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De Atapuerca a la globalización

  El origen del lenguaje hay que buscarlo más allá de un millón de años, como han demostrado los restos óseos hallados en Atapuerca, hasta los que se ha remontado en la Biblioteca Pública el ex director de la Real Academia Española de la Lengua, Darío Villanueva, que a finales del año pasado renunció a optar a un segundo mandato. En la ciudad autónoma ha pronunciado una conferencia titulada ‘El prodigio social del lenguaje’ ante unas 30 personas en la infraestructura de Recinto Sur y este sábado el catedrático de Teoría Literaria de la Universidad de Santiago se sumará, con el Centro Gallego, a la celebración del Día de las Letras Gallegas.
En la Biblioteca, donde ha sido presentado por su director, José Antonio Alarcón, como una “personalidad de la cultura española” con todas las letras, Villanueva se ha esforzado por distinguir de una forma accesible para todos entre el lenguaje (“dotación genética que todos los humanos poseemos, pues no hay comunidad humana cuyos individuos no se sirviesen de aquella competencia lingüística para comunicarse entre ellos”) y la lengua, que existe “en virtud de una especie de ‘contrato’ entre los miembros de una comunidad”.
A partir de ahí, de la consideración de un elemento “radicalmente igualitario y democrático”, ya que “salvo condicionamientos patológicos toda persona es dueña al menos de una lengua que ejecuta y puede modificar”, el ex director de la RAE ha profundizado en que “el ejercicio de la palabra ha ido de la mano del poder demiúrgico de reproducir la realidad, pero también de crearla”, como reflejan desde la Biblia hasta o el poema babilónico de la creación de los años 1.200 antes de Cristo” y ha repasado los “tres momentos trascendentales” del español, “el fundacional, la constitución del romance castellano y su expansión por la Península; 1492, el año de la gramática de Nebrija y de la llegada de Colón a América; y la erección del español como una lengua ecuménica a través de la constitución de las repúblicas americanas a partir del segundo decenio del siglo XIX”.
Villanueva ha advertido que este último fue “un momento crítico” en el que algunos augures atisbaron una fragmentación lingüística similar a la que siguió al fin del Imperio Romano. Sin embargo, en Latinoamérica se apreció la utilidad del español, que es lo que es “no por la colonia sino por la independencia”, pues “en 1920 hablaba español un 20% de la América hispana”.
En 1870 ubicó “el germen de la actividad panhispánica” que sigue moviendo a sus 23 Academias. Su repaso del calendario de fundación de la de cada país (la última establecida hasta el momento, del siglo XXI, es la de Guinea Ecuatorial) ha concluido con un deseo: que la nómina se cierre “con una del judeoespañol, la lengua de los judíos sefardíes expulsados de España en 1492”.
Tras tantas vicisitudes, el idioma enfrenta ahora el desafío de la globalización, que el conferenciante ha enfocado con ojos optimistas: la media mensual de conductas del diccionario en línea es de 60 millones, lo que prueba que “nunca esta obra había podido ejercer tanta influencia sobre los hispanohablantes y la próxima edición ya no será un libro digitalizado sino un diccionario concebido sobre una planta digital del que procuraremos seguir haciendo libros”.
Ese cambio en el orden de factores va a cambiar “radicalmente” las cosas con sustanciales consecuencias: no tiene limitaciones de espacio y podrá corregirse de inmediato. Además, los académicos, que a diario enfrentan los reproches de los hablantes, “legítimos propietarios” de la lengua, disponen de millones de datos y referencias para hacer su trabajo, el ‘limpia, fija y da esplendor’ del lema fundacional de la RAE.
Villanueva se ha mostrado crítico con la presión de lo “políticamente correcto” y ha lamentado las “faltas de respeto” en las que, con esa bandera y habitualmente desde lo político, incurren quienes se aventuran con fórmulas como los ‘miembros y miembras’ o, peor y más reciente, ‘Fuerzas y Fuerzos del Estado’.
Su posición es: “Se puede retocar, pero no ocultar arbitrariamente los usos reales de la lengua. Para eso están , además, las marcas que califican de desusada, malsonante, peyorativa o vulgar según qué palabra. Expurgar el diccionario para hacerlo seráfico y bienpensante sería una forma de censura difusa no impuesta por el estado, el partido la iglesia sino por una instancia etérea que dictaminaría lo políticamente correcto”.

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