Hay en el Puente un Cristo, Patrimonio de mi Ceuta,
al que acuden los caballas cuando la ciudad despierta.
Discreto altar de peregrinaje, donde ejercer la libertad de culto,
santiguarse es obligado a quienes lo hacemos con gusto.
He visto saludar a mi Cristo a gentes de todos los credos y
si algún fiel tiene cita, se retiran por respeto.
Pero en los últimos tiempos asisto con estupor
a un hecho insólito que interrumpe este fervor.
Y es que a la vera del Cristo hay un cuarto de la limpieza
cuya puerta, de par en par, abren y cierran con presteza.
Más de una vez he observado este trajín molesto, para quienes
al lado del Cristo se persignan sin pretexto.
Hoy dirijo mis plegarias a la ciudad de Ceuta,
que ¡por el amor de dios! tenga en cuenta nuestra queja.
Para que mi "Puente Cristo" conserve su mismo encanto, y el silencio y
recogimiento se respeten, no sólo de vez en cuando.