Opinión

La banalización de la “Bannonización”

Los tiempos electorales poseen un tempo diferente al resto del monótono transcurrir de los días comunes, esos en los que nadie lucha abiertamente por el trono de hierro. Sin embargo, cuando se apoderan de las calendas, los momentos de elecciones lo ponen todo patas arriba, en una suerte de frenético “todo a cien” en el que las políticas subastan a la baja todo tipo de edenes y paraísos por descubrir.

Dominados por mensajes estructuradamente retorcidos y ambiguos, por golpes de efecto con cuartas intenciones y por tácticas cazavotos ad hoc, estos tiempos son los de las estrategas que intentan asaltar el Palacio de Invierno de turno, promesa a promesa.

Hasta hace bien poco todo solía ser muy políticamente correcto, salpimentado con algunas salidas de tono mitineras que el respetable solía agradecer. Alfonso Guerra era particularmente experto en la materia. Se iba a escuchar a las elegibles cómo dicen genialidades dialécticas, las mismas elegibles que luego se enfrentaban en el Parlamento con ingenio y dominio extremo de la retórica. A pesar de pasar por un viejo nostálgico, no me queda más remedio que decir que eran otros tiempos y que, sin duda alguna, el nivel político ha bajado considerable y penosamente.

Entonces, las políticas desplazaban una corte de asesores de comunicación, escritores, analistas y especialistas en la redacción de discursos cuya labor se centraba más en influir en las profesionales de los medios de comunicación que a quienes llenaban plazas de toros y polideportivos. Las “illuminati” electorales catastrofistas y ultramontanas ni siquiera alcanzaban el nivel de noticia, y todo se desarrollaba según las tradicionales reglas del juego. Esas mismas que parecían inmutables.

Y llegaron las crisis, sucediéndose una tras otra... y aún estamos en ello. Las vulnerables se han vuelto mucho más vulnerables al tiempo que su número ha aumentado exponencialmente hasta cifras que hacen parecer ridículas incluso las de la “Gran Depresión”. Entretanto, las poderosas aumentan implacablemente su riqueza ante la ineficacia de las políticas, vergonzosamente hipotecadas ante tanto poder verdadero. Los servicios públicos se han visto drásticamente recortados, las grandes empresas privadas extienden su tela de araña especulativa para terminar de tomar posesión de las ganancias y a las de siempre nos sigue tocando pagar las pérdidas. El edén capitalista de la doctrina del shock. Lo estamos viviendo, pero no somos capaces de verlo.

Mientras todo ha ido sucediendo, el descontento, que ha ido empezando a subir muchos enteros en la clase media y media baja, no ha encontrado consuelo en ninguna de las formaciones políticas que han ido perdiendo cualquier credibilidad.

Y en medio de ese magma propicio para salvapatrias, populistas y demás basura pseudopolítica sin escrúpulos apareció Él, Stephen Kevin Bannon.

Siempre en la oscura trastienda, el ex capitán de corbeta de la US Marine, tras un paso por la banca Goldman Sachs, en 2012 se convierte en el director de la página web Breitbart News, un medio digital que rápidamente se transforma en el órgano de expresión de los “alt-right” o, dicho de otra forma, de la extrema derecha más rancia y nacionalista blanca, nazi, negacionista, homófoba y antisemita. Seguro que les suena.

Desde Breitbart News que, como él mismo declaró, era la plataforma oficial del movimiento “alt-right” antes mencionado, empezó a hacer campaña para Donald Trump de cara a las elecciones presidenciales estadounidenses. El insulto, escupido de forma muy inteligente para no poder ser atacado, fue su arma preferida. Empleó sin remilgos eslóganes antisemitas contra los opositores del futuro presidente. Ser antijudío parece seguir formando parte del credo de las personas de orden. Semos ñus, no aprendemos.

Ese apoyo no pasó desapercibido para el aspirante al despacho oval, y Bannon se convirtió en su asesor principal de la campaña electoral.

