En un lugar conocido como La Ciudad se ubica la catedral de Ceuta, a pesar de que la urbe ni sea sede episcopal ni tenga mitrado aunque fuese auxiliar, tal como se acordó en su día. Sin embargo, Ceuta conserva el templo catedralicio como vestigio de un pasado eclesiástico más glorioso del que ahora goza.
En 1726, cuarenta años después del inicio de las obras de construcción de la nueva catedral sobre la maltrecha edificación de origen islámico, se procedió a la consagración de la seo en honor de la Asunción de la Virgen. Más de dos siglos antes de que el papa Pío IX determinase en aquel primero de noviembre de 1950 que este hecho tan celebrado en la cristiandad era una verdad de fe.
El arquitecto Juan de Ochoa había proyectado un edificio modesto para una sede en territorio disputado. Bajo los cimientos de la actual iglesia catedral de Ceuta, en principio, hubo un templo cristiano construido por Justiniano, que después sería, a partir del 711, Mezquita Mayor. En 1417, tras la gloriosa gesta de Juan I de Portugal, el papa Martín V erigió la sede de Ceuta después de siete siglos de dominio musulmán, un período en el que el martirio de San Daniel, franciscano, bien le valió alcanzar el patronazgo de la sede.
Según relata el expediente para la declaración de la catedral de Ceuta como Bien de Interés Cultural, “el proyecto de Ochoa preveía la construcción de un templo de planta rectangular sin crucero, tres naves y testero plano. La cabecera se compartimentaba en tres espacios, el mayor de los cuales albergaba la Capilla Mayor. A ambos lados se disponían la Capilla del Sacramento y una tercera capilla suprimida a comienzos del siglo XIX a fin de destinar ese espacio a dependencias capitulares. En el centro de la nave se situaba el coro que quedaba unido al presbiterio por un largo pasillo delimitado por una balaustrada de hierro”. De esta descripción, sólo consta en pie parte de la estructura y la portada del siglo XVII, labrada en serpentina verde.
Por cuestiones políticas, Ceuta dejó ser sede episcopal y perdió a su obispo en cuestión de cinco años. En 1846, en la víspera de la Asunción Gloriosa, falleció Juan José Sánchez Barragán y Vera, el último prelado de Ceuta. La tarde de aquel 14 de agosto, con él, quedaría sepultada para siempre una diócesis con sede propia. En la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes se recoge que “trabajó con celo apostólico en bien de la grey que le estaba encomendada, [...]; y por su muerte demostró el paternal cariño que en vida profesaba a los pobres y necesitados, pues dejó todos sus bienes y ahorros para que se fundase un Banco de pescadores y un colegio de 2.ª enseñanza para los jóvenes que quisieran seguir la carrera eclesiástica”. El obispo Sánchez Barragán y Vera reposa, desde entonces, en la propia catedral de Ceuta.
La diócesis de Ceuta fue reducida, finalmente, en 1851. Bravo Murillo alcanzó un concordato con la Santa Sede mediante un documento de 46 artículos, como se recoge en la antigua Gaceta de Madrid, actual Boletín Oficial del Estado. El 12 de mayo de aquel año se unían la diócesis de Ceuta y Cádiz aunque se estipulaba que “en los casos en que para el mejor servicio de alguna Diócesis sea necesario un Obispo auxiliar, se proveerá a esta necesidad en la forma canónica acostumbrada”. Lo que nunca llegó a producirse en el caso de Ceuta, tal como recoge el episcopologío de la actual diócesis. Después de varios administradores apostólicos, en 1932 quedaron unidos ambas sedes episcopales.
Los arquitectos Gaspar y José Blein dieron a la catedral el actual aspecto que presenta. Una transformación producida entre 1954 y 1955 en la que se modificaba la cabecera del templo, se añadían las torres de su portada y edificaba la actual capilla sacramental. Una intervención para guardar como un tesoro uno de los pasajes más devocionales de la Virgen María.