Transitamos por este 2020 que tiene la especial característica cuatrienal de ser bisiesto, es decir que asigna al mes de febrero una duración de 29 días. Inicio el artículo con uno de nuestros refranes referido a este tipo de años, aunque hay muchos más, por ejemplo,”Año bisiesto ni casa, ni viña, ni huerto, ni puerto”. Incluso al respecto existe una colección inmensa de calificaciones en numerosos países y culturas. No creo que, cuando se articularon, se adivinase que un año bisiesto como este 2020 nos gobernaría, precisamente para más INRI, un personaje − en inglés se les denomina leaper (saltador)− nacido un 29 de febrero, o que nos invadiese el coronavirus 19. Dejando aparte este funesto apartado premonitorio, creo interesante conocer el origen, la evolución e incluso las curiosidades de estos particulares años.
Desde la antigüedad el hombre ha sentido el interés y casi la necesidad de saber como transcurre el tiempo, medirlo y prever sus ciclos. Fundamentalmente porque estaba relacionado con la caza, la cría de animales, las épocas de cultivo, las labores agrícolas y las festividades o celebraciones de índole religiosa. En casi todas las culturas se utilizaba el ciclo lunar y el primer calendario solar de uso, del que se tiene referencias, se utilizó, basado en el calendario sumerio, en Egipto hace tres milenios a.C. aunque parece ser que en Francia se ha encontrado uno grabado en piedra, de hace 15.000 años. Constaba el año faraónico de 12 meses de 30 días, a los que se añadían cinco más llamados epagómenos, acumulando un total de 365. Ptolomeo III, en el 273 a.C. impuso la inclusión de un sexto día cada cuatro años, aunque no tuvo éxito posterior.
El primer calendario de la era romana se atribuye a Rómulo y empezó a utilizarse en el 750 a.C. El año empezaba en marzo, tenía 10 meses, de 30 o 31 días con un total de 304. En el 700 a. C. Numa Pompilio añadió 51 días al año de Rómulo e incluyó dos nuevos meses Januarius y Februarius, con lo que el año pasó a tener 355 días y doce meses.
Al estar el calendario basado en el ciclo lunar se producía un retraso, con arreglo al solar, de 11 días. Por esta razón a partir del 423 a.C. se impuso la inclusión de 22 y 23 días, alternativamente, cada dos años.
Hubo de llegarse al mandato de Julio Cesar − admirador del calendario egipcio− que en el año 46 a. C. encargó al filósofo y astrónomo Sosígenes de Alejandría la elaboración de un calendario para el Imperio Romano. Basándose en el solar egipcio estableció un año de 365 días, con doce meses y la inclusión cada cuatro años de un día en febrero, último mes del año romano, entre el 23 y el 24. Al tratarse de la repetición del sexto día antes de las calendas − primer día de marzo− se le llamó bis sextus dies ante calendas martius, y de ahí procede la actual denominación de bisiesto. Para hacer una compensación de los desfases que había originado el calendario anterior hubo de establecer Julio César, en ese año 46 a. C., una duración de 445 días y al que se denominó Año de la Confusión.
Son curiosas las razones de por qué febrero tiene solo 28 días en los años normales y por qué el año se inicia en enero cuando lo hacía en marzo. En el primer caso la amputación de dos días a febrero −originalmente con treinta− es debido a que, tanto Julio César como posteriormente César Augusto, convirtieron, en su honor los originales meses denominados Quintilis− desde el 44 a. C.− y Sextilis −desde el 8ª. C.− en Iulius y Augustus, respectivamente, dotándolos de 31 días a costa del esquilmado febrero, recompensado parcialmente con el bisiesto. En el segundo tiene protagonismo la antigua ciudad celtibérica de Segeda (Zaragoza), que en el 153 a.C. opuso una gran resistencia a la dominación romana. El nombramiento de los cónsules del Senado y los preparativos bélicos se iniciaban con los idus de marzo, al comienzo del año. Ante la gravedad de lo ocurrido en la península ibérica y para sofocar la situación, se decidió adelantar el principio del año a las calendas de enero−día primero− dando a los nombramientos más tiempo de preparación de las operaciones militares imperiales.