Obviamente, para obtener ese puesto tampoco pasó desaparecida su vicepresidencia en el seno de Cambridge Analytica, compañía dedicada a lo que se denomina “minería de datos” y/o “análisis de datos” para combinarlo con la comunicación en los procesos electorales. Traducción: buscar datos en redes sociales que puedan ser utilizados para favorecer el voto de un candidato. De hecho, su compañía estuvo involucrada en una masiva extracción de datos de usuarios de Facebook sin el consentimiento de estos. Lo que viene a ser robar de toda la vida.

Bueno será reseñar también que Cambridge Analytica fue la empresa que asesoró a Boris Johnson para su campaña en favor del Brexit. Dios los cría, etc...

En el año 2020, Bannon fue detenido por fraude. El chiringuito consistía en captar fondos online para, mediante una iniciativa ciudadana, construir el famoso muro entre Estados Unidos y México. Era el mismo muro que, supuestamente, iban a pagar los mejicanos, según Trump. La Fiscalía acusó a Bannon de quedarse ilegalmente con un millón de dólares de lo recaudado.

En enero de 2021, Trump, en su último acto como presidente de los Estados Unidos de América, indultaría a su exjefe de estrategias Steve Bannon. Es de bien nacido... y todo lo que le sigue.

¿Pero al margen de sus variadas e ingeniosas tropelías, qué hace tan especial a Steve Bannon en lo que se conoce como el “nuevo panorama político”?

La gran habilidad del exdirectivo de Cambridge Analytica ha sido la de darle la vuelta a la estrategia de comunicación y basar su plan en tres vías principales.

La primera es que, frente a los tradicionales guiños y lisonjas que las políticas utilizan con las periodistas, Bannon opta por el “no aprecio”, cuando no el desprecio absoluto o incluso el veto radical a algunos medios. Seguro que esto también les es familiar.

La segunda es la de utilizar las redes sociales (con todo lo que eso conlleva de cuentas falsas de apoyo, etc.) para vehicular incendiarias diatribas. En este sentido, tanto Facebook como Twitter son sus herramientas preferidas para lanzar toda clase de violentos mensajes a los que la sociedad no está acostumbrada. El caso es que todas esas soflamas digitales son difícilmente rebatibles porque, o las demás se pasan a lo largo del día rebatiéndolas y van a remolque de su estrategia, o no contestan pareciendo que las dan por buenas. La trampa perfecta.

Y la tercera es mentir. Mucho. Muchísimo. Terriblemente. Sin medida. Sin vergüenza. Sin fin. Mentir en toda la amplitud de su sentido.

Basándose en el axioma de que cuanto más grande sea la falsedad, más fácilmente se acepta, Steve Bannon y sus asesoradas (Donald Trump o Boris Johnson, especialmente) nunca se han privado de hacerlo, hasta incluso llegar a crear escuela.

Aunque nada novedosa en la historia (Lenin, Stalin, Mussolini y Goebbels, entre otras, fueron finos expertos en esta precisa materia) la “propaganda, agit-prop y educación política” es su mejor baza o como se le quiera llamar a mentir por doquier, adoctrinar con gruesas palabras patrioteras y berrear más alto que nadie para crear ruido alejando el razonamiento.

Con Trump, Stephen Kevin Bannon aprovechó la oportunidad que le presentaba y, siempre echando mano de la demagogia como arma de manipulación masiva, empezó a lanzar eslóganes mediante Twitter pero siempre rechazando ruedas de prensa a menos que la sala estuviese repleta de hooligans.

¿De verdad que no les recuerda nada?

Los Partidos Comunistas europeos (occidentales quiero decir, obviamente) y Jean Marie Le Pen eran grandes aficionados a este tipo de maniobras, antes que los trumpistas de cualquier nacionalidad (de hecho, el patriarca de la Familia Le Pen sigue haciéndolo todos los 1º de mayo ante la estatua de Juana de Arco, en París).

