Cuestión previa: Este artículo hace el número 1.500 de los que llevo escritos sólo en El Faro de Ceuta, durante 22 años, desinteresadamente y sólo con la ilusión de escribir, principalmente, sobre Ceuta y Extremadura.
El tema central de hoy se refiere a jóvenes y mayores. Y es que, en las antiguas civilizaciones de las que trae origen la democracia (Grecia y Roma), ser anciano era tenido como signo de distinción, consideración y respeto, por el estado, la sociedad y la familia; Incluso existía en el organigrama estatal el Consejo de Ancianos, órgano de asesoramiento y poder moderador de los gobernantes. Ser mayor entonces era sinónimo de sabiduría y un rico caudal de experiencias. Lo diría siglos después Russeau: “La vejez es el tiempo de practicar la sabiduría”.
Los mayores eran tenidos como defensores de los valores esenciales de la sociedad, representaban tradición, principios éticos y morales, buenas costumbres, moralidad y familia. Al entonces “pater familiae” romano se le consideraba fuente primera de paz, conocimientos, moderación, mesura y sensatez, aportando soluciones prácticas a los problemas de la vida real. Del Derecho Romano procede la vieja frase que más de 2.000 años después todavía figura recogida en el artículo 1104 de nuestro Código Civil, exigiendo en el cumplimiento de las obligaciones la misma diligencia que corresponde a un buen “padre de familia”. También se dice, que: “las personas y los pueblos que no respetan a sus mayores, tampoco se respetan a sí mismos”.
Ahora el mundo está más centrado en la investigación astral, viajes espaciales, velocidad supersónica, técnicas digitales y tecnologías punta de última generación. Indudablemente, tales avances y los jóvenes, son absolutamente imprescindibles, porque están llamados a ser el futuro de los pueblos. Pero ello no tendría por qué llevar necesariamente aparejada la sistemática devaluación de los mayores.
Cuando éstos no pueden valerse por sí mismos, en muchos casos se les considera un estorbo, con pérdida de estima, reconocimiento y consideración. Hasta algunos políticos de las últimas hornadas parecen haberla tomado contra ellos, según los mismos descaradamente han declarado, pese a haber los mayores sostenido a la sociedad con su trabajo, esfuerzos y sacrificios.
Creo que se debe a la pérdida general de valores y principios esenciales que siempre fueron norma de conducta y soporte básico en los que se han apoyado las distintas culturas y civilizaciones. Surge así el choque generacional entre jóvenes y mayores con tal falta de atención hacia éstos, que a menudo sufren abandono, incomprensión, desprecio, insultos, vejaciones y, a veces, hasta maltratos físicos y psicológicos, habiendo sido los que antes dieron la vida a los jóvenes, los criaron, mimaron y se sacrificaron por ellos.
Pienso, que puede servir de ejemplo placentero referirse a las tres generaciones vividas por uno mismo. Pertenezco a la “primera generación” de las vivientes; nací en 1942, llamado: “año del hambre”, por tanta como en general se pasó. España acababa de salir de una guerra fratricida, horrenda y atroz. A nuestros padres y abuelos se les obligó a enfrentarse entre propios compatriotas y padres contra hijos, hermanos entre sí, según que el lugar donde residieran estuviera dominado por uno u otro bando. Quedó semidestruida y arruinada con continuos bombardeos. Y eso, no debería volver a ocurrir nunca más. Para levantarla, nuestros padres y abuelos tuvieron que trabajar entonces de sol a sol por un mísero sueldo.
Los niños de mi edad fuimos a las Escuelas Públicas, que tuvimos que abandonar sobre los 14 años para poder aportar alguna ayuda a la familia, porque había muchos hogares en los que a diario se tenía que luchar por la supervivencia. En los pueblos ni siquiera se podía entonces obtener el Certificado de Estudios Primarios. Por eso, algunos, nos dimos cuenta que era imprescindible salir fuera y fijarse como meta el estudio y el trabajo para poder tener oportunidades de progreso que nos abriera las puertas hacia un futuro mejor. Sobre un millón de extremeños tuvimos que separarnos del entrañable hogar familiar, buscando un horizonte de vida más amplio.
