Bazares, los tiempos de gloria y de esplendor

Mucho se ha comentado siempre sobre la historia de los bazares en Ceuta, he podido escuchar cientos de comentarios, pero muy pocos han sido de personas que han trabajado detrás del mostrador y han sentido en sus propias carnes con el paso de los años lo que ha sido trabajar en el comercio y al público en aquellos años.

Y como pude dar con mis huesos en el mundo del bazar, pues muy sencillo por la insistencia de mi padre. Mi padre era hindú y por lógica y esencia de aquellos tiempos, había que seguir los pasos y la tradición. Mi padre, el hombre siempre era un gran caballa de adopción que sabía las historias de Ceuta, integrado en la cultura y sociedad española, pero bebía los vientos por el mundo del negocio y el comercio.

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Desde chiquillo me llevaba a la tienda, daba igual si estuviese jugando a cabriolas, correteando o de paseo al mercado a comprarme un jilguero o un pollito.

Si se encontraba un paisano, se podía pegar una hora hablando en Sindi. El dialecto de los hindúes en Ceuta y allí que estaba yo cogiendo moscas, limpiando escaparates, o haciendo huecos en el almacén.

Una década esplendorosa

Fueron los años setenta quizás una década esplendorosa en Ceuta, la mercancía más barata estaba en Ceuta, Melilla y Canarias, y en todo ese territorio se aglutinaba la comunidad hindú donde las familias iban acogiendo a parientes de la India.

Siempre tenía uno que escuchar eso de: “vienen de la gran China y ya saben hablar español”, cuando se ponía interés en aprender y en ponerse al día del idioma, de las costumbres, de integrarse y ser uno más de España. Claro que se pone interés y de paso ir ascendiendo posiciones en el tejido empresarial.

Los paraguayos eran la denominación de los consumidores llegados desde la Península. Su imagen era la de un comprador portando en su compra, un paragua, una botella de whisky, un cartón de tabaco rubio, un queso de bola y un transistor, de paso, comprarse un buen reloj y si la cartera y la familia podía a más, un radio-cassette stereo y algo de joyería.

En los setenta todavía quedaban vestigios de regalos que más bien eran de los sesenta, como la loción Revedor, la colonia Myrugia, el pachuli, los juegos de combinaciones, los relojes Cauny, Flica y los gatos del tiempo.

El mostrador con relojes de calidad

Cuando estuve ayudando en la tienda donde estaba mi padre, estaba el mostrador con relojes de calidad, lo que eran las marcas Seiko, Orient y Citizen, eran automáticos y fueron llegando los digitales. Debajo de la primera planta donde estaban los relojes, iban los mecheros de calidad, algunos imitando al Dupont de oro, los mecheros de martillo, los mecheros de música y los juegos con bolígrafo y mechero, al fondo iban las pitilleras y por supuesto las botellas de gas recargable.

Siempre quedaba un hueco en el mostrador largo para colocar las plumas y bolígrafos Sheaffer, Cross y Parker.

En el otro mostrador iban los relojes “macana“, los que eran malos de solemnidad, pero que al comprador le gustaban porque imitaban a los de buceo, a los Cartier y a los Bulova que eran de joyería. En el resto del mostrador iban las gafas Rayban, las originales con las siglas grabadas en el cristal y en otro lado, las imitaciones.

Debajo iban las cuchillas Schick inyectables, y si quedaba hueco en el mostrador la máquina de escribir marca Kovac.

En medio de los dos mostradores iba un taquillón donde estaba encima la caja registradora y debajo los estantes para guardar facturas, talones de tiquetes de venta, y si el dinero se salía de la caja porque la venta era descomunal, mientras se iba corriendo al banco a ingresarlo había que guardarlo en los estantes.

Los sudores que me entraban cuando llevaba yo al Banesto un ingreso de cincuenta mil pesetas y mi padre me decía no te pares por la calle a charlar con nadie.

Las vitrinas y estanterías del bazar

En las vitrinas y estanterías de aquel bazar, en las cristaleras altas, iban los radio-cassette de última moda, los de marca Sanyo y marca Sharp, otras marcas de segunda categoría como fueron Aimor y Silvano, los había de un altavoz o de dos altavoces, los que eran Stereo.

En la planta baja de la estantería, se colocaban las delicias de las personas mayores, lo que se conocía como “transistores chiquititos“ y siempre eran de AM, “la amplitud modulada” en español, la onda media. Los clientes te pedían que les regalase las dos pilas doble A y llevárselos funcionando.

Una balda más arriba estaban los transistores de AM y FM, la frecuencia modulada y si eran de más categoría eran AC/ DC, lo que se decía de pila y corriente.

Llega al bazar un producto que empieza a ser ya de gran utilidad en los hogares y es la calculadora, las había normales de ocho dígitos y las de nivel superior como las conocidas de doce dígitos, estas ya abarcaban la denominación de científica y se compraba para los que estudiaban ya el COU para las operaciones matemáticas de envergadura, mi padre no se fiaba de ponerlas en el mostrador y las colocaba en expositores detrás del mostrador, en una repisa en medio de los transistores.