Las mentiras son tan bestiales como brutales que las desesperadas de la vida se agarran a ellas como última oportunidad para sobrevivir, sin olvidar que los partidos llamados tradicionales han perdido mucha credibilidad (las tasas de abstención están ahí) a la vez que tampoco son capaces de aportar soluciones viables, absolutamente encadenados a unos acuerdos europeos de cortes thatcherianos. La Unión Europea es una gran idea, lo que han hecho de ella no, absolutamente no.

El caso que es que la disyuntiva es tan simple como los argumentos estilo Bannon: si la verdad no resuelve nada, la mentira chillona y provocadora al menos dice lo que se quiere escuchar. Populismo se denomina esta corriente que jamás ofrece soluciones viables, pero sí frases grandilocuentes, aunque vacías y carentes de contenido. El principio activo de esta maniobra les debe seguir sonando.

Este tipo de comportamientos acaban haciendo tanto ruido, causando tanto escándalo y agitación que los medios, muy dados a promocionar el ruido para hacer subir las audiencias, acaban por invitar a este tipo de personajes a entrevistas en solitario. Obviamente, en esos monólogos nadie contradice al intoxicador, y el mensaje se propaga a toda velocidad. Que sea falso y que todo el mundo lo sepa no es importante, lo crucial es que vaya calando. Y cala, mucho.

Lo cierto es que el candidato Trump siguió al pie de la letra las indicaciones de su jefe de estrategia. El resto ya es historia.

Tras la llegada al poder de Trump, Bannon fue inmediatamente nombrado asistente permanente en las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional de los EE.UU y “Estratega Jefe de la Casa Blanca”. Pero, como ambos personajes manejaban unos egos impresionantes, la pareja política se mantuvo unida en el edificio blanco de Washington DC tan solo siete meses. Unas declaraciones de quien ya se hacía llamar “The Shadow President” (el presidente en la sombra) hizo que su jefe lo cesase fulminantemente tras unas polémicas declaraciones.

Pero no por ello el de Norfolk se quedó sin trabajo.

Puso rumbo al viejo continente y empezó a aconsejar en comunicación política a los movimientos ultranacionalistas europeos, es decir a la extrema derecha europea.

En su agenda han estado, o están el Frente Nacional francés de Marine Le Pen, la Fidesz de Hungría (Unión Cívica húngara), Alternativa para Alemania, Demócratas de Suecia, Partido por la Libertad de Holanda, la Liga Norte de Italia, Partido de la Libertad de Austria, el partido NOS argentino, el Movimiento Identitario Europeo y Vox en España... como se ha señalado, todos de extrema derecha.

¿Fin de la cita entonces?

Pues no. Hay que señalar que las actuaciones y las argumentaciones de Bolsonaro en Brasil (“Brasil debe dejar de ser un país de maricones” en referencia al miedo al Covid) también son obra y gracia de Bannon, tal y como lo fueron las bestialidades de Salvini en el país transalpino del tipo “Necesitamos centros de deportación en Italia”.

¿Hemos terminado ya?

Pues no, porque Bannon fundó en Bruselas la agrupación “The Movement” que promueve posturas euroescépticas, ideas como el identitarismo, el neoliberalismo de Milton Friedman y, en general el populismo de derechas en Europa, que es un eufemismo para denominar a la extrema derecha. Fácil de entender.

Pero, y en España, ¿que importancia real tuvo Bannon?

Hemos referido más arriba que Vox se encontraba en la agenda de Bannon para las elecciones generales, pero ¿en qué términos?

Según el diario “El Independiente”, el norteamericano se habría reunido en numerosas ocasiones con representantes de la formación que lidera Abascal, y más concretamente con Rafael Bardají, un exasesor de Aznar en FAES, transformado ahora en el ideólogo de Vox. Vaya por dios, parece que el círculo acaba por cerrarse.

Para dejar las cosas claras, en su momento el director de la publicación digital CTXT afirmó textualmente que “Bardají es la cabeza pensante de Vox” además de ser el predestinado a refundar el PP y Vox”. Una vez más, parece que todo está dicho, pero no.

