Madrid encabeza la afiliación de empleadas del hogar, con 39 trabajadoras por cada 1.000 hogares, por encima de Ceuta y Melilla (32) o País Vasco (31) y lejos de Extremadura (10) y Canarias (11), según Funcas, think tank dedicado a la investigación económica y social
El trabajo doméstico representa un porcentaje muy pequeño del empleo regular en España, el 1,9 por ciento, según las cifras de afiliación analizadas por Funcas con motivo del Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, que se celebra este jueves. Este porcentaje oscila entre el 1,1 por ciento en Extremadura y el 2,9 por ciento en la Comunidad de Madrid (con un 3,7 por ciento en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla).
El 45 por ciento de las personas que trabajan en el servicio doméstico en España son extranjeras –como ocurre con las transfronterizas marroquíes en Ceuta–, cifra muy inferior al máximo del 70 por ciento registrado en 2005 a nivel estatal.
En 2012, la respuesta a la obligatoriedad de cotizar al Régimen General de la Seguridad Social supuso un aumento significativo de las personas afiliadas al sistema en ese año: si en enero su número rozaba los 278.000, en diciembre alcanzó los 416.000.
A partir de 2015, coincidiendo con la recuperación de la economía tras la crisis (2008-2014), la afiliación al sistema empezó a caer, tendencia de la que no se ha recuperado y que en el caso de Ceuta se notó con el cierre de la frontera terrestre con Marruecos a causa de la pandemia.
En febrero de 2023, de nuevo a nivel estatal, el número de personas superaba las 376.000, un 95,5 por ciento de las cuales son mujeres.
El trabajo doméstico -históricamente con un escaso reconocimiento social e institucional- proporciona oportunidades de empleo a personas con empleabilidad más limitada en otras ocupaciones.
Además, mejora la participación laboral y la productividad de muchas personas empleadas a las que descarga de tareas como la limpieza de la casa, la preparación de comidas, la atención a las personas dependientes o la crianza de los hijos pequeños.
En consecuencia, contribuye no solo al funcionamiento más eficiente del mercado de trabajo, y en general al crecimiento de la economía, sino también a la reproducción de la sociedad.
"Son efectos indirectos reales y nada desdeñables, aunque resulten difíciles de medir con los indicadores utilizados habitualmente para estimar la aportación del empleo al bienestar de la sociedad", concluye Funcas.
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