En la tarde del 17 de julio de 1936, los militares sublevados atacaron el aeródromo de Sania Ramel (Tetuán), defendido por algunos efectivos leales a la República, Salvador Sorroche. Rendida la posición, fue encarcelado en la ceutí prisión del Hacho, de donde lo sacaron en la madrugada del 15 de agosto de 1936 para ejecutarle con otros seis compañeros.
Carmen salió de Ceuta. Sus familiares vivían en Cataluña en la zona sublevada y no resultaba nada fácil cruzar la península para llegar a territorio controlado por el Gobierno de la República.
La familia de Bermúdez Reyna pertenecía a la alta sociedad madrileña y estaba emparentada con los Madariaga. Gracias a ello, Vicenta y Carmen tuvieron acceso al ministro de Estado, Julio Álvarez del Vayo, que realizó varias gestiones de modo que, por mediación de la Cruz Roja Internacional, las sacarían de Ceuta junto con sus hijos: Pilar, Manuel y Virgilio ―de 7, 6 y 4 años de edad―.
Tánger. Con poco equipaje cruzaron la frontera internacional y entraron en Tánger. Esperaron unos días hasta que pudieron embarcar hacia Marsella y, desde allí, entrar en la España republicana
Con poco equipaje, cruzaron la frontera internacional y entraron en Tánger. Esperaron unos días hasta que, a finales de noviembre de 1936, momento en que pudieron embarcar hacia Marsella y, desde allí, entrar en la España republicana cruzando los Pirineos para, finalmente, dirigirse Carmen a Barcelona. La madre de Carmen, la esperaba en Barcelona, en la Estación del Norte.
Los años pasaron y Carmen, poco a poco, pudo abrirse camino y sacar adelante a sus tres hijos con muchos sacrificios. La familia ya había decidido que lo mejor sería salir de Cataluña antes de que la maquinaria represiva se pusiera en marcha para castigar -con la pena capital en muchos casos- la disidencia y atemorizar a una población que los sublevados consideraban «roja» y «separatista».
Finalmente, pudieron subir a un tren que les dejó en Oloron, municipio del suroeste francés en el que fueron recogidos por algunas familias. Las mujeres habían sido educadas para coser y bordar, lo que hacían a la perfección, de modo que no les resultó muy difícil encontrar trabajo. Carmen, por su parte, se dedicó a dar clases de manualidades.
Madrugada trágica en el Hacho
Aquella trágica madrugada en Ceuta, en la madrugada del 15 de agosto de 1936, un grupo de fascistas montados en automóviles subieron las empinadas rampas que conducen a la fortaleza del monte Hacho. El alférez Sorroche bien pudo haber oído los motores de los vehículos rompiendo el silencio en su camino hacia la prisión.
Todos los reclusos callaban dentro de las celdas, con sus corazones latiendo agitadamente conscientes de que, nuevamente, fue la primera saca de «visitados» por patrullas de falangistas que habían confeccionado una lista mientras tomaban unas copas. Tras descorrer el cerrojo, aparecieron los pistoleros con sus camisas azules. Frente a ellos, Sorroche y sus compañeros permanecían en pie.
Leyeron los nombres de quienes tenían que acompañarlos para declarar en comisaría, pero todos sabían que eso no era cierto. Salvador escuchó el suyo y el de los que, con él, habían defendido el aeródromo de Tetuán; siete fueron los sacados al patio en esa ocasión. Aquella saca fue como todas las que los grupos de fascistas ceutíes acostumbraron a realizar, siempre la misma trágica rutina.
Después de efectuar las ejecuciones en cualquier descampado o, tal vez, en las tapias del cementerio de Santa Catalina, los cuerpos eran llevados al depósito de cadáveres. Las seis víctimas que acompañaron al alférez.
En 1942, Carmen envió carta a delegación del Gobierno en Ceuta
Afinales de 1939, Carmen y su familia, decidieron regresar a España, desde Francia, su hermana, Consuelo, regresaría también -embarazada en ese momento de sus gemelos José Antonio y Marichelo-. Mientras tanto, Carmen -por seguridad y tranquilidad- envió a Baza a sus hijos Pilar y Manolo con su cuñada Piedad y se quedó solamente con el pequeño Virgilio.
Carmen comenzó a mover papeles para intentar cobrar la pensión de viudedad militar; sabía que era difícil, pero no imposible. Por lo tanto, escribió al aeródromo para justificar los nombramientos de mi marido fusilado Salvador y, seguidamente, a la delegación de Gobierno de Ceuta, al Ejército del Aire y al Ministerio de Justicia, donde le informaron que ese asunto dependía del Ministerio del Ejército.
En diversas ocasiones a lo largo de dos años intentó obtener respuesta a su solicitud. Un día, sus contactos le informaron que Kindelán estaría en Barcelona al ser nombrado capitán general de Cataluña (1941-1942). Se habían conocido antes de la sublevación, su marido había colaborado estrechamente con él tanto en el protectorado español en Marruecos como en el aeródromo, en numerosas ocasiones había confiado en Salvador, sabía lo serio y profesional que era.
Carmen, nos contaron sus nietas actuales… “Se arregló con su elegancia habitual y se presentó directamente en el despacho del militar requiriendo hablar con él personalmente, cosa que finalmente consiguió. Poco después, él le remitió una carta comprometiéndose a interceder en la concesión de dicha pensión” .
