El capítulo que se reproduce a continuación forma parte del número 8 de la 'Revista Transfretana titulada Estrategias para el futuro de Ceuta', editada por el Instituto de Estudios Ceutíes y cuyos ejemplares están a disposición del público. Los artículos han sido escritos por especialistas en cada tema y en este caso se presenta el primero de los trabajos mencionados.
Los proyectos y estudios realizados en el fuerte Aranguren y sus alrededores mostraron cómo la singularidad de nuestro patrimonio, por muy pequeño que sea, puede hacer converger intereses por parte de técnicos de prestigio a nivel nacional y cómo una obra pequeña puede dar lugar a descubrimientos, aunque sean de otro campo (en este caso el geológico). Para mí fue un honor haber podido aprender de personas como Simón Chamorro, cuyo conocimiento de la geología de Ceuta, y del norte de África, ha sido y será un referente para todos los técnicos de la ciudad, o como Juan José García Valero, cuya experiencia en obras de rehabilitación y restauración (como la Alhambra o las obras emblemáticas de la Exposición Universal de Sevilla), supuso un master continuo sobre materiales de construcción a lo largo de los años en los que pudimos colaborar en Ceuta, o con Antonio Molina que a pesar de ocuparse del cálculo y ejecución de estructuras como la catedral de Sevilla o el estadio olímpico de la misma ciudad, tuvo tiempo para el fuerte Aranguren y para realizar posteriormente con nosotros el Desdoblamiento del Paseo de las Palmeras, junto a mis hermanos y al también ingeniero Vicente Vicens.
El documento reproducido al que acompaña esta adenda es el informe geológico que Simón Chamorro elaboró para el Laboratorio de Control de Calidad de Ceuta, siendo la primera vez que se publica, 21 años después, el descubrimiento de la nueva falla, la falla Chamorro…
Para poner en contexto el trabajo de Simón Chamorro es conveniente explicar cómo surge esta investigación y cuáles eran sus objetivos.
Desde diciembre de 1998 a diciembre de 2000 tuve la suerte de dirigir la Escuela Taller Fuertes Campo Exterior, un programa del INEM en colaboración con la Ciudad
Autónoma de Ceuta para formar a jóvenes que habían quedado excluidos del sistema escolar, en oficios de la construcción como la albañilería y las instalaciones. Además del objetivo educativo y social, las escuelas taller se crearon para rehabilitar el patrimonio histórico, en nuestro caso teníamos que intervenir en 3 de los 7 fuertes que quedaban de la línea fronteriza, construidos entre 1860 y 1884 tras la firma del tratado de Wad- Ras en 1860, por el que se puso fin a la guerra iniciada un año antes entre España y Marruecos. Los fuertes elegidos por la Ciudad fueron Príncipe Alfonso, Francisco de Asís y Aranguren.
Estas fortificaciones constituyen un conjunto bastante singular y de los que solo se encuentran ciertas similitudes en los construidos en Melilla en la misma época y con el mismo fin, el control de los nuevos límites fronterizos. Mientras en Europa el modelo de fortificación de finales del siglo XIX se basaba en construcciones de tipo poligonal y atenazado, los ingenieros militares destinados a Ceuta tuvieron que adaptarlas a los ataques de las tribus de la Yebala, cuyas tácticas distaban mucho de las empleadas por los ejércitos europeos, tal y como pudieron comprobar una vez finalizadas las obras del Príncipe Alfonso, el único de planta poligonal y que demostró su ineficacia por lo que tuvieron que modificar la tipología, construyendo fuertes de planta circular, con patio o sin patio (en función de las dimensiones), con dos alturas más sótano, con un depósito de agua para almacenar el agua de lluvia, con aspilleras distribuidas en todo el perímetro de cada nivel y con una plataforma para piezas de artillería en la cubierta. Por otra parte, los ingenieros también tuvieron que adaptarse a las circunstancias de Ceuta en cuanto a suministro de materiales, ya que no había canteras de donde extraer bloques de piedra que pudieran tallarse convenientemente, pasando a utilizar muros de mampostería de piedra (generalmente gneis del monte Hacho) y ladrillo, lo que posibilitaba una mayor rapidez en la construcción.
Durante los primeros 6 meses de la Escuela Taller, las tareas se centraron en los cursos de formación, pero a partir del séptimo mes se suponía que teníamos que empezar a intervenir en los fuertes. Los responsables de cultura habían mostrado su interés por comenzar por Aranguren, cuyo uso previsto era el de albergue juvenil, ya que tradicionalmente los terrenos colindantes se han utilizado para hacer acampadas. Sin embargo, tuve que oponerme a tales directrices por dos motivos; el primero era la necesidad de redactar un proyecto de albergue juvenil en el que el fuerte se utilizara solo para actividades educativas, ya que sus dimensiones interiores impedían alojar todas las funciones demandadas por un albergue (cocina, comedor, duchas, dormitorios y administración); el segundo motivo, y el más importante, eran las patologías que se apreciaban en la construcción y que requerían un estudio previo para asegurarnos que la inversión no se iba a realizar en vano. Estos argumentos fueron aceptados y mientras nos concentrábamos con los alumnos y monitores en los trabajos del fuerte Francisco de Asís, pudimos iniciar una serie de investigaciones para determinar las patologías de Aranguren, sus causas y sus posibles soluciones.
