El Partido Popular transita por esta legislatura pendiente de acuerdos. También de fidelidades. En política ese término escuece porque los pactos, alianzas y afinidades suelen venderse al mejor postor.
Al alcalde le tocó una particular travesía del desierto tras unos resultados electorales difíciles de cuadrar como para poner el orgullo encima de la mesa. Las amplias mayorías de otras épocas dieron paso a momentos distintos en los que el consenso y las alianzas son obligadas, como obligado también es el respeto y la palabra.
Algunos interpretan la actual situación plenaria como un momento dulce, al menos en la simple comparativa con imágenes de otras épocas en las que se llegaron a suspender sesiones y peligró sacar adelante cualquier acuerdo.
Los caminos son complejos sobre todo cuando muchos aspiran a colocarse en la cúspide de la torre.
Al alcalde no le queda más que controlar su rebaño, también a los lobos que conviven con las ovejas. A los buenos pastores no se les suele rebelar ninguna. Pero esto el alcalde ya debería saberlo, por eso sorprende cómo es capaz de permitir que las torpezas e intereses terminen generándole otro sainete como el que le regaló el PSOE hace unos veranos.
Hay que tener memoria, pero también saber que un buen pastor no debería creer tanto en la economía verde y azul sino en los pasos que da para no despeñarse.