"Hubo de llegarse al mandato de Julio César − admirador del calendario egipcio− que en el año 46 a. C. encargó al filósofo y astrónomo Sosígenes de Alejandría la elaboración de un calendario para el Imperio Romano”
Vayamos al meollo de la cuestión. Recordemos que un año es el tiempo que tarda la Tierra en orbitar alrededor del sol y durante ese recorrido gira sobre si misma 365,24219 veces. Por lo tanto un año no dura 365 días, sino 365 días, 5 horas, 48 minutos y 56 segundos. Julio César, en su calendario, compensó esas casi 6 horas de más − que en cuatro años son 24− añadiendo el día bisiesto. Se estableció por tanto una duración media anual de 365,25 días, algo mayor que la real, unos 11 minutos y 14 segundos más. Aunque esta magnitud parezca escasa su acumulación a lo largo de los siglos puede suponer una distorsión. Esta preocupación generó, entre otros, dos estudios elaborados en nuestra Universidad de Salamanca en 1515 y en 1578. Se enviaron en su momento a la Santa Sede y debemos congratularnos que el segundo fue analizado y participaría, de alguna manera, en las discusiones sobre el nuevo calendario, aunque el italiano Luigi Lilio también había hecho una propuesta en 1575. Fue el jesuita alemán Christophorus Clavius quien analizó la documentación existente, hizo los estudios correspondientes y asesoró al Papa Gregorio XIII sobre la creación de un nuevo calendario −denominado gregoriano− que corrigiese las deficiencias del juliano con el año solar. De esta manera la bula Inter Gravíssimas, fue promulgada el 24 de febrero de 1582 y con la cual ese año se eliminaban los diez días entre el jueves 4 de octubre y el viernes 15 de octubre. Se estableció la norma de que serían bisiestos −añadiendo un día al final de febrero− todos los años divisibles por 4, con excepción de los múltiplos de 100, salvo que sean también divisibles por 400. Con ello la duración media anual se establece en 365,2425 días, más cercana al año trópico. A pesar de todos estos artificios para establecer una sincronización entre el calendario y el ciclo solar, lo cierto que aún el ciclo solar es inferior en unos 26 segundos a la duración del año gregoriano. Claro está, que ello solo supone un desfase de un día cada 3.500 años.
El calendario gregoriano es que se utiliza oficialmente en casi todo el mundo. A partir de su creación fue adoptado paulatinamente, aunque bien es cierto que los primeros fueron los países de confesión católica fundamentalmente España, Francia y Portugal que lo hicieron ese mismo 1582. En Alemania, Suiza y Países Bajos protestantes, lo adoptaron en 1700 y en Gran Bretaña y su colonias en 1752.
En la historia de elaboración de calendarios en el mundo hay una serie de hechos anecdóticos. Por ejemplo, que en el 1712, Suecia incluyó en su calendario un doble bisiesto − 29 y 30 de febrero− posiblemente como estrategia para abandonar el calendario sueco y adoptar posteriormente el gregoriano. La Revolución Francesa, en pleno 1792 − con la intención de eliminar las fiestas religiosas, cambiar el nombre a los meses y modificar su duración− adoptó un calendario republicano, ideado por el político Gilbert Romme. En 1814, con la caída de Napoleón, se volvió al gregoriano.
Como no podía ser menos, imbuidos por su espíritu progresista, en la Unión Soviética se les ocurrió introducir entre 1929 y 1931 un almanaque también revolucionario, con una duración mensual de 30 días. Como suele ocurrir con estas originales ideas, al ponerlo en práctica se dieron cuenta que les sobraban unos días improductivos. Un lujo que no se podían permitir, así que en 1932 volvieron al redil gregoriano.
