A pesar de que, con el paso del tiempo, el arte haya sufrido cambios para atender mejor a las nuevas necesidades que iban surgiendo frente a los individuos, perece que, hoy en día, se asiste más bien a un reforzamiento de la relación que ha ido estableciéndose entre el arte y la sociedad actual.
Sin embargo, tanto la difusión del mismo arte, en todas sus formas como su consumo, difundido en todo el mundo -fenómeno, supuestamente, de connotación positiva, desde una perspectiva cultural-, pueden considerarse como una consecuencia de una industria cultural creciente que hace que la actividad artística vaya banalizándose, hasta convertirse en puro producto comercial.
Ante esa perspectiva de debate, es fundamental plantearse de entrada una pregunta: ¿ Hasta qué punto el arte puede ofrecer un reflejo y tener una función para la sociedad de hoy?
Muy a menudo, muchos son los papeles que se le atribuyen al arte: se suele pensar en el mismo como medio para desvelar tabúes que, desde siglos o años, se han quedado en la sombra del debate social resultando difíciles o inadecuados por merecer una reflexión.
Asimismo, hay quien lo considera como un buen método de divulgación de conceptos, a lo mejor, mucho más teóricos y que, no solo las páginas de un libro son capaces de explicar. De ahí que dicha posible función se convierta en un apoyo a la didáctica, intentando ofrecer una aclaración adicional y posiblemente más alcanzable por comprender.
Pese a que dichos papeles parecen confiar al arte alguna función social, no estoy convencida de que, en nuestra actualidad, pueda desempeñarla: la sociedad de hoy sigue estando enganchada a las palabras de un jefe del Gobierno, al comportamiento de una colectividad a la cual se conforma o, a la vida cotidiana. Tal vez una reforma que hiciese hincapié en una promoción del arte, quizás, estimulara a los individuos, que, de lo contrario, seguirían mirándolo con una actitud bastante simplista.