Para estudiar las fisuras y grietas acudimos a la única empresa establecida en Ceuta y capacitada para realizar ensayos, el Laboratorio de Control de Calidad de Ceuta (LCCC), cuyos técnicos y propietarios eran José Miguel Pellicer Marqueta y Juan José García Valero (este último fallecido recientemente en abril de 2021). Fueron ellos los que establecieron una metodología de trabajo para poder hacer un seguimiento durante un año de la grieta que dividía al fuerte en dos y cuyos primeros resultados mostraban que el edificio se abría y se cerraba de manera cíclica. En paralelo, realizaron estudios geotécnicos y geológicos del terreno con la colaboración de Simón Chamorro Moreno, cuya participación fue determinante para entender lo que estaba sucediendo. Simón Chamorro descubrió una falla activa de la que no se tenía constancia en ningún estudio geológico previo, incluyendo su propia Síntesis Geológica de Ceuta1 y que pasa justo por debajo de la construcción.Además de la falla, el estudio geotécnico determinó la existencia de arcillas expaansivas que eran las causantes de los movimientos cíclicos, los cuales coincidían con los períodos de lluvia, como consecuencia, cuando el terreno se humedecía se producía un aumento de su volumen capaz de elevar una de las mitades del fuerte, aproximándola a la otra; con ambiente seco, la presión del terreno disminuía y la misma mitad volvía a descender y a separarse. Ahora bien, con cada ciclo no se recuperaba la misma distancia y se iba acumulando un remanente que podría poner en peligro la estabilidad del con- junto, tal y como Juan José García Valero constató incluso después de haber entregado el trabajo, ya que por su cuenta siguió tomando medidas de los movimientos durante más de un año.
"Quedaba la última etapa, encontrar una solución ante la evidencia de los hechos y los datos, con los medios a nuestros alcances y teniendo en cuenta que pese a tratarse de un Bien de Interés Cultural desde su declaración en 1997, el fuerte de Aranguren no tenía la singularidad de las Murallas Reales, por ejemplo"
Quedaba la última etapa, encontrar una solución ante la evidencia de los hechos y los datos, con los medios a nuestros alcances y teniendo en cuenta que pese a tratarse de un Bien de Interés Cultural desde su declaración en 1997, el fuerte de Aranguren no tenía la singularidad de las Murallas Reales, por ejemplo. Para los trabajos de consolidación estructural necesitábamos un ingeniero de caminos, canales y puertos y me puse en contacto con un amigo y catedrático de estructuras de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla, donde había terminado mis estudios dos años antes. Cuando le conté la singularidad de la fortificación y sus patologías, Rafael López Palanco me dijo que ese era un trabajo para un ingeniero al que le gustaran los desafíos estructurales y me puso en contacto con Antonio Molina Ortiz, el cual, aunque vivía en Córdoba, no dudó en aceptar el encargo pese a las dimensiones de la construcción y del presupuesto. Aún recuerdo la reacción de Juan José García cuando le dije quién iba a hacer los cálculos de estructura del fuerte, me preguntó cómo había conseguido convencer a uno de los mejores ingenieros españoles para venir a Ceuta a trabajar en un proyecto tan pequeño.
Tras los estudios sobre la estabilidad del fuerte en el que analizaron tres modelos estructurales (barras espaciales, superficies asimétricas y elementos sólidos espaciales), Antonio Molina determinó que cada una de las mitades en las que la grieta dividía el fuerte era estable por sí sola, siempre y cuando no hubiera movimientos sísmicos y que la falla no tuviese actividad. Su solución consistía en hacer un recalce continuo de la cimentación mediante micropilotes para que los movimientos se realizaran de manera solidaria, pero con una unión dúctil en los puntos de corte de la falla, de tal manera que si esta entraba en actividad, se produjese la rotura en ese punto. Como complemento, también propuso la ejecución de un zuncho perimetral de hormigón armado coincidente con los niveles de los forjados y con uniones dúctiles a nivel de las grietas para consolidar las bóvedas interiores. El proyecto de recalce estaba presupuestado en 34.000 euros pero la obra no se pudo sacar a licitación por las demoras administrativas que se prolongaron más allá de la duración de la escuela taller. Desde entonces, nada se ha hecho.
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