Cada uno de nosotros al nacer estamos predispuestos a una serie de cosas. Yo particularmente estuve encasillado dentro de un tablero de ajedrez. Los cuadros blancos y negros fueron verdaderamente mi vida. Por allí fueron deslizándose las distintas piezas que componen el inicio de una bonita partida de ajedrez. Fueron años donde el estudio estuvo ponderando a todo lo demás.
Debo de advertir que también tuve unas distracciones muy fuera de lo común de un deportista. El tabaco que me daba alas, especiales para infligirme unos fuertes latigazos a mi organismo y muy especialmente a mis pulmones. Era algo que me gustaba y siempre recordaba esos momentos en los que ofrecieron sus botines de hallazgos a los reyes Católicos esos valientes marineros capitaneados por Cristóbal Colón, Fue cultura y también una fuerte desventura para mi querida salud. También los derivados alcohólicos fueron unos inductores a mi actual momento, cuando mi cuerpo da el presupuesto en el taller del hospital. Pero las consecuencias no se activan hasta que uno ve las orejas al lobo como yo las estoy viendo en la actualidad.
Me gustó divulgar a nuestro pequeño hogar de Ceuta mis estudios. Ya que me saqué el título de monitor de ajedrez. Y mis primeros pasos fueron dotar de mis ideas a los pobres reclusos de ‘Los Rosales’. Allí vi como esta colonia eran reconducida hacia la vía más legalistas. El ajedrez aparte de educar, da alas a la imaginación, las ideas fluyen constantemente. Pueden ser unos planes buenos o malos. Sólo el futuro próximo les dará la respuesta. Pero los cálculos los están sacando por unos instantes de su verdadero lugar donde se encuentran en esos momentos. Vuelan ante unas piezas.
Se montan en ese caballo tan frágil pero que da esos saltos tan raros que mi rival se queda rayado cuando lo coloco en una casilla. Mi alfil se mueve con astucia buscando la diagonal más buena para atacar de una forma mortal a ese delicado y cuidado rey. Mis torres son la columna bien cubierta y el ariete mortal. Y mi dama adorada va de aquí para allá intentando, a través del juego, encontrar el resquicio que pueda ser vulnerado por nuestras piezas. Y así la partida va jugándose.
También he dado clases a gente más pequeña, que hoy en día se acuerda de mis lecciones y hay esa empatía de recuerdos y ganas de aprender que inculqué hace ya muchos años. Tengo fotos de todos ellos. Más de una vez las he enseñado y es que estoy contento de todo lo que hecho.
Cuenta que llevó a una expedición de niños a jugar fuera de nuestra querida ciudad autónoma y que allí aprendió algo más. Que todos le querían como un padre. Y ahora en esos instantes de reflexión que he podido tener hago balance y doy cosas que sé que le harán falta a mis queridos discípulos y amigos del ajedrez.
Dedicado a ti, mi gran amigo José Antonio Conde
Descansa en paz amigo