A título de curiosidad y sin duda porque en algo hay que investigar, unos profesores de la Universidad Johns Hopking, de Baltimore (EEUU) propusieron − con la intención dicen, de celebrar las festividades en la misma fecha−, un año de 364 días, con una semana extra cada cinco o seis años. Desconozco la acogida y el eco de su propuesta. Lo cierto es que actualmente parece ser que coexisten en el mundo unos cuarenta calendarios, sin ninguna conexión entre ellos.
Las versiones que denuestan a los años bisiestos como negativos buscan su fundamento en hechos luctuosos ocurridos en algunos de esos años. Por ejemplo, los asesinatos de figuras como Gandhi, Martin Luther King, John Lennon o Robert Kennedy, las condenas de brujería el 29 de febrero de 1692 en Salem, el hundimiento del Titanic en 1912, el inicio de nuestra Guerra Civil en 1936 o el terremoto de Agadir (Marruecos) el 29 de febrero de 1960. Los incorregibles antiyanquis argumentarán también que las elecciones presidenciales en EEUU, se celebran los años bisiestos.
En contraposición, también han ocurrido otros hechos en bisiestos, como el descubrimiento de la máquina de vapor en 1798, la penicilina en 1928 o el nacimiento de personalidades como el Papa Pablo III, Lord Byron o Gioacchino Rossini. A Cristóbal Colón, en 1504, le sirvió de enorme ayuda conocer el eclipse lunar que se produciría el 29 de febrero, para embaucar a los ingenuos nativos de Jamaica y conseguir víveres para él y su tripulación.
Aunque la probabilidad de nacer un 29 de febrero es de una entre 1.461, se estima que existen unos cinco millones de bisiestos en el mundo y unos 32.000 en España, incluido nuestro Pedro Sánchez. Desde 1988 se celebra en Anthony (Estados Unidos), el Festival del Año Bisiesto y en 1996 el donostiarra José Manuel Ubarrechena creó el “Club de los Bisiestos”.
Basado en una leyenda sobre Santa Brígida y San Patricio, en Gran Bretaña el 29 de febrero era el día del año en que las mujeres podían proponer matrimonio a los hombres. En Dinamarca, sin embargo, en plan juliano, las propuestas matrimoniales femeninas se hacen los 24 de febrero. En Grecia se considera mala suerte celebrar los matrimonio en años bisiestos, pero en Irlanda consideran que son años de buena suerte, de la que disfrutarán, especialmente, los niños nacidos los 29 de febrero.
Elegido por su particularidad, en el 2008 se escogió el 29 de febrero como “Día Mundial de las Enfermedades Raras”.
La conversión del calendario juliano a gregoriano ha producido situaciones históricas curiosas. Así por ejemplo, con la supresión de los diez días del gregoriano − en octubre de 1582− resulta que Santa Teresa de Jesús no murió en la noche del 4 al 5 de octubre de ese año, sino en la del 4 al 15.
Tampoco es exacto decir que Cervantes y Shakespeare murieron el mismo día 23 de abril del 1616, ya que no se utilizó en Gran Bretaña el calendario gregoriano hasta 1752. A Shakespeare, que murió el 23 de abril juliano, le correspondería el 3 de mayo gregoriano, es decir diez días después que Cervantes. En realidad fueron once porque D. Miguel falleció realmente el 22, aunque entonces se contabilizaba la fecha del entierro, el 23.
Lo mismo puede decirse de la revolución bolchevique de octubre de 1917, que no ocurrió realmente hasta noviembre al adaptarla el calendario gregoriano.
Finalmente y haciendo una consideración de tipo económico, la realidad es que quienes reciben un sueldo mensual, los años bisiestos trabajan un día más gratuitamente. En el 2008 una profesora de EEUU inició una campaña para no trabajar en día bisiesto. También se han sugerido otras ideas al respecto, como dedicar el día a trabajo solidario, donación de ese salario a causa noble o que las empresas den vacaciones ese día.
Entretanto, confiemos en que los nefastos augurios sobre el carácter bisiesto de este 2020 no tengan lugar.
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