El 29 de abril, un día después de las elecciones generales de 2019, la Fundación FAES (presidida por el Aznar del trío de las Azores) publicaba un análisis de las elecciones en que se insistía en “la necesidad de abordar la reconstitución del centroderecha que se hace ahora prioritaria”. A su vez, el propio Bardají también publicó un artículo en el que afirmaba que “el PP no solo pierde, sino que parece abocado a una etapa de introspección existencial”.

Nunca las tesis de Bannon de reagrupar todas las formaciones conservadoras bajo la bandera de un ultranacionalismo a ultranza estuvieron más cerca de materializarse en España. Desde entonces, el PP parece haberse partido en dos: entre quienes cohabitan alegremente con Vox (Ayuso en Madrid, por ejemplo) y quienes han roto radicalmente todos los puentes de diálogo y entendimiento con la extrema derecha, como Juan Vivas en Ceuta con su “no debatiremos más con ustedes” o Núñez Feijoo en Galicia y el “no necesitamos profetas”, dirigiéndose directamente a Vox.

Pero entonces, ¿por qué sigue siendo rentable la “bannonización” de la política? Y sobre todo, ¿por qué está ya tan aceptada y asumida por casi todas, y desde luego alabada por una gran parte del electorado?

En una ocasión, el propio Bannon aseguró a un periódico norteamericano que “ser oscuro es bueno. Mire a Dick Cheney (ex Secretario de Defensa y exvicepresidente de los EE.UU), a Darth Vader o a Satán. Eso es poder”.

Goebbels aseguraba que una mentira repetida mil veces se transformaba en verdad y que un bulo podía recorrer Alemania de una punta a otra y terminar siendo una verdad irrefutable.

Los que en su momento fueron discípulos de Lenin, Stalin, Goebbels o Perón lo son ahora de Bannon. Gritan, provocan, lanzan argumentos fácilmente desmontables a poco que se analicen (pero que no se analizan), transforman realidades, mienten sin ningún tipo de remilgo y acaban consiguiendo su objetivo: ser el centro del debate y que todas orbiten en torno a las afirmaciones populistas (y en este sentido, quizás este Vitriolo también haya caído en ese error) y a los signos que emplean como propias. ¿O es que la bandera de un país solo es propiedad de unas pocas?

La táctica de Bannon es elemental: siempre resulta más fácil ensuciar que limpiar y, por mucho se intente quitar la porquería expandida, siempre queda algo de credibilidad de esa basura en el ambiente. Además, y por si fuera poco, mientras las ofendidas se defienden de las salvajes mentiras que les arrojan a la cara, poco o nada pueden hacer para defender su propio programa. Jugada redonda, lo decíamos más arriba.

El miedo es también una constante. Las permanentes polémicas con las inmigrantes infundiendo miedo contra toda aquella que no sea española (y no tenga dinero, claro) son igualmente creación de Bannon. Y si no se lo cree, recuerde una de sus frases favoritas: “El miedo es una buena cosa, lleva a tomar medidas”.

Usted, como siempre, sabrá lo más le conviene, pero alguien que dijo “¿preferirías que tu hijo fuese afeminado o que tuviese cáncer?, “abolir la esclavitud fue una mala idea”, “la solución contra el acoso en internet es sencilla: las mujeres deberían desconectarse” o “ninguna de las personas involucradas en la estafa del calentamiento global merece la más mínima pizca de respeto, son pura escoria” quizás no sea precisamente una frecuentación recomendable. Por ende, una formación que se rige y actúa por los dictados de ese personaje debería darnos que pensar. Y mucho. O poco, según se mire... pero darnos que pensar.

Así, una cosa está clara, más grave aún que los demagogos y desmedidos mensajes populistas, racistas y fascistas lanzados en mítines, debates o plenos es el hecho de que esta “bannonización” de la política se haya transformado en parte del paisaje político, en toda una banalidad.

Como en la película de Bergman, el futuro próximo es predecible como el interior del huevo de una serpiente cuyo contenido puede ser visto a través de la cáscara a contraluz... aunque nadie quiera admitirlo, aunque nadie quiera verlo.

Advertidas estamos, una vez más.

Nada más que añadir, Señoría.

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