Quien iba a pensar que tras la experiencia del simulacro, de ese pitido que sonó en la práctica totalidad de los teléfonos móviles, iba a llegar la gran prueba de fuego al verificarse la caída de los sistemas de comunicaciones. Nada tuvo que ver un asunto con otro. Fallaron las relaciones y bastante. Porque no es de recibo que las administraciones sepan que el 112 ni podía recibir llamadas ni las podía hacer de pura casualidad. Es un punto negro que deberá solventarse al más alto nivel, porque el protocolo más doméstico de reacción falló en lo que se considera básico y elemental: tener la fluidez comunicativa suficiente para conocer que se está teniendo un problema grave al momento.
En este caso se perdió casi media hora de conocimiento de una situación adversa, de la que algo se supo cuando extrañó la ausencia de llamadas tras la realización de un ejercicio de emergencias que se está repitiendo en toda España, por jornadas y comunidades.
La reacción y la unión de administraciones fue clave para acometer los remedios de la forma más rápida y eficiente. Se trabajó contrarreloj para que, ya por la tarde, se fuera recuperando lo perdido, habilitándose de nuevo la fluidez y rapidez en las comunicaciones ciudadanas que se cursan al 112.
Lo sucedido debe servir para tener más asentadas esas bases, esas relaciones para que no se produzcan hechos tan sorprendentes como este, al menos por la manera de saber lo que pasaba.