Marzo se nos va con paisajes invernales y con cambios bruscos a temperaturas más cálidas. Pero también con otro escenario que la propia naturaleza, aunque aquejada por el cambio climático, le ha concedido: una semana de celebraciones populares y religiosas, de gente en la calle, de desplazamientos por vacaciones y turismo, de operación salida/retorno. Y, en el centro de ambos paisajes, el sonido, el clima y la escenografía de las procesiones.
Ellas, como siempre, sumergidas en la representación pero centradas en el significado de los momentos históricos que conmemoran. Significado que sitúa en el corazón de todo este escenario de procesiones, el misterio de la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Jesucristo. Misterio que puede quedar desapercibido no solamente por la puesta en escena de los actores que desfilan (cofradías, tronos, imágenes religiosas, partituras musicales, luces, balcones engalanados, etc.) sino también por la puesta en escena y el interés de los espectadores que acuden (niños, mayores, familias, turistas, etc.).
Sin embargo, lo interesante en todo este paisaje que la Semana Santa configura en nuestras ciudades y en nuestros pueblos, no es la puesta en escena. Si fuese solo así, tanto la vivencia presencial como las imágenes o las palabras que los medios de comunicación y las nuevas tecnologías nos ofrecen, serían solo presencias, solo imágenes o solo palabras, todas sin sentido ni orientación. Pues, el reto de toda representación o conmemoración es conducirnos a que nos unamos o identifiquemos con los eventos que se celebran.
Y el desafío de la celebración, en las calles y en los templos, de la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Cristo, lo constituye ese proceso de identificación entre lo que Jesús hizo hace 2018 años y lo que nosotros hacemos hoy, en nuestros días.
Este proceso de identificación, esta oportunidad o encuentro, es realmente la esencia del “vivir” la Semana Santa. Una Semana Grande en todas las direcciones, pero a merced de una serie de Días Santos, regidos por la Fe. Estos Días son los que hacen caminar a la Semana, y hacen discurrir esos días de descanso, días de vacaciones, días grandes para la industria del turismo. Todo ello a pesar de que en el mismo paisaje tengamos el desafío del cambio climático, de las sensibilidades políticas, de las viejas heridas de la sociedad, de las diferencias entre estados pobres y estados ricos, de la desigualdad por el agua, de los gigantes del GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon), etc.
Una de esas heridas y fisura ideológica de la sociedad española puede ser muy representativa en estos días de convivencia y de puesta en escena, ya que está relacionada con la Virgen de la Macarena. Quizás la escultura religiosa más venerada de Sevilla. Pero ataviada con matices políticos de uno y otro lado. De un lado la ley de memoria histórica de 2007 determina la exhumación de Gonzalo Queipo de Llano, enterrado en el lado izquierdo de la Basílica de la Macarena en 1951. Él fue uno de los líderes militares del golpe de julio de 1936 que trajo la Guerra Civil. La simplicidad de su tumba contrasta con las decoraciones ornamentales de la Basílica. Y de otro lado, la ayuda que Queipo de Llano proporcionó para construir la Basílica de la Virgen de la Macarena, cuya escultura fue salvada en 1936 cuando los militantes de izquierdas incendiaban una Iglesia cercana. Y en medio de ambos lados tenemos a la Cofradía que rige la Basílica, y a lo que ella constituye: uno de los grandes lugares de referencia de la ciudad.
Por otra parte, la propia naturaleza que rige esta oportunidad, o encuentro, de “vivir” la Semana Santa, preocupa también al mismo Acuerdo mundial de Paris de 2015, contra el cambio climático. Cambio al que, según la mayoría de los científicos, la conducta humana está contribuyendo. Y que además, estaría afectando a la gente más pobre y más vulnerable. Incrementando en ciertos territorios las probabilidades de inundaciones, sequías y olas de calor, y en zonas costeras subiendo el nivel del mar y provocando tormentas violentas. El límite de aumento de la temperatura de 1.5C establecido en el Acuerdo de Paris podría superarse, según unos científicos, en el periodo desde el 2018 al 2020. Aunque según otros no se superaría hasta los años del 2040.
En cualquier caso, y de acuerdo con el Banco Mundial (centrado en reducir la pobreza), más de 140 millones de personas emigrarán internamente desde este año hasta el 2050, en tres regiones del mundo tales como África subsahariana, Asia del sur y Latinoamérica. Una emigración humana a causa del cambio climático, que potencialmente puede tener los mismos conflictos que la emigración entre países: infraestructura, empleo, alimentación y agua.