Los primeros testimonios del hombre en Ceuta son antiquísimos. Uno se pierde en la Prehistoria cuando trata de situar en el tiempo el abrigo de Benzú, que parece que fue ocupado estacionalmente por algunas comunidades de cazadores.
Muy cerca del abrigo de Benzú está la Cueva, utilizada por grupos neolíticos a los que se sitúa en el sexto milenio antes de Cristo.
Dejando de lado interpretaciones de distinto signo, lo que se acepta por parte de todos los expertos es que en nuestra ciudad hay alguna presencia residual de ‘industria’ de piedra de época neolítica. Los primeros datos sobre una ocupación estable en el istmo de Ceuta son de finales del VIII a. J.C. o comienzos del VII. Se han recuperado algunos elementos de tipo fenicio, como cerámicas a mano, platos de barniz rojo, ánforas o lucernas.
De todas formas, no nos vamos a ocupar ahora de eso. Vamos a abordar un capítulo más cercano a nuestros días: La Basílica Tardorromana. Estaba situada a extramuros de la ciudad antigua, fuera de sus murallas, lo que nos lleva a la idea de que fue una basílica funeraria suburbana, de una sola nave, rematada en ábside semicircular, con un área de 240 metros cuadrados. Ceuta debió ser una importante ciudad tardorromana, con un nombre heredado de dos términos latinos ‘septem fratres’, término que proviene de las siete colinas que se debían vislumbrar desde el mar.
Cristianismo
Desde un punto de vista histórico, el nacimiento del cristianismo es muy reciente. Su difusión fue lenta, progresiva y problemática en sus orígenes. En los siglos II y III era una religión proscrita y perseguida. Más tarde, en el siglo IV, será ya aceptada y permitida debido a la fuerza que podía aportar, especialmente en tiempos de Constantino. A finales del IV llega a ser la religión del Imperio Romano. Será de aquí, de esta época, desde donde lleguen hasta nuestros días más restos del arte paelocristiano.
Los últimos momentos de Roma, desde la dinastía de los Severos hasta la llegada del Islam, es la denominada tardoantigüedad, que abarca del siglo IV al VIII de nuestra era.
Estamos en una época de cambios, de convulsiones, de crisis económicas y muy especialmente de problemas fronterizos. Finales del IV es una época de migraciones, con diversos cambios. Más tarde Ceuta fue conquistada por los bizantinos y ocupada por los visigodos. La andadura ha sido larga.
Costumbres funerarias
Los romanos tenían por costumbre situar sus necrópolis a orillas de las calzadas, en la salida de las ciudades. Nos encontramos con una gran diversidad de tumbas, un dato muy a tener en cuenta porque para esta cultura era importantísimo proporcionar al difunto una tumba o un sepulcro en el que su espíritu tuviera una morada. Los romanos estaban convencidos de que la actividad vital continuaba tras la muerte. Para recordar al difunto se realizan inscripciones consagradas a los dioses manes. Todas las personas, incluso las más humildes, deseaban poseer una sepultura y unas exequias.
En Ceuta se han documentado dos ‘cementerios’ a ambos lados del istmo. Uno en los alrededores de la Basílica y otro, una necrópolis del siglo III, en las puertas del campo.
Basílica y necrópolis
Desde los primeros siglos del cristianismo la oración se dirige hacia oriente. Este hecho condiciona la disposición de los edificios litúrgicos, que se planifican de oeste a este. Sin embargo, la basílica tardorromana de Ceuta, al igual que otros edificios de Hispania y de África, no está orientada según este precepto. ¿Por qué? Puede ser por su origen funerario y no eucarístico. No obstante, también se puede explicar por la existencia de una segunda fase de la construcción, con añadidos, desde de un núcleo venerado como testimonio del martirio.
A partir del siglo II de nuestra era, la incineración fue sustituida de manera progresiva por la inhumación en fosas o en sarcófagos. De esta práctica tenemos restos y pruebas en la basílica tardorromana de Ceuta, donde se ve claramente cómo la inhumación fue una costumbre que también llegó a nuestra ciudad.
La pesca durante la época romana
La importancia de la zona del estrecho como zona pesquera se conoce desde tiempos remotos. El alto número de especies se debe a la abundancia de nutrientes a consecuencia del choque de aguas del Atlántico y el Mediterráneo. Además, el tránsito estacional asegura capturas notables en muchas ocasiones. Por otra parte, su configuración geográfica provoca un ‘efecto embudo’ que favorece un elevado número de capturas.
En época romana había una actividad pesquera orientada al consumo local y otra a mayor escala destinada a la elaboración de salsas de pescado para su exportación.
Las redes y anzuelos eran los utensilios usados para las capturas.
El ánfora era el contenedor principal en los transportes de aceites, vino, cereales o salazones a través de ríos o mares. Una vez llena el ánfora, se sellaba su boca con una tapadera o un fragmento de cerámica.
La industria de las salazones de pescado en la Hispania romana tuvo un fuerte desarrollo. La distribución de mercancías por vía marítima hizo que los barcos llevaran sus bodegas repletas, especialmente, de ánforas salsarias.
La factoría de salazón de Ceuta fue la principal actividad económica del asentamiento, durante la época romana. Hubo instalaciones con cinco conjuntos de piletas de salazón de pescados. El salvamento es uno de los productos elaborados en estas factorías. Otro, los salazones, se preparan con trozos de pescados grandes o pescados completos de menor tamaño. En ambos casos se conservaban en sal. Las salsas se realizaban mezclando en determinadas proporciones sal y pescados.
Durante la época imperial, el garum fue el producto más famoso y apreciado entre las salsas de pescado. Las zonas con mayor producción y prestigio se encontraban en las costas del estrecho de Gibraltar.
En cuanto a la comercialización de los salazones, hubo un fuerte desarrollo en esta zona del Estrecho por sus condiciones naturales, que la convierten en un lugar óptimo para la pesca y que dispone de sal, un elemento imprescindible para esta actividad.
El gran auge de la industria salazonera en este punto del Mediterráneo tuvo lugar especialmente a partir de la época de Octavio Augusto.