Cazar al cazador... ¡furtivo!

Las proximidades del Arroyo de Calamocarro son escenario de prácticas furtivas cuyo objeto son los jabalíes que merodean la zona. ¿Cómo se ataja?
Abdelmalik lleva toda la vida viviendo allí. Rodeado de animales. Hace unas semanas, estaba tranquilamente consultando información en Internet cuando perdió la conexión. “Me extrañó, así que salí a la calle y para mi sospresa me encontré con que unos chavales habían arrancado el cable del teléfono y con él trataban de sujetar a un jabalí”, relata el joven, “¡decían que se querían hacer una foto con él! ¿tú te crees?”. Por propia iniciativa, porque es lo que le parece justo, se ha convertido en fiel colaborador de la Guardia Civil y del equipo de guardias de caza que se ocupan de detectar y denunciar cuantos actos furtivos conozcan. Imágenes como aquella se repiten cada pocas noches. Las puertas de su casa, ubicada en pleno monte en las cercanías del Arroyo de Calamocarro, se convierten al caer la noche en un ir y venir de vehículos a pesar de que a plena luz del día el tránsito se reduce a las autoridades encargadas de vigilar el monte, los escasísimos vecinos de la zona y algún que otro deportista corriendo o en bicicleta. “Otro día escuchamos mucho alboroto, salimos y ahí estaban varios chicos, hablando en árabe y lanzándoles pan a los cochinos chiquitillos para llevárselos”, prosigue.
El dato de la lengua no es baladí. “Está claro que no los quieren cazar para comérselos,ya que eran musulmanes”, comenta Abdelmalik, “sino por algún tipo de interés económico porque, según me han dicho, una cría de jabalí se puede vender por 500 euros”. Explica que, aunque él no es cazador sí que entiende que la caza no debe ser eso. Que tiene muchos amigos que lo son y que, en su opinión, el deporte de la caza implica un esfuerzo mucho mayor que echar pan a un cochino, tenderle una red y meterlo al maletero del coche. Aparte, se le olvida un dato importante: la caza del jabalí, salvo en situaciones excepcionales y tras la preceptiva indicación de la Consejería de Medio Ambiente, es ilegal en Ceuta. Así lo recuerda el presidente de la Sociedad de Cazadores de Ceuta, Antonio López. Con los papeles en la mano, él es uno de los cinco guardias de caza con los que cuenta la asociación cuyo número de socios asciende a 380. Su cometido: velar porque nadie cometa acciones ilícitas en relación con la caza y poner en conocimiento de la Benemérita, especialmente a través del Seprona, cuantas denuncias o sospechas les lleguen.
El diccionario define el furtivismo como la “práctica de la persona que caza, pesca o hace leña en finca ajena, a escondidas de su dueño”. López, por su parte, tiene una definición que quizás no se aleje demasiado de la realidad. “Antiguamente se realizaba la caza furtiva para dar de comer a la familia, ahora se hace para alardear en las tascas”, opina. Reconoce que de cinco años a esta parte las prácticas furtivas han descendido, si bien últimamente se está detectando un ligero repunte mediante el uso, sobre todo, de arpones muy similares a los que se utilizan para la pesca submarina.
“La zona del Arroyo de Calamocarro es la más frecuentada para las prácticas furtivas porque allí los animales salen con muchísima frecuencia, prácticamente comen de la mano”, explica López. Y una vez sobre el terreno lo comprobamos con nuestros propios ojos. Los animales no tienen ningún tipo de reparon en acercarse, ni siquiera la cámara fotográfica les intimida. Por allí también está Juan, un cazador de mucha trayectoria que a diario da de comer pan a los cochinos. “Suelen salir sobre las ocho de la tarde, a veces me rodean y para que me dejen marcharme tengo que tengo que pegarles algún cachete”, bromea. Se nota que le duele lo que en ocasiones tiene que ver. Algún cochino muerto en la cuneta, restos de lazos y redes, algún arpón... Apenas tiene que echar la vista atrás un par de días para contar una de esas imágenes. “Arraya, mi perra, volvió de la zona del puente con un resto de cochino en la boca, un hueso. Se notaba que el animal había muerto hace algún tiempo y ya estaba en descomposición...”, cuenta. Cuando algunos ceutíes, muchas veces acompañados de niños pequeños para mostrarles a los animales, se topan con él creen incluso que es el encargado de criarlos. No es así, pero les tiene mucho aprecio. “Los cazadores, en realidad, son quienes más conservan el monte y velan por el medio porque, egoístamente, queremos seguir disfrutando de él”, opina López, “de hecho entre el colectivo de cazadores cada vez se palpa más mentalidad conservacionista”.
