política hacia adelante sin aporte real de soluciones nos lleva a todas hacia el averno totalitario?
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero mucho me temo que, al galope que vamos, cualquier día se harán necesarias muchas Jean Moulin para invertir las máquinas del sinsentido y de la intolerancia.
Y si se pregunta qué puede hacer, plantéese que ha llegado el momento de exigirle a las que dicen mandar, como clamaba Eduardo Galeano, que trabajen “por un mundo que sea el hogar de todos y no la casa de poquitos y el infierno de la mayoría”. Dicho de otra forma, se trata de aportarle todo el sentido y la fuerza a las palabras Libertad, Igualdad y Fraternidad. Fácil de entender.
El que tuvo como nombre de guerra “Richelieu” no lo dudó ni un instante. Luchó con todas sus fuerzas, y hasta el final, para que el lema de la Revolución francesa no feneciese sepultado en los guetos, bajo las cenizas de los libros quemados. Estuvo donde tenía que estar, pasase lo que pasase. Su legado está ahí.
Pero contemplando el trágico panorama sociopolítico actual, a esta ácida sección no le queda más remedio que lamentarse del tremendo desperdicio que se está haciendo de la labor y memoria de Jean Moulin. Y es que, aunque el tiempo apremie, no parece que hayamos aprendido nada ni que sepamos ver las consecuencias de nuestra inacción. Y nuestras políticas, menos. Descorazonador.
Nada más que añadir, Señoría.
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