El vídeo de El Faro acerca del derribo del Bar Canarias nos ha dejado el siguiente apunte: «Las máquinas empiezan ya a terminar con una parte de la historia de Ceuta, la que representaba el histórico Bar Canarias, que forma parte de la memoria colectiva de muchos ciudadanos... Fue una cafetería y un salón de juegos... Las labores de derribo han comenzado, haciendo desaparecer seguramente un lugar especial para los ceutíes...»
Y qué podemos decir a estas alturas de la destrucción sistemática del paisaje urbano de nuestra ciudad... Una población que no ha sabido conservar su patrimonio cultural, por mor de una modernidad mal entendida. Una capital que no se ha querido así misma, hasta el punto de hacer desaparecer todo vestigio de lo que fuera la urbe en el siglo XX. Una verdadera devastación donde la palabra «restauración» ha sido -como en época faraónica- maldecida y borrada de los diccionarios de la lengua castellana...
En nuestro municipio, nunca se restaura un edificio, plaza, calle, jardín o parque... No; no hace falta ni se tiene en cuenta, porque sencillamente se manda derribar y ganancias para todos... Y así se ha ido destruyendo, a golpe de piqueta, cualquier edificio o entorno entrañable que representara nuestro acervo cultural, y nuestras propias raíces que nos fueron dejando como el mejor de los legados nuestros mayores...
Y, Ceuta -aquella novia de antaño grácil y guapa del Estrecho-, puede -como dicen llenos de estulticia los de siempre- que continúe estando bonita; sin embargo, Ceuta, mal que nos pese, se halla cautiva de especuladores de bajo pelo, que por no dejar, no le han dejado ni su alma primorosa que cantara llena de vida la famosa canción...
Y, al hilo de esta repuesta al video de El Faro sobre el derribo del Bar Canarias, Vicente, tuvo a bien, contestarme, comparando de manera perfecta el devenir de nuestra ciudad con un maniquí, a saber: «Como un maniquí que le han puesto las mejores galas y no deja de ser un trozo de cartón inerme, sin corazón...». A lo que le requerí, que me permitiera copiar esta frase en algunos de los artículos y colaboraciones que mantenemos con El Faro, porque -a mi juicio- es la exacta metáfora de lo que acontece, aunque mal no haya, con nuestra ciudad... De tal modo, continué señalando, que hay muchas ciudades -entre ellas Cádiz- que ofertan su casco histórico para atraer al turismo, mostrándolo con la piedra ostionera desnuda de los edificios de sus calles antiguas; y, alrededor de su callejero se ha creado una ruta histórica, salpicada de pequeñas terrazas de tabernas y mesones donde ofrecen la gastronomía típica gaditana...
En una apalabra, han sabido rentabilizar: el atractivo del casco antiguo -Santa María, Pópulo y la Viña- impregnado con el acervo cultural de siglos, con la curiosidad de los turistas ávidos de columbrar: placitas, patios, jardincillos, zaguanes, glorietas, rincones umbrosos de ficus centenarios y rabiosas buganvillas que dan color a la cal de los muros blancos al sol del mediodía; y, naturalmente, callejuelas auténticas desprovistas del cartón piedra de lo artificial, aunque lo intenten adornar con macetones de coloridas flores de la calle Real... Este modelo -a mi modo de ver- rentabiliza mejor el valor añadido del patrimonio cultural que una ciudad puede ofrecer al visitante, y a la vez conserva el paisaje urbano que los siglos han ido dejando en la memoria colectiva de las diferentes generaciones...
También Clia, dejó su respuesta apuntando que aunque le parecía bien mis palabras, no debíamos «anclarnos en el pasado ni oponernos al progreso...», cuestión que en principio nos parece perfectamente razonable; sin embargo -a nuestro parecer-, no es una cuestión de anclarnos en el pasado, sino de «respetar el pasado»; porque si de manera frívola e inconsciente rompemos el pretérito, nos estaremos quedando sin raíces. Y, no está de más comprobar a modo de ejemplo, que si a un rosal, por mucho que le hayan brotado las rosas más puras y bellas, si le arrancamos las raíces, al poco, de manera inexorable, quedaran mustias y más tarde morirán... De la misma manera, si todos los jardines, plazas y edificios de la ciudad van siendo sustituidos por otros, al cabo de unos años, no quedará ningún vestigio para contar y rememorar que pueda ser considerado patrimonio para las nuevas generaciones...
En definitiva, nuestra ciudad se halla en un proceso de destrucción-construcción continuo, que sólo valora el último ladrillo construido, y confundiendo de manera dramática modernidad y progreso, con la destrucción sistemática de todo aquello que tenga un valor histórico que nos recuerde algo del pasado. Pareciera -como ya hemos comentado anteriormente- que en Ceuta, no existiera la palabra «restauración» y sólo diera bienestar el síndrome de ordenar a la piqueta que derribe todo aquello que nos dé el artificial destello de la modernidad.
Es claro, que nuestra ciudad, hace años que se instaló en una crisis de identidad, donde ha roto con su pasado y navega en las aguas procelosas de un futuro incierto, donde ya muchos ceutíes de la diáspora no se reconocen. Algunos piensan que regresar por las fiestas patronales y hacerse la foto de rigor delante de la Patrona, ya es suficiente y hasta el año que viene si Dios quiere... Andan equivocados, porque sólo se atiende al brillo artificioso de las luces lilas, rojas y amarillas -que cantara Joan Manuel- de la feria, y al oropel de la Virgen en su salida procesional; sin embargo, Ceuta, la Ceuta que amamos profundamente, va más allá de todo límite y todo festejo por este o aquel motivo que nos divierta por unas horas.
Nosotros amamos nuestra identidad, el poder reconocernos en una ciudad que nos vio nacer y sólo deseamos poder seguir reconociéndonos así pasen mil años... Sin embargo, Ceuta, parece que inició un viaje de no retorno a sentirnos desenraizados, sin identidad, desposeídos de sabernos paisanos de un paisaje y de un tiempo que nos tocó vivir y que no queremos renunciar. Porque renunciar significa allegarnos a la ausencia de todo lo que un día nos perteneció y fueron nuestras señas identitarias. Por decirlo claro, fuera de nuestros sentimientos y de nuestra evocación a la ciudad de las siete colinas, sólo existe la nada... Porque, Ceuta, en nuestra propia conciencia y en nuestra propia identidad, somos nosotros mismos...
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