Una vitrina vertical y estrecha, tenía cabida las cámaras fotográficas, de carrete modelo 135, marca Olympus, Yashica, y llegaron las Zenith rusas tipo réflex.

En la parte alta de la vitrina se colocaban siempre los binoculares o prismáticos, marca Super Zenith, cuando yo le decía a mi padre que me regalase para mi cumpleaños el más superior que era el 20 x 50, mi padre me aconsejaba el 10 x 50 con la respuesta, tanta potencia te vibra la vista y no vas a disfrutar nada.

Al fondo, siempre iban los carretes de fotos, mi padre ya no quería meter los de blanco y negro, pero al final le llegaban desde el almacén de manera obligatoria.

En la otra vitrina que daba al escaparate, iban los relojes de salón, unos relojes horizontales o “apaisados“ que eran regalos típicos que se ofrecían a los recién casados o detalles de visita cuando iban matrimonios a comer o cenar a una casa como invitados, tan vetustos y enormes que ocupaban mucho espacio pero era lo que se llevaba en la época.

En otro extremo iban los secadores, un electrodoméstico de venta obligada, las máquinas de afeitar, Philips de tres rodillos, las Braun de lámina y patillero, y en la esquina de la vitrina, donde más me gustaba estar mirando estaban las cintas de cassette vírgenes, como se denominaba en la época, las de 60 y 90 minutos, y para no confundirse de producto, separaba los carretes de fotos de las películas de súper ocho y los carretes de diapositivas.

Los "juegos de café"

Fuera del mostrador y pegada a la puerta de la calle, había una vitrina enorme con dos plantas, en esa vitrina se exponía “los juegos de café“: una cafetera, seis tazas con sus platos, un azucarero y sus cucharitas. Los compradores cogían la taza y miraban al fondo y decían “si se ve la china son originales”.

Otros juegos de café “de alpaca“ lucían con su esplendor, en la planta baja iban los paraguas de señora y de caballero, manuales y automáticos, largos y cortos, así como las mantelerías.

Tan grande era la vitrina que mi padre dejaba la mitad con productos de gran calado como eran los proyectores de súper ocho, los había “mudos y sonoros“ así como los radio-cassette stereo, pero de gran lujo como se les conocía porque eran de doble cassette y llevaban hasta ecualizador, una distinción para la época de los setenta, en dos huecos mi padre colocaba los tocadiscos maleta, otro producto que hacía las ansias de los paraguayos, aquellos pick-up llevaban radio-cassette y salían los dos altavoces.

Y para finalizar el artículo, de esta primera parte llegaba el escaparate que mi padre decía era el primer vendedor del comercio, siempre le pasaba el plumero a primera hora del día que estuviera brillante, compraba tarjetas de colores e ilustraba los precios y descripciones, con una caligrafía perfecta, siempre de manera escalonada como una catarata, lo más alto detrás, los relojes en sus cajas de terciopelo de la época , en los laterales los radio cassettes, abajo los productos planos , los bolígrafos, y en la parte principal, las calculadoras y las cintas de cassete.

Continuará…

Ver comentarios

  • Recuerdo con cierta nostalgia el años de "mili" de 1991. La plaza de la Constitución, las calles Revellín, CAmoens y Real, todas llenas de bazares donde se encontraba de todo. Ahora, por lo que veo en Google Maps no es así, una pena, deben de ser los tiempos modernos.
    Saludos a todos los ceutíes.

  • Ha sido un gran placer leerte, también con 10/11 años andaba ayudando…. envuelve regalos, arregla almacén, cambia y limpia escaparates , recados, los bocatas de media mañana del bar bravo y atender al público (esta última era una experiencia fascinante para un niño). Y como se quedaba todo las mañanas larguísimas de los sábado después de la avalancha de clientes…., primero paraguayos luego portugueses y militares. Fue una preciosa época de esplendor para Ceuta. Muy emotivo tu relato. Enhorabuena!!

  • La tecnología no era tan invasiva,ja fruta era deliciosa y por supuesto atraia a las moscas,viviamos entre callejones y apenas habia deluncuencia,los delincuentes dejaban de serlo al momento de conocerlos,hoy te roban sin pisar la calle y por supuesto el centro era Hadu a años luz de la zona centro tan acomplejada ,desconfiada y petarda por mucho que rebusquen en las fotos de epoca,la felicidad la portaban las barriadas y la forma de ser de su gente antes de que borraran sus sonrisas y forma de ser a base de multas,vacio laboral y mala prensa,en esa epoca en las casas existía harmonía y ningún niño se encerraba en su cuarto a ser adoctrinado por una tecnología que rompe familias y afecta a la salud mental de toda una generación que nunca sabrá lo involucionados que están con respecto a otras épocas,la tecnologia que hoy metes en las cabecitas de los niños,la tecnologia de los cobardes...

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