La misma silla de ruedas, esa con la que puede llegar a recorrer hasta 25 kilómetros y que le permite visitar con frecuencia Marruecos, es la que le impide algo que pareciera ser más sencillo: llegar a casa. Este el calvario de Francisco Galán Pérez, un vecino de Juan XXIII, en Ceuta, que pide ayuda para poder salir y entrar en su vivienda sin tener que depender de nadie.
Un enfermedad, la que lo dejó en minusvalía, lo sigue debilitando progresivamente y esto hace que cada vez sea más difícil valerse por sí mismo. Cuando era más joven tenía muchas más fuerzas, pero a sus 42 años el padecimiento le pasa factura.
A pesar de sus circunstancias, Francisco hace todo lo posible por no abandonar su rutina, esa que lo mantiene de buen humor. Todos los días sale de casa con ayuda de algún amable vecino, se toma un café en un lugar cercano, hace un recorrido por la ciudad y en ocasiones visita a su novia que está en Castillejos.
“Yo antes subía y bajaba los escalones de rodillas, subía mi propia silla y hacía muchas cosas, pero ahora con la enfermedad no tengo fuerzas para nada”, explica.
El problema es que cada día que pasa se tiene que recoger más temprano, pues depende de la buena voluntad de otros para que lo ayuden a subir al segundo piso donde está su vivienda. Francisco ya no tiene la resistencia de antes para poder subir las escaleras y tampoco cuenta con un ascensor que lo traslade. Poco a poco se queda sin alternativas.
Mientras está en la calle, Francisco se siente bien, pero el ánimo le cambia sobre las 20:30 horas, con tan solo pensar en el retorno. Subir hasta su casa es una labor titánica que depende de la disposición de sus vecinos, a los que está muy agradecido por siempre estar ahí para apoyarlo.
“Hasta Marruecos me voy con mi silla eléctrica, pero a la hora de regresar la felicidad se me va”, cuenta.
Francisco no quiere volver a casa tan pronto, pero mientras los minutos avanzan y entra la noche es más complicado encontrar a alguien en la calle que lo pueda ayudar a regresar a su hogar. Para él quedarse en casa no es una opción, pues el poder salir y distraerse significa mucho. “En la casa me agobio, estoy muy acostumbrado a salir a la calle y me vería muy mal si no puedo salir o comerme un bocadillo por ahí”. La angustia es tal que este vecino termina en lágrimas por esta situación.
Por eso pide “cualquier cosa” que pueda servir para llegar a casa. “Un pequeño elevador para no depender de nadie y subir a la hora que quiera”. Esto para que su madre no tenga que ir de puerta en puerta a buscar a alguien.
Francisco asegura que en el Ayuntamiento conocen bien su situación y espera que cumplan la promesa de ayudarlo. Insiste en que no pide mucho, sino que le proporcionen algún medio para movilizarse por sí mismo con su inseparable silla de ruedas.