Los últimos días del marido de Carmen, Salvador Sorrocho, en la defensa del aeródromo de Sania Ramel (Tetuán). La existencia de Carmen en Ceuta y en el Protectorado era apacible, llena de planes para el futuro. Aquel viernes de julio de 1936, paseaba con Salvador por la plaza de España de Tetuán. Sobre las 20:00 horas, comenzaron a ver movimiento, carreras, camiones de soldados por las calles, y se encontraron con el capitán Pedro Segura, compañero de Salvador.
Este le preguntó qué estaba sucediendo, a lo que capitán Segura respondió que varios oficiales habían ido al aeródromo por lo que pudiera pasar. Carmen y Salvador interrumpieron su caminata y se dirigieron a casa, donde él se puso su uniforme y, asegurándose de cargar la pistola, tranquilizó a su mujer y se dirigió al campo de aviación. No volvió a verle con vida.
Sorroche llegó al aeródromo, situado en las afueras de Tetuán, y el comandante de la Puente Bahamonde (primo de Franco) le explicó que algunos militares se habían sublevado en Melilla y que cabía esperar lo mismo en la capital del protectorado y en Ceuta. Por tanto, debían prepararse para defender las instalaciones frente a posibles ataques de las fuerzas golpistas.
No eran muchos: el mencionado comandante Bahamonde, los capitanes José Álvarez del Manzano y José Bermúdez Reyna, el teniente Pedro Segura, los alféreces Salvador Sorroche, Álvarez Esteban, Carrillo Blas y Mariano Cabrero, el brigada Arche, los sargentos Víctor Díaz y Celestino Rodríguez y un puñado de soldados.
El comandante Bahamonde habló sobre la situación con el alto comisario, Álvarez-Buylla, en dos ocasiones. Este le aseguró que el presidente de la República le había prometido: «Dentro de unas horas llegarán aviones enviados por el Gobierno con soldados leales a la Republica».
No obstante, el alto comisario también le dio noticias poco alentadoras: «Probablemente durante la noche o la madrugada el aeródromo será atacado por fuerzas rebeldes compuestas por regulares y artillería; por lo tanto, debe preparar su defensa». El comandante hizo instalar cuatro ametralladoras sobre una torreta fija e iluminar la carretera de acceso con las luces de todos los coches de que disponían.
Sobre las 23:30 horas, Bahamonde ordenó al alférez Mariano Cabrero que, con una camioneta y cuatro soldados, marcase los ángulos del campo de aterrizaje con trapos blancos y permaneciera en la pista alimentando hogueras con gasolina hasta la llegada de un trimotor leal a la República con refuerzos. Sobre las dos de la madrugada, el comandante recibió una llamada del jefe de la sublevación en Tetuán, el teniente coronel Sáenz de Buruaga, amenazándole con desplazar al campo una batería de artillería y exigiéndole la rendición.
El marido de Carmen defendió el aeródromo
El alféreces Salvador Sorroche junto a comandante De la Puente Bahamonde contestó: «¡Tendrán que pasar por encima de los encargados de la defensa de la República, único Gobierno legal en este momento! ¿En qué concepto me ordena Vd. que me rinda? ¿Quién es usted para darme tales órdenes?». Buruaga afirmó algunos días más tarde: «El jefe del aeródromo me contestó de muy mala forma que antes de entregar el aeródromo tendríamos que pasar por encima de su cadáver, además empleando al final frases malsonantes». Finalmente, el ataque al aeródromo comenzó sobre las 4:30 horas de la madrugada del 18 de julio. Dados los escasos medios defensivos y la superioridad manifiesta de los ofensores, el comandante decidió que resistir no tendría ningún resultado práctico sino aumentar el derramamiento de sangre.
Transcurridos apenas unos 40 minutos, los defensores convinieron rendir la posición no sin antes ocasionar diferentes averías en diez aviones. Tal y como se señala en el consejo de guerra, el comandante De la Puente Bahamonde enarboló un pañuelo blanco siendo las 5:15 horas del 18 de julio, cruzó la pista de aterrizaje y llegó al ramal de la carretera de Río Martín a Ceuta. Entonces, ordenó a sus compañeros que salieran y formaran en la pista de a uno y sin armas. El comandante de regulares Serrano Montaner se acercó a ellos y De la Puente le entregó su pistola.
Todos fueron trasladados al Hacho. Durante los siguientes días, Carmen Campillo intentó ver a su marido, Salvador, sabedora de que estaba herido en la pierna izquierda, aunque no de gravedad. No pudo verlo, solo le permitieron llevarle ropa y comida.
El 2 de agosto se celebró el consejo de guerra en el acuartelamiento de sanidad bajo la presidencia del coronel Emilio March, fallando pena de muerte para el comandante De la Puente y reclusión perpetua para el capitán José Bermúdez y los alféreces Esteban Carrillo y Salvador Sorroche, y 12 años de prisión para el capitán José Álvarez y el alférez Mariano Cabrera.
El comandante Ricardo De la Puente fue fusilado a las cinco de la tarde del 4 de agosto de 1936. La consulta de cientos de procedimientos similares reveló que nunca una ejecución había tenido lugar por la tarde, por lo que parece claro que quisieron dar por finalizado ese consejo de guerra cuanto antes mejor. Varios soldados también fueron encarcelados en el Hacho y sometidos a cortes marciales, resultando que algunos serían pasados por las armas el 19 de abril de 1937 y el resto condenados a largas penas de presidio.