El tema central de hoy se refiere a jóvenes y mayores. Y es que, en las antiguas civilizaciones de las que trae origen la democracia (Grecia y Roma), ser anciano era tenido como signo de distinción, consideración y respeto, por el estado, la sociedad y la familia
En mi caso concreto, con 16 años me marché a Ceuta. Allí, pese a haber Instituto, no pude comenzar a estudiar el Bachiller hasta los 18 por no poder costeármelo. En cuanto pude reunir algunos “ahorrillos”, lo cursé. Después, aprobé la primera oposición de las cuatro que superé en el Ministerio de Hacienda. Pero, para poder promocionarme profesionalmente, durante ocho años terminé dos carreras, primero Graduado Social y después Derecho; porque sólo me podía presentar a cada categoría profesional siguiente previa obtención de los correspondientes títulos académicos que se exigían sólo para poder presentarse a cada oposición; luego, había que competir duro con numerosos opositores para obtener una plaza; habiendo tenido siempre que alternar estudios y trabajo, que me obligaba a dedicarle mucha entrega, esfuerzos y privaciones.
Los trabajadores de la empresa privada apenas podían salir de vacaciones; optaban muchos por continuar trabajando para cobrarlas remuneradas. Otros que gozaban de situación algo más holgada, se compraban aquel famoso utilitario, “Seat-600”, en el que los domingos cabía toda la familia para salir al campo a degustar la típica caldereta extremeña o la tortilla de patatas. Muchos de aquellos cochecitos llevaban adherida por detrás una pegatina que decía: “150 letras más, y el coche es mío”.
Se compraba y gastaba sólo lo que se podía, teniendo que hacer varias veces balances al mes para cuadrar las cuentas; aunque cada uno pagaba religiosamente sus facturas manteniendo a rajatablas el espíritu de austeridad que nuestros padres nos inculcaron, Se podía ser pobre, pero nunca se podía dejar de ser honrado, según ellos también nos enseñaron. Eso era básico y fundamental.
Los jóvenes que podían, se divertían organizando “guateques” familiares para que les saliera más baratos. Aunque empezaron a ponerse de moda lasa discoteca, eso era demasiado lujo. A las diez de la noche se debía estar de vuelta en casa porque, si no, el domingo siguiente ya no se podría salir. La propia familia colaboraba para organizarlos, porque así tenían a los jóvenes más controlados, porque entonces estábamos tan reprimidos que todo era “pecado”.
Si quisiéramos poner ya un sólo ejemplo de comparación entre aquellos “guateques” de mi generación, con la forma como ahora los jóvenes, sobre todo, quienes la fina perspicacia del vulgo popular llama “nini” (“ni” estudian “ni” trabajan), veríamos que muchos salen los viernes después de las doce de la noche; si acaso, avisan a la familia que no les espere hasta el lunes siguiente porque se van a quedar el fin de semana con una amiga o amigo a pasarlo “guay”, como ellos llaman, sea “con” o “sin” (si han reservado o no hotel, al efecto). Eso ahora es ya completamente normal.
Lo que no parece que lo sea, son esos “botellones” que degeneran en vandalismo puro y duro, dejando las calles llenas de inmundicia, con peleas barriobajeras, apuñalamientos, robos, rotura del mobiliario urbano público y privado, comas etílicos, etcétera, valiéndose de la multitud y la delincuencia callejera. ¿Es que no hay otras formas de divertirse sin violencia?.
A la mía, se ha llamado la “generación perdida”, porque, siendo todavía niños, tuvimos que trabajar para nuestros padres, después para nuestros hijos y algunos de mayores compartiendo su exigua pensión con hijos y nietos durante las crisis que les llevó al paro. Pero aquellos jóvenes, a base de esa vida austera y sacrificada, conseguimos un trabajo estable, que ya nos permitió crear nuestra propia familia. Algunos de mi generación trabajamos y cotizamos más de 50 años.
Con estudio, trabajo y esfuerzo, conseguimos alcanzar la mayor categoría profesional y niveles de los más altos, ni siquiera esperados, porque cuando se estudia y trabaja con noble afán de superación, casi siempre se obtiene como resultado más de lo buscado. Otros muchos también triunfaron en los distintos lugares a los que emigraron.
Tuvimos nuestros hijos, (“segunda generación”), a los que, con mucha ilusión y cariño, pudimos ayudar a estudiar sus carreras universitarias (como era nuestra obligación) y conseguir también sólidos puestos de trabajo, sin tener ya que hacer tantos esfuerzos como nosotros. Ellos todavía fueron estudiosos, responsables y trabajadores, en general.