En otras palabras, que desde la Sociedad de Cazadores en ningún caso se aboga por la desaparición de la especie. Más bien todo lo contrario. Se vela por el equilibrio en el medio natural, de tal manera que el furtivismo se contempla como una práctica a abolir. “La caza del jabalí, en Ceuta, está totalmente prohibida salvo en momentos excepcionales en los cuales los especialistas, tras hacer sus estudios, indican que es necesario realizar alguna batida por distintos motivos, en cuyo caso siempre ha de autorizárnoslo la Consejería de Medio Ambiente”, explica. Asegura que, en principio, la Sociedad de Cazadores no tiene constancia de prácticas furtivas en relación a otras especies, aunque nunca se puede afirmar al cien por cien que éstas no existan. “Nosotros cazamos legalmente, siempre bajo la legislación vigente”, recuerda López, “estamos cansados de las críticas de los ecologistas que en realidad no quieren enfrentarse a los furtivos por miedo a las represalias, más les valía criticar esas acciones...”. En total unos 120 cazadores ceutíes disfrutan de su afición en nuestra ciudad, un número que asciende hasta los 200 si contamos a quienes además cazan en Marruecos o en la península. El número de furtivos, sin embargo, es difícil de concretar. Señalar con el dedo es complicado, aunque tanto los guardias de caza como la Guardia Civil, así como ciudadanos anónimos concienciados con el problema, unen fuerzas para erradicar una práctica que, aunque esté a la baja, continúa ahí. Porque todos tienen claro que el animal jamás debe ser “el malo de la película”.
Reportaje fotogáfico: QUINO
Beatriz G. Blasco / ceutaAbdelmalik lleva toda la vida viviendo allí. Rodeado de animales. Hace unas semanas, estaba tranquilamente consultando información en Internet cuando perdió la conexión. “Me extrañó, así que salí a la calle y para mi sospresa me encontré con que unos chavales habían arrancado el cable del teléfono y con él trataban de sujetar a un jabalí”, relata el joven, “¡decían que se querían hacer una foto con él! ¿tú te crees?”. Por propia iniciativa, porque es lo que le parece justo, se ha convertido en fiel colaborador de la Guardia Civil y del equipo de guardias de caza que se ocupan de detectar y denunciar cuantos actos furtivos conozcan. Imágenes como aquella se repiten cada pocas noches. Las puertas de su casa, ubicada en pleno monte en las cercanías del Arroyo de Calamocarro, se convierten al caer la noche en un ir y venir de vehículos a pesar de que a plena luz del día el tránsito se reduce a las autoridades encargadas de vigilar el monte, los escasísimos vecinos de la zona y algún que otro deportista corriendo o en bicicleta. “Otro día escuchamos mucho alboroto, salimos y ahí estaban varios chicos, hablando en árabe y lanzándoles pan a los cochinos chiquitillos para llevárselos”, prosigue. El dato de la lengua no es baladí. “Está claro que no los quieren cazar para comérselos,ya que eran musulmanes”, comenta Abdelmalik, “sino por algún tipo de interés económico porque, según me han dicho, una cría de jabalí se puede vender por 500 euros”. Explica que, aunque él no es cazador sí que entiende que la caza no debe ser eso. Que tiene muchos amigos que lo son y que, en su opinión, el deporte de la caza implica un esfuerzo mucho mayor que echar pan a un cochino, tenderle una red y meterlo al maletero del coche. Aparte, se le olvida un dato importante: la caza del jabalí, salvo en situaciones excepcionales y tras la preceptiva indicación de la Consejería de Medio Ambiente, es ilegal en Ceuta. Así lo recuerda el presidente de la Sociedad de Cazadores de Ceuta, Antonio López. Con los papeles en la mano, él es uno de los cinco guardias de caza con los que cuenta la asociación cuyo número de socios asciende a 380. Su cometido: velar porque nadie cometa acciones ilícitas en relación con la caza y poner en conocimiento de la Benemérita, especialmente a través del Seprona, cuantas denuncias o sospechas les lleguen. El diccionario define el furtivismo como la “práctica de la persona que caza, pesca o hace leña en finca ajena, a escondidas de su dueño”. López, por su parte, tiene una definición que quizás no se aleje demasiado de la realidad. “Antiguamente se realizaba la caza furtiva para dar de comer a la familia, ahora se hace para alardear en las tascas”, opina. Reconoce que de cinco años a esta parte las prácticas furtivas han descendido, si bien últimamente se está detectando un ligero repunte mediante el uso, sobre todo, de arpones muy similares a los que se utilizan para la pesca submarina. “La zona del Arroyo de Calamocarro es la más frecuentada para las prácticas furtivas porque allí los animales salen con muchísima frecuencia, prácticamente comen de la mano”, explica López. Y una vez sobre el terreno lo comprobamos con nuestros propios ojos. Los animales no tienen ningún tipo de reparon en acercarse, ni siquiera la cámara fotográfica les intimida. Por allí también está Juan, un cazador de mucha trayectoria que a diario da de comer pan a los cochinos. “Suelen salir sobre las ocho de la tarde, a veces me rodean y para que me dejen marcharme tengo que tengo que pegarles algún cachete”, bromea. Se nota que le duele lo que en ocasiones tiene que ver. Algún cochino muerto en la cuneta, restos de lazos y redes, algún arpón... Apenas tiene que echar