Si te pillan con el alijo en la mano, no puedes por menos que poner caritas, mientras buscas la exculpación, aunque sea manchando la lista de los más granados.
Hay tantos inculpados, imputados, presuntos y pringados, que hemos perdido hasta el arte de conjugar el verbo robar. Las caras se suceden en las portadas y las elecciones a la vuelta de la esquina y paladas de basura emergiendo en los juzgados, que hay mucho que limpiar y los medios son escasos. La informática y la telemática no llega y los funcionarios mal pagados, los cuartuchos atestados de expedientes y folios coloreados, hacen que la Justicia se agote, en bocanadas de humo mal apagado.
Los ciudadanos de a pie, no los de Rivera, andamos escasos y confusos, estamos en zona de comuniones inminentes y los que no gastamos, hacemos recortes sin pértiga con el cuerpo acrobático, porque los michelines no nos pesan y las lorzas nos dejan.
Es difícil vivir sin gastar y ver subir todo y quedarte impasible, como las gaviotas de la playa que esperan petrificadas que llegue alguien para pedirle pan. Odio las peticiones, las caridades y la lástima, soy más de los de enseñar a pescar, pero entiendo que la gente crea y que se debata y que huya, dejándonos a los que no podemos seguirlos, atrás.
Se creen en algún hipotético despacho que nos importan los corruptos o que el amigo del yerno del Rey nos la pone calentita... Pero no, pasamos, porque nos va más que Belén Esteban haya ganado, que se ponga a adelgazar y que ya tengamos posado cutre otro verano, desde que nos dejó huérfanos la Obregón. El rosa más rosa se ha vuelto cañí a secas y todo se ha chancleteado y nos hemos humanizado al nivel de Atapuerca, pero sin visos de evolucionar. Las empresas que dan trabajo siguen pasando momentos difíciles y los email siguen llegando, dejando rastro de la situación. Las caídas no son en bolsa, sino en bolsillos anónimos que no pueden pagar la luz ni el gas, sin que falte algún político superdotado, que nos indique que ya llegó la primavera y no hace falta tanta calefacción. Caras atontadas en un cuento de nunca jamás, el nuestro, que no es el que contaba la abuela en la Plaza Mina, junto al vigilante, que entonces se llamaba guardia y estaba lastrado de una guerra imaginaria que no quieren recordar. Se llamaban de usted y sonaba bien y también los cuentos que eran orales y de tradición mujeril, amasados junto a las flores fritas y los rosquillos de malahuga.
Nunca volveremos a ser viejos así que tenemos que currárnoslo ahora, adorarnos las arrugas y resignarnos solo a soportarlos a ellos, que nos quieren como María Antonia, gobernar. Sigámosles la corriente y vayamos a votar y luego hagámosles sudar con los pactos entre piratas, salgamos a las calles a manifestarnos y debatamos haciéndoles la puñeta, como venganza a la mucha que nos hacen ellos, cuando se sientan en los tronos de los escaños, olvidándose en el acto de todo lo que nos prometieron.
Seamos niños de Primaria enfadados, churreteados y aun así victoriosos, comiéndonos una tarta San Marcos de la Camelia, con los labios llenos de nata y la lengua blanca. Pondrán cara de atontados, se lo digo yo, que nada gano ni pierdo, más que las epiteliales de la punta de los dedos. Es por otro lado mínimo coste para esta profesión que te da tanta ingratitud como la de ser creyente, votante en argot, de tiempo como éste en que se preparan elecciones, sin cucharas para la nata, sin pesaje de michelines y aun así, con la lengua afilada, ya preparados para el corsetaje de ideas y la indignación de vernos otra vez estafados, esquilmados y engañados, por nuestra propia condición. Nacimos para ser viejos y amargados, porteadores de bastón, consumidores de medicinas, beneficiarios de pensión... Adoremos nuestras arrugas, hagámosles sudar por inanición, escuchémosle como sirenas y riámonos en sus caras de tontos, que no somos carne de cañón sino gastadores de vida, nateros sin arrepentimiento, portadores de lorzas homologadas y sobre todos púlpitos de felicidad.