Aunque algunos se pusieron a presumir de nuevos “ricos”. Había que aparentar tener el mejor coche y el piso más ostentoso entre los vecinos, empezaron a volar alto hacia lugares exóticos (Cancún, Hawai, Islas Maldivas), y a dejarse ver por las fiestas más pomposas, porque eso vestía mucho como signos externos de riqueza. Enseguida aprendieron todos los derechos, olvidándoseles las obligaciones, que deben ser correlativas
Surgió el “boom-burbuja” de la construcción; empezaron a salir pícaros y desaprensivos que inventaron la especulación y el despilfarro; compraban hoy un piso por 10, mañana se vendía por 20 y el siguiente lo revendía por 40. A muchos se les olvidaba pasar por ventanilla de Hacienda a liquidar ganancias e incrementos patrimoniales. Hasta un ministro de Hacienda, para estimular consumo e inversión, declaró públicamente, que “España era el país donde más rica se podía hacer la gente en menos tiempo”, calentando el dinero y prendiendo la mecha del vicio y la cultura del “pelotazo”.
Los bancos regaron el parquet financiero con dinero fácil, concediendo hipotecas a espuertas, préstamos y créditos “bandos”. Para que Hacienda no se enterara, idearon la ingeniería financiera y los paraísos fiscales. Hasta que pinchó la “burbuja” del ladrillo y se desató la primera crisis, que todavía dura, últimamente agrandada por la otra de la pandemia.
Nuestros hijos tuvieron a sus hijos (nuestros nietos), pertenecientes ya a la “tercera generación”. Los abuelos, felices y contentos de que sigan imitándonos; porque todavía quedan muchos jóvenes que continúan comportándose como siempre lo ha hecho la juventud sana y responsable. Muchos de los que estudian, ahora pueden hacerlo con becas y otras facilidades, gracias al “estado del bienestar” que han heredado, cuyas bases pusieron sus padres y abuelos.
Pues, como en las últimas elecciones generales perdieron más de un millón de votos, no se les ocurrió otra gesta más valiente que intentar justificar sus propios fracasos atacando frontalmente a los que llamaron “putos viejos” (perdón por reproducir su propia expresión)
Pero algunos - más “listillos” ellos - se abrazaron a la política, quizá por aquello de que “el dinero público es de todos”. Aunque nada hay que objetar contra los otros políticos que se afiliaran por vocación o con la sana intención de servir honradamente al pueblo. Hasta habría que felicitarlos. Sobre otros, se veía claro que venían a “politiquear” para “pescar” en río revuelto. Llegaron haciéndose pasar por salvadores de todos, bajo la apariencia de que terminarían con esa lacra social que se llama “corrupción” y rehabilitarían la política. Hasta que tuvieron que irse de ella, al darse cuenta de que el pueblo los ha “calado”; aunque se fueron “forrados” de dinero y grandes mansiones.
Pues, como en las últimas elecciones generales perdieron más de un millón de votos, no se les ocurrió otra gesta más valiente que intentar justificar sus propios fracasos atacando frontalmente a los que llamaron “putos viejos” (perdón por reproducir su propia expresión). La mayoría de los que estudiaron lo han hecho con becas, que a los mayores no nos concedieron. Aunque, por lo que ellos mismos han demostrado, en algunos casos, sin ser luego capaces de distinguir entre lo razonable y lo ridículo, porque, para insultar tan groseramente a los mayores, ni siquiera hacen falta estudios, pero sí un mínimo de elemental educación.
Pero, a pesar de todo lo expuesto anteriormente, para nada está en el ánimo de este otro “viejo” octogenario censurar lo que esté mal o bien, ni qué generación ha sido mejor o peor. Sólo he comentado comportamientos y actitudes diferentes sobre hechos reales vividos. Cada cual ahora es muy libre de formarse su opinión y sacar sus propias conclusiones, por si sirvieran para algo.
Al final, logramos los niveles de progreso que ni siquiera habíamos soñado, porque el estudio, el trabajo, el esfuerzo y el sacrificio casi siempre dan frutos ni siquiera esperados. Ahora ya, formamos parte de lo que algunos jóvenes peyorativamente nos llaman “viejos”; pero vivimos orgullosos de nuestro pasado, felices y contentos. La única ilusión y asignatura pendiente que ya nos queda es de ver (si llegamos) ser también felices a nuestros hijos y nietos y disfrutar de ellos el mayor tiempo posible.