Decía Platón que “cuando los dioses quieren cuidarnos nos envían amigos”. También habló del vínculo sobre el alma que tiene que liberarse de un cuerpo en la que permanece prisionera: “La amistad es un alma en dos cuerpos”.
Encontramos a lo largo de la Historia de la Filosofía múltiples tratados sobre la amistad, sobre su complicidad y cualquier asunto que haga referencia a ello. “Ubi late, vive escondido, mas no huyas de la amistad que es el bien más preciado de los hombres”. Epicuro.
La amistad es una especie de segunda familia que uno elige, que se va forjando con el tiempo y con las circunstancias que nos hacen caminar juntos, siempre dejando paso. Aunque estén lejos de ti y el tiempo ponga distancia de por medio la relación de complicidad, de confianza, de seguridad y de tener un “ alma mater” no se difumina. El amor es otro asunto, otra pasión emocional y tal vez necesaria en la que intervienen otros factores más ligados a la pasión acompañada, las más de las veces con irracionalidad, deseo, celos y otras pasiones de todo tipo. Entre el amor y la amistad existen fronteras tan frágiles que podemos pasar de una dimensión a otra, aunque nunca estén en el mismo plano.
He pensado que el caleidoscopio del sábado estuviera dedicado a otro tipo de amistad: “los amigos invisibles’ que no conocemos, que no hemos visto nunca aunque permanezcan a nuestro lado. Son, están, los sentimos cercanos, próximos, dispuestos a intervenir en cualquier momento que lo precisemos. Estos amigos invisibles flotan en el aire que respiramos, dejan sus huellas en la arena a pesar de no haberla pisado. Se manifiestan, pero no los conocemos, nadie nos los ha presentado en ningún sitio aunque viajen en esa mochila existencial que llevamos a cuestas.
Paloma, Gonzalo y Carmen, periodistas del diario El Faro, me han dado la oportunidad de escribir todos los días ofreciéndome la posibilidad de contar cosas, de buscar en mi interior, de indagar en las emociones latentes. Ahí están conmigo aunque no los vea
Escucho la radio y oigo a los locutores que me hablan, que me hacen escuchar horas y horas. Con ellos duermo y amanezco con ellos.
Me comunico a través de las redes sociales, compartimos escritos, opiniones, noticias de todo tipo. Recurro a ellos sin cita y sin hora.
Hicimos un grupo de “filósofos sin fronteras” ya somos una familia enorme; casi 200. Nos ayudamos, consultamos dudas y hacemos filosofía del trabajo de la calle y de las cosas que nos ocurren en el aula.
Leo libros transcendiendo en el tiempo, dialogando con personas que algún día escribieron para que yo los leyera.
Indago intentando encontrar el amor en las redes; “siempre he creído en la bondad de los desconocidos” como en la película Un tranvía llamado deseo.
Implicarte, tener proyectos, dejar una brisa de paso es pensar que detrás de todo ello hay amigos que te abrirán los brazos.
Y así andamos, así se manifiestan, así hacemos equipos intangibles, etéreos, pero con una fuerza vital que nos empuja y nos hace soportar la insoportable levedad del ser.