En pleno mes de julio, Ceuta amaneció con una espesa niebla que no permitía distinguir nada a dos metros de distancia.
Salí, como todos los días, a las seis de la mañana; saludé a los operarios de la limpieza mientras se abanicaban unos a otros y bebían agua a gallo mojándose la cabeza.
La noche fue de un silencio pegajoso; se podía cortar con una navaja: ni el zumbido de los mosquitos, ni el ladrido de los perros callejeros, ni las cigarras madrugadoras, ni el graznido de las gaviotas. Todo era un silencio áspero, mojado por bochorno asfixiante del alba.
Salí al balcón y una bofetada de calor parecido a la proximidad de una hoguera me hizo refugiarme en el salón.
Asustado, mi temperatura corporal era de 37 grados, dentro de lo normal.
Mi perra andaba en el paseo marítimo con los ojos enrojecidos y, por primera vez, no la vi husmear.
A las 10 de la mañana Ceuta rondaba los cuarenta grados pero con la sensación térmica de 45. Los meteorólogos comunicaron que en el norte de África se podría llegar a los 60 grados.
Me había llegado al parque de Santa Catalina y el espectáculo era dantesco; la tierra se había agrietado y el vertedero llegaba hasta las puertas del camposanto. Tampoco era sorprendente pues el ayuntamiento lo había dejado hace años de la mano de Dios.
Recorrí la ciudad con una botella de agua en ristre. El Revellín, la Plaza de los Reyes, laCasa de los Dragones, el edificio Trujillo ... arrojaban una especie de lenguas de fuego como si estuviéramos abriendo un horno en el que se incineran los cadáveres.
El Mercado Central se convirtió en refugio de los viandantes atemorizados por una sudoración colectiva propia de la peste bubónica.
Una mano de Sánchez Prados había caído al suelo como hierro candente. Los bomberos apagaban el fuego del asador “Jardines de la Argentina”, las llamas lo estaban devorando. La fetidez de carne a la brasa chamuscada me produjo un vómito lleno de arcadas huracanadas.
Un afiliado de Vox parecía haberse quemado a lo bonzo al intentar descolgar la bandera LGTBI de balcón del ayuntamiento; se le enganchó en la solapa de su camisa azul y se produjo una llamarada al filtrar el sol en los multicolores del estandarte.
Tuve que esquivar a pájaros, gatos muertos que habían abandonado las colonias en busca de agua.
La anécdota fue que la chavalería comenzó a freír huevos en el asfalto y competían sobre quién conseguiría antes que la clara cuajara.
Llegamos a 70 grados. Todo era un desierto arrasado.
El alcalde reunió al pleno y, repleto de diaforesis ( sudor extremo), anunció su dimisión.
Nadie supo el por qué de su decisión. Los médicos le diagnosticaron un golpe de calor que produce alucinaciones de todo tipo.
La gente, que es muy mala, supuso que confundió el pleno con el infierno y al candidato de Vox con el propio diablo.
Los negacionistas siguieron manteniendo que el cambio climático era un invento del comunismo para espantar la industria neoliberal basada en la explotación de la naturaleza.