la vista atrás un par de días para contar una de esas imágenes. “Arraya, mi perra, volvió de la zona del puente con un resto de cochino en la boca, un hueso. Se notaba que el animal había muerto hace algún tiempo y ya estaba en descomposición...”, cuenta. Cuando algunos ceutíes, muchas veces acompañados de niños pequeños para mostrarles a los animales, se topan con él creen incluso que es el encargado de criarlos. No es así, pero les tiene mucho aprecio. “Los cazadores, en realidad, son quienes más conservan el monte y velan por el medio porque, egoístamente, queremos seguir disfrutando de él”, opina López, “de hecho entre el colectivo de cazadores cada vez se palpa más mentalidad conservacionista”. En otras palabras, que desde la Sociedad de Cazadores en ningún caso se aboga por la desaparición de la especie. Más bien todo lo contrario. Se vela por el equilibrio en el medio natural, de tal manera que el furtivismo se contempla como una práctica a abolir. “La caza del jabalí, en Ceuta, está totalmente prohibida salvo en momentos excepcionales en los cuales los especialistas, tras hacer sus estudios, indican que es necesario realizar alguna batida por distintos motivos, en cuyo caso siempre ha de autorizárnoslo la Consejería de Medio Ambiente”, explica. Asegura que, en principio, la Sociedad de Cazadores no tiene constancia de prácticas furtivas en relación a otras especies, aunque nunca se puede afirmar al cien por cien que éstas no existan. “Nosotros cazamos legalmente, siempre bajo la legislación vigente”, recuerda López, “estamos cansados de las críticas de los ecologistas que en realidad no quieren enfrentarse a los furtivos por miedo a las represalias, más les valía criticar esas acciones...”. En total unos 120 cazadores ceutíes disfrutan de su afición en nuestra ciudad, un número que asciende hasta los 200 si contamos a quienes además cazan en Marruecos o en la península. El número de furtivos, sin embargo, es difícil de concretar. Señalar con el dedo es complicado, aunque tanto los guardias de caza como la Guardia Civil, así como ciudadanos anónimos concienciados con el problema, unen fuerzas para erradicar una práctica que, aunque esté a la baja, continúa ahí. Porque todos tienen claro que el animal jamás debe ser “el malo de la película”. “Nos llevamos bien con ellos, pero hay que enseñarles a no romper tuberías” Mohamed, que vive junto al resto de la familia en pleno monte, tiene asumido que tendrá que cambiar la tubería que abastece a su casa de agua. “Con tantos empalmes que hemos hecho ya está inservible”, afirma mientras la muestra. Y es que cada vez que la presión del grifo disminuye todas sus sospechas se dirigen hacia esos simpáticos vecinos que a menudo se cruzan por mitad de la pista que dan acceso a su casa. “Siempre están por aquí, pero no molestan lo más mínimo, salvo cuando hacen alguna de sus travesuras y fastidian las tuberías”, cuenta entre risas, “vamos a tener que llevarles al colegio para que aprendan a no romper las cosas”. Y es que los animales son tan listos que al escuchar el sonido del agua no paran hasta conseguir beber una poca. Redes, lazos y arpones: objetos que confirman la presencia del furtivismo “Cuando una cosa se pone de moda poco hay que hacer”, comenta el presidente de los cazadores. Se refiere a la costumbre que ciertos cazadores furtivos han tomado por los arpones para matar jabalíes. Una manera, cuanto menos, cobarde ya que en más de un caso se han encontrado con el jabalí herido de muerte. Es decir, se le lanzó el arpón, el animal huyó y murió poco después en otro punto del monte. De todos modos los furtivos tienen otras tácticas ilícitas contra las que también hay que luchar. Desde lazos trampa, “nos encontramos muchos de ellos a menudo”, a la caza mediante redes. “Los atraen mediante comida, porque como son tan dóciles acuden con facilidad, y luego tratan de atraparlos mediante redes que se utilizan en las obras” explican. Los indicios de su presencia se ven cada pocos metros... andan cerca “Cuando se despiertan lo primero que hacen es bajar a beber agua del arroyo y luego suelen subir por aquí”, explica Juan Díaz mientras señala unos excrementos de jabalíes que dan buena cuenta de que han andado por ahí esta misma mañana. Y es que en la zona alta de Calamocarro, así como a lo largo de toda la pista de la Lastra mediante la cual se llega hasta el fortín de Aranguren y, un poco más arriba, hasta la zona del perímetro fronterizo, las huellas e indicios de la presencia de estos animales es constante. Las pezuñas nos van marcando los diferentes caminos que recorren en busca de agua o comida. Por ejemplo, bajo las higueras. Incluso, junto a una zona embarrada que se ha creado tras la ruptura de una tubería, encontramos algunos vellos del animal, que posiblemente ha estado jugando y divirtiéndose por la zona. “Cuando llega la época de lluvia les gusta bajar hasta esta zona, donde se forman grandes charcas, para revolcarse”, explica López, “lo que ocurre es que ahora está todo muy seco por la falta de agua”. Cuentan que la zona del perímetro es una de las más frecuentadas por los cochinos, pero la permanente vigilancia de la Guardia Civil allí propicia que los furtivos no se atrevan a realizar sus acciones ilícitas en